(10-06-2012)
Acabo de despedir a una promoción de
bachillerato. Nada nuevo; nuestro centro lleva treinta y cinco años sacando
promociones de bachilleres.
Celebramos el acto de rigor. Lo organizaron
ellos. Una cena en un restaurante popular, con buena parte del profesorado que
ha participado en su proceso formativo. Fue emotivo.
En el brindis, en nombre del profesorado, les
dije que les veía un hermoso brillo de esperanza en las miradas, de gente
enamorada de la vida. Les dije también que estábamos despidiendo a una
generación honesta, trabajadora, bien preparada, que porta una enorme floración
de esperanza por granar; una generación que ha hecho fácil y
agradable el trabajo al profesorado. Gente que merece un futuro razonablemente
feliz, porque buscar una felicidad razonable es la obligación de los seres
humanos de cualquier condición.
Les dije que durante varios años juntos habían
recibido conocimientos específicos relacionados con las asignaturas que han
estudiado, pero también un amplio abanico de actitudes frente a la vida, de
valores, de creencias y convicciones, y que, con todo ello, el sistema
educativo ha colaborado con la edad y con las familias para ayudarles a ser
personas más útiles para la sociedad y para sí mismos.
Les dije que habrían oído decir al profesorado
muchas veces que la formación facilita las cosas en la vida, que cabía la
posibilidad de que las circunstancias actuales les llevaran a desconfiar de ese
mensaje, pero que sigue siendo una verdad incuestionable, porque la formación,
el conocimiento y los valores son un tesoro en cualquier circunstancia.
Les dije que las generaciones anteriores han
procurado mejorar el mundo, porque es una constante de los seres humanos; que,
a pesar de ese esfuerzo permanente, el mundo que van a encontrar cuando les
toque tomar decisiones no será el mejor de los posibles; pero que es ley
de vida y les corresponde a ellos mantener el esfuerzo por hacerlo mejor en el
futuro. Y que en democracia lo más eficaz es la fuerza del voto para cambiar
las leyes, cuando no se adecúan a la defensa de nuestros derechos.
Les desee un futuro largo y feliz. Y les
dije: “Os queremos”. Y os juro que era cierto.
Puede que alguna de esas personas jóvenes a
los que hemos estado animando y preparando para los estudios universitarios,
mañana mismo nos detenga en la calle, nos mire de hito en hito, y nos reproche
nuestro afán. “No previsteis - puede que nos diga- que somos hijos e hijas de
familias humildes; no nos dijisteis que la matrículas de la Universidad se iban
a encarecer de un modo prohibitivo para nuestras familias acosadas por la
crisis; no nos dijisteis a tiempo que las condiciones para lograr becas se iban
a endurecer de esta manera…”
No sé si algunos de los docentes que se han
pasado seis años animándolos a estudiar, a alcanzar el nivel de formación más
alto que pudieran, se verán impelidos a pedirles perdón. Yo, desde luego, no.
Seguiré animando a las generaciones venideras. No puedo aceptar para ellos un
futuro mediocre, si pueden aspirar a uno mejor. Les diré que las leyes se
cambian con el voto. Y que ahora les toca pelear por sus derechos, tal como
seguramente nos habrán oído decir cientos de veces. Les diré: “¡Os toca
pelear! No aceptéis mentiras en los programas políticos. Ahora os toca
descubrir que las lecciones de Historia que aprendisteis no eran un tostón
insoportable, sino un aprendizaje para la vida".
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