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miércoles, 27 de diciembre de 2017

El problema de Cataluña no es España


Conocí a Mía Beaulieu durante unas vacaciones de primavera, en un viaje por Italia. Intimamos lo suficiente para hablar de los asuntos que os traslado. Ella me pareció una mujer optimista y resistente.
En 2008, antes de embarcarse como activista en el Observatorio de los Derechos Humanos, cursó un Erasmus en la Pompeu Fabra. Nos dijo que aquel fue un tiempo que recordaba con placer. Se enamoró de la ciudad y de Ferrán, un catalán alegre, noctámbulo, y hermoso, conocedor de todos los garitos de la noche desde el Eixample al Barrio Gótico, pasando por María Rubí, Santaló, y el Aribau. Él amaba el jazz y muchas noches acababan en club Jamboree en los aledaños de la Plaça Reial. 
Durante varios años trabajó en Kabul, como coordinadora de Asuntos de la Mujer del Observatorio de Derechos Humanos en Afganistán.
A principios de año había vuelto a París.
Las denuncias del gobierno catalán sobre la sistemática falta de respeto a sus derechos la llevaron de nuevo a Barcelona en 2017. No negó que llegó en actitud defensiva, porque aquellas quejas le parecieron siempre una ópera bufa con vocación de trascendencia histórica, el intento de instrumentar al Observatorio como una caja de resonancia. 
Ella creyó descubrir en aquellas quejas la soberbia del rico que quiere incrementar sus privilegios, sin que importe el inútil desgaste ocasionado a palabras terribles como humillación y sufrimiento. 
 Supimos de su boca que Mia Beaulieu, ciudadana de la patria global y peligrosa donde campan la muerte, la esclavitud, las dictaduras criminales, la vejación y la miseria, jamás había enarbolado una bandera.
Supimos, también, que, por instinto y militancia, detestaba a los nacionalismos trasnochados de la Europa soberbia y satisfecha. 
Creyó siempre que el nacionalismo no es otra cosa que un acto de violencia; consiste en marcar un territorio como propio, y dedicarse a defenderlo como haría un animal depredador, que considera enemigo al de su especie. 
Observadora por vocación y por oficio, había descubierto Mia Beaulieu que la humanidad lleva en la entraña un viejo gen tribal, territorial, primario, predispuesto a destruir la convivencia; y en el caso de las democracias, el sistema más alabado, pero también más indefenso, ese gen las vuelve vulnerables.
Quizás, como utopía, -nos dijo-, pudieran tener algún sentido, pero vistos de cerca, en el mundo global, los nacionalismos son penosos, miserables y torpes. Si no generaran repulsa, darían pena.
Me confirmó con sus palabras una fe propia. Dijo que cada patria es mestiza y eso la hace más resistente, más hermosa, y más lúcida; que en ninguna de esas patrias que dibuja el nacionalismo ensimismado hay un solo pueblo, porque cada pueblo es la suma de infinitas conciencias diferentes, y a veces enfrentadas. Creía firmemente, como cualquier persona razonable, que renunciar a las diferencias más extremas permite convivir, y que amurallarse en ellas empobrece, destruye los cimientos del caserón familiar que nos acoge, contamina el presente de violencia y tiñe el futuro de amenazas.
Cataluña, en su opinión fundada en la observación de mucho tiempo, y así lo expuso en sus conclusiones, es una tierra culta, alegre, próspera, con muchas más libertad y autogobierno que muchos estados de la tierra; con una lengua propia reconocida y usada con entera libertad. Es una región desarrollada y satisfecha de sí misma, sin déficit visible en el usufructo de derechos, libertades y garantías en comparación con el resto de los pueblos de Europa. 
Dudó, seguramente porque temía lastimarnos, pero al fin nos dijo que en España había otros problemas que bien merecían el juicio implacable del Observatorio ante la opinión pública mundial, por ejemplo, una corrupción devastadora y evidente en el ámbito político y empresarial y el incumplimiento sistemático de acuerdos internacionales en la acogida de refugiados. Pero que no era de recibo aquella denuncia de la situación de indefensión de Cataluña ante un estado dictatorial.
Reconoció que el hecho de que un pueblo, sin motivos para estar desesperado, hubiera iniciado esta aventura incierta y afrontara tan alegremente el riesgo de salir del euro y del mercado único en estos tiempos de turbulencia le generaba confusión. Ningún pueblo sensato debería apostar su presente y poner en riesgo su futuro en un viaje hacía el pasado siguiendo una bandera.
Sospechaba que la clave era ese quinto poder incontrolado que se va adueñando sutilmente de la conciencia colectiva. Internet ha suplantado ya a la prensa en gran medida. Y en Internet la verdad se vuelve esquiva. La avalancha de información manipulada ha vuelto el mundo incontrolable. Abundan los desencantados, los indignados, los derrotados, los resentidos. 
Pero abundan mucho más las personas confundidas. Las que no saben que ninguna frontera te libra del terremoto o de la plaga; ninguna es impermeable a la violencia, a las ruinas que provocan la ambición humana, a las tormentas, o al desierto que viene avanzando desde el sur.
Afirmó rotundamente, y yo la creo, que en esta guerra ubicua de todos contra todos el arsenal más destructivo es la mentira, o, en su caso, la verdad a medias o la verdad manipulada. Porque provocan gente enardecida, perpleja, y desinformada, gente predispuesta a los excesos. Este negocio no es trata de personas, es trata de palabras para explotarlas luego en los prostíbulos de la manipulación interesada. Ahí se pervierten conceptos respetables o se enmascara el crimen. 
Sospechaba que la demagogia es un valor en alza en la política internacional y que la gente más valorada es la más experta en bajezas y en ruindades. Alimentaba la certeza de que la gente ha desterrado la reflexión y el pensamiento crítico. Si la mentira fortalece sus propios sentimientos, hay gente que prefiere que la engañen a tomarse la molestia de pensar. 
En honor a la verdad, -nos dijo-, los nacionalismos excluyentes reverdecen por torpeza política de Europa. Ha gestionado la crisis una generación de políticos mediocres, testaferros de los mismos que la hicieron posible. Su falta de políticas sociales ha vuelto a las democracias vulnerables.
Y concluyó asegurando que Cataluña no tiene un problema con España, aunque, también; que el verdadero problema de Cataluña, durante un largo futuro cuya duración no era capaz de precisar, será el de la convivencia consigo misma.
Algo que las elecciones recientes no han hecho sino confirmar.
Prometí llamar a Mia Beaulieu. Hoy le he felicitado el solsticio de invierno por whatsAppt, y he recordado aquellas conversaciones en los atardeceres de Florencia. 


martes, 26 de septiembre de 2017

ESTELADAS AL VIENTO

El jueves, 20 de septiembre de 2012, escribía lo que sigue:

    "La crisis da frutos esperados. Prolifera el nacionalismo de tinte populista, oportunista también. En casi todos los rincones.
   España no es diferente. De pronto, los sentimientos nacionalistas toman la calle. La independencia se convierte en el paraíso perdido y deseado, la solución de todos los problemas.
    La explicación es fácil. En medio de esta crisis no se vislumbra ni un pequeño rescoldo de esperanza. Un agujero negro de políticas contrarias a la experiencia y al sentido común nos devora el futuro. No hay plazo en el tiempo que nos señale el fin del sufrimiento.
     En medio de ese caos alguien atrapa una bandera. “Seguidme, -dice- saldremos mejor solos”. Es lo que ha hecho siempre quien cree que su situación económica es peor compartida con los parientes pobres.
       Y ahora, regando la semilla adormecida, el nacionalismo se yergue como último recurso. Para intentarlo, al menos. Una esperanza en tiempos de ausencia de esperanzas. Pero cada nacionalismo se afirma cavando una trinchera, clavando una bandera sobre la tierra removida que es , a la vez, frontera y adevertencia.  Y en las trincheras solo prospera el árbol del rencor. Es mala tierra.
     No necesitamos trincheras. Este debía ser tiempo de puentes, de autopistas, y de manos tendidas.
    Pero es, también, tiempo de oportunistas. Aunque ofrezcan como refugio el inestable fondo de un esquife zarandeado por olas gigantescas
         Malos tiempos. 
      Artur Más convocará elecciones anticipadas en Cataluña. Detrás de la trinchera espera conseguir un triunfo apoteósico. Después, se encontrará en un laberinto desconocido, el de la identidad, de salidas inciertas y arriesgadas. Artur Mas se ha adentrado en los dominios del Minotauro sin el hilo de Ariadna. No sabrá gestionar de forma razonable la frustración que ahora alimenta. Nadie sabe sacarle utilidad a los frutos amargos del árbol del rencor. 
       Malos tiempos.
      ¡Puta crisis
     Casi desde que tuve uso de razón, desarrollé un temor atávico a cualquier bandera. Siempre me parecieron una amenaza desplegándose al viento. Hoy ya he desarrollado el convencimiento de que es mejor quemarlas, sin excepción alguna”. 
      
    Aquella entrada llevaba por título Senyeras al viento. Hoy me veo obligado a cambiarlo, porque las senyeras no son lo que eran; son ya casi objetos para los museos etnográficos.
    Pero el laberinto que citaba se ha extendido ahora fuera de las  fronteras catalanas; todo el país se ha convertido en laberinto y está  lleno de Minotauros encrespados, poco dispuestos a aceptar que en cuestión de sentimientos, no hay una verdad incuestionable. Si la hubiera, no habría disputas. Y la democracia, palabra que tantas bocas bendicen y tantas actitudes desdeñan, sería un sistema político superfluo.
     La defensa de la propia verdad como la única conduce al integrismo. Da igual cuál sea el debate. El integrismo considera al otro, al que se opone a sus creencias o al que no las comparte, un enemigo irreconciliable. Y el integrismo hace imposible la convivencia democrática. El auténtico error que atenta contra la democracia no consiste en tener puntos de vista diferentes y defenderlos por los procedimientos legalmente establecidos. El error estriba en sacralizar la verdad propia hasta que se vacíe la democracia de su principal función, permitir que convivan en equilibrio puntos de vista diferentes.
      No es el caso y las condiciones son propicias para que España se enfrasque en su afición más conocida, demoler. Mientras más se alargue la disputa, más difícil será afrontar las consecuencias del odio que genera.
   Porque el odio ya es visible, asoma su rostro terrible y destructivo. Lo alimentan la manipulación desenfrenada, el lenguaje desmesurado, las afirmaciones temerarias, los intereses espurios.
      Junto al odio, hay también cansancio.
   Buena parte de la sociedad tiene otras urgencias; la cuestión de la identidad catalana le parece secundaria en un país lastrado por las consecuencias de la crisis en el que el crecimiento económico no llega a los hogares, y  están en el limbo las reformas prometidas por la muy plural y dividida oposición a las políticas nocivas que se gestaron durante la mayoría absoluta del PP.
    De vez en cuando, en la Historia, surge alguien con sentido de Estado. Hoy necesitaríamos gente así a ambos lados de esa trinchera cada día más honda, pero buscarla es una pérdida de tiempo. En su lugar abundan oportunistas que andan calculando en qué les beneficia ese conflicto, cuántas miserias y delitos se difuminan bajo la nube de esteladas al viento, qué oportunidades generará en escaños futuros, cuánto desgaste provocará en el adversario, qué consecuencias ocasionará en los cimientos del denominado Régimen del 78 que propició la que no dudan en tildar de vergonzante transición,  y al que muchos ya han condenado sin tomarse la molestia de proponer algo mejor al ciudadano.
     En realidad no es una cuestión política; es una cuestión de mercado, una oportunidad de negocio. Así ve el capitalismo desalmado los desastres naturales. Y, por lo que se ve, la visión política dominante se ha adaptado perfectamente a las exigencias del mercado. 

viernes, 15 de septiembre de 2017

ABSTINENCIA


              La Resolución de Jubilación Forzosa que he recibido firmada por la Delegada Provincial de Educación, dice que he dedicado a ese servicio 37 años y 11 meses de mi vida.  
      Han sido más años, pero eso no figura en sus registros.
    Mucho tiempo, como para pretender que no deje secuelas, automatismos y necesidades. Cuando ya casi había aprendido el oficio, debo empezar a olvidarlo; ahora tengo que aprender a vivir sin él.
          Hoy es el primer día en los últimos cuarenta años en el que falto a la apertura del curso, veintiocho en el IES Pino Montano, si no fallan mis cuentas. No sé todavía si lo echaré de menos. Siempre pensé que yo no era demasiado necesario en la Enseñanza pero que la Enseñanza era muy necesaria para mí. Por dos razones. Una, el aula es el microcosmos ideal para un tipo con vocación histriónica como yo. Dos, en su interior he sido feliz porque se cumplieron casi siempre tres principios básicos sobre los que se sustenta esa sensación subjetiva de satisfacción personal que podemos confundir con la felicidad que perseguimos: he tenido a quien querer, me he sentido valorado y me he sentido útil.
        Así que, quizás contra la corriente de sus detractores, yo me declaro con perspectiva una persona agradecida a este oficio noble, sacrificado y prometeico, que consiste en creer firmemente que el futuro de la humanidad se cocina lentamente en las aulas del mundo.
        Esa conciencia y el ejercicio consecuente de mi oficio ha mejorado también mi perspectiva sobre los tiempos que me ha tocado vivir. 
     En un discurso torpe y emotivo como respuesta al hermoso discurso de despedida de mis propios compañeros, en boca del Director del Centro, dije en junio dos verdades de peso, que no quería jubilarme y que me jubilaba con una sensación amarga de fracaso generacional.
   La sensación de fracaso tiene que ver con ese convencimiento de que el futuro en buena medida se cocina en las aulas. Al final uno ha de tragarse el sapo de la duda sobre si ese principio será una ilusión de tu conciencia. Porque la sensación que tenemos es que el futuro no se cocina en las aulas, sino que lo van cocinando los mercados a fuego arrebatado, sin preocuparse en absoluto de otro resultado que la instrumentalización humana como pieza del sistema productivo, el control de la riqueza y el usufructo exclusivo de sus beneficios. 
       El sistema educativo y la conciencia de los profesionales debe ser todavía en algunos lugares del mundo el último bastión que les queda por conquistar. Pero a fe mía avanzan a pasos agigantados.
     No quiero alargarme demasiado en argumentaciones cansinas. Me remitiré a recientes noticias sobre esa Evaluación Mundial que conocemos con el nombre de PISA. Sabemos cuál es su origen y cuáles sus objetivos; ahora empiezan a aflorar las consecuencias sociales en aquellos países que convirtieron las propuestas de la OCDE en el faro de sus sistemas educativos.
    Singapur ha copado durante años los puestos de excelencia en esas evaluaciones. Hoy sabemos, por la reflexión de sus propios profesionales y sociólogos , que el sistema educativo ha generado niños autómatas, dependientes, infelices, faltos de creatividad y con escasas habilidades sociales.
        El conjunto de islas que conforman el país, sin territorio físico para la autonomía alimentaria, sin recursos naturales, poblada por una sociedad analfabeta a mediados del siglo pasado y con un vecino poderoso y hostil, se entregó a la propuestas de la OCDE sin reservas y estableció un rígido sistema educativo con horarios escolares similares a los horarios fabriles de la Primera Revolución Industrial y la amenaza de exclusión de los rezagados detectados en exigentes reválidas desde la Escuela Primaria.
        Potencia ese sistema el conocimiento en Matemáticas y el bilingüismo, el chino mandarín, imprescindible para la introducción en el mercado chino, y el inglés, imprescindible para transacciones con el resto del mundo. El resto de los conocimientos se diluye, por resultar intrascendentes para la supervivencia, que estribaba en poner al alcance de las multinacionales mano de obra cualificada y sumisa, bien diseñada por el propio sistema educativo que potencia la competitividad y no la conciencia colectiva.
   Hoy el propio gobierno y el profesorado empiezan a lamentar su servilismo con las propuestas de los poderosos del mundo.
     “Durante años, -dicen- , hemos producido trabajadores para las multinacionales con la ventaja del blingüismo, pero hoy China ha abierto sus mercados y el inglés se ha extendido por la zona. Ya no somos imprescindibles. Tenemos muchas calculadoras andantes, pero nadie tiene conocimientos de Historia o de Arte; casi nadie practica el dibujo, la música o el deporte. Nuestra sociedad es poco hábil para improvisar y poco sociable en general”
        Es lo que tiene cualquier forma de colonización. Cuando han esquilmado los recursos de un lugar, las multinacionales se marchan a territorios con mejores condiciones y dejan tras sí una sociedad empobrecida, enfermiza y desnaturalizada, desprovista de sus propias capacidades para afrontar el reto del futuro.
     Hace ya muchos años que concebí el aula como un reducto de resistencia numantina frente al pensamiento único y frente a la instrumentalización humana como una pieza de la maquinaria productiva. Nuestra principal obligación no es producir, es vivir. Y la segunda obligación, es procurarnos una vida digna de forma colectiva, algo parecido a la felicidad relativa que proporciona la colaboración y no la competitividad.
      Hace ya muchos años que concebí el aula como el último reducto del humanismo. Y no hablo de especialidades de Bachillerato, sino de la puesta en valor del ser humano y sus derechos inalienables frente a los descarnados intereses del mercado.
      Y, a pesar de ese regusto amargo de derrota generacional, aún tengo por seguro que no serán los mercados, sino las aulas las que acabarán diseñando un futuro más humanitario.
     Hoy he empezado a sentir un resquemor de envidia hacia quienes, todavía, tienen la oportunidad de seguir reivindicando en las aulas la condición humana frente a ese enemigo invisible y poderoso.
       Ojalá la conciencia social se les torne favorable y los acompañe en este reto en el nos jugamos una buena parte del futuro.

viernes, 1 de septiembre de 2017

CORRAL DE COMEDIAS

         Antes de ayer, durante la “temible” comparecencia en el Pleno Extraordinario del Congreso, Rajoy tuvo una mañana plácida, dio un mitin y se marchó a casa descansar sin haber hecho ni siquiera mención a Bárcenas o al caso Gürtel.
     No ceo que perdiera un solo voto de sus votantes potenciales. Y es posible que la oposición perdiera algunos. 
         Por agotamiento
      Ese viaje lo ha hecho tantas veces el presidente del Gobierno que se ha convertido una rutina que no logra alterarle los pulsos.
       Le incomoda, si acaso, porque Rajoy es un tipo perezoso y apático.
          Y hago mención al caso porque me suscita reflexiones que quiero compartir.
          ¿Esperaba otra cosa la sufrida oposición?
      ¿Esperaba que un Rajoy contrito reconociera en sede parlamentaria estar al tanto de las oscuras tramas de su partido y del saqueo sistemático de las arcas públicas a las que el PP ha estado sometiendo a este país durante muchos años en cualquier lugar donde ejerciera labores de gobierno? 
      ¿Esperaba que pidiera perdón, se pusiera a disposición de la justicia y presentara su irrevocable dimisión...?
       No creo que nadie dude ya en este país de que Rajoy convive cómodamente con la mentira. Todos los políticos lo hacen y él, tras largos años de ejercicio, ha logrado una maestría que no resulta discutible.
       Tampoco creo que nadie dude de que el Partido Popular ha estado gestionada por cleptócratas y enfangado en múltiples casos de corrupción. Pero tampoco se puede dudar de que esa certeza no modificará un ápice el sentido del voto de sus fieles votantes. 
     En general, la víctima de la corrupción política es el Estado y la conciencia de la derecha sociológica tiende hacia la laxitud moral cuando la víctima es el Estado, el viejo enemigo que nos roba con impuestos lo que ganamos con el sudor de la frente.
      Rajoy era un político gris, prescindible, pero bien mandado y astuto; ahora ha devenido en político gris, perfectamente prescindible, del que solo se recordará que demolió el Estado y que supo sobrevivir a los mayores escándalos políticos que hayamos conocido en el actual periodo democrático de nuestra historia. 
         Recordaremos su cinismo hasta que caiga en el olvido.
       Y el Parlamento, en ocasiones, más parece un corral de comedias donde se representa una farsa interminable, en la que cada uno busca su momento de gloria, de protagonismo ante los medios o la ocasión del lucimiento para renovar el contenido de los foros sociales en los que tanto fían.
      Tengo la creciente sensación de que eso es todo, una parodia de lo que debiera ser un verdadero Parlamento.
       Se afronta lo irresoluble, -no hay capacidad de desalojar a Rajoy por el momento -, o lo inútil, como esa propuesta de Rivera sobre la duración limitada de la presidencia del gobierno. Incluso ocho años pudieran parecer una eternidad según el caso.
     A fuerza de ser honesto, no fue Rajoy el único cínico esmeradísimo de la comparecencia. El diputado Tardá no le anduvo a la zaga. Sobre su cínico discurso no se me ocurren calificativos publicables. 
         Vino a decir que la corrupción es una lacra española y esa es la justificación de esa demanda de una purísima República Catalana que se divisa ya a la vuelta de la esquina. 
       Habría que aclararle  que esa esperanza se ha asentado en los cimientos endebles de mentiras calculadas, y manipulaciones incontables y que se ha animado, como siempre sucede, con una calculada liturgia de banderas al viento enarboladas por una saga familiar de corruptos expertos que ha contado con una legión de cómplices. 
      Habría que contarle que cuando desaparezcan las banderas que ahora disimulan las miserias, habrá quien caiga en la cuenta de que las miserias siguen allí, intactas, permanentes, feroces, porque no hay frontera que pueda detenerlas. 
       Deberíamos avisar al señor Tardá de que estas miserias serán aun más aguerridas, porque estarán asentadas en una quiebra social de la que casi nadie se atreve a hablar. 
      Siempre hay quiebras y trincheras cuando una multitud se entrega a la liturgia de envolver el sentimiento en la tela manchada de sangre de cualquier bandera. Y ahora, suceda lo que suceda el uno de octubre, no será diferente. Todos habremos perdido algo.
         La nueva izquierda parece que solo aspira a ser el tribunal donde el pasado reconozca sus culpas. Pero con ello deja su culpa al descubierto. Quien de tal manera se encela con el tiempo pasado como señal de identidad, no tiene propuestas de futuro.
      Y  esta oposición tan plural y que prometía política verdadera, de pacto, de gestión de la vida cotidiana, se olvida por sistema, en un proceso de complicidad imperdonable con la derecha que gobierna, de lo que nos empobrece el presente y nos amenaza el futuro.
       Ese olvido desatiende el empleo, la calidad de los servicios públicos, la garantía de las pensiones, la educación, la protección de la creatividad, la investigación, el medio ambiente o el modelo de la España del futuro, por citar solo algunas cuestiones que, igual, ni siquiera resultan trascendentes para nadie.  
         Eso justificaría que no encuentren cabida en la agenda de nuestros cómicos de plantilla en el Corral de Comedias de la Carrera de San Jerónimo.

martes, 25 de julio de 2017

PRINCIPIOS



No hace mucho, en las elecciones generales del 2011, debatía en las redes con aguerridos anarquistas sobre los inconvenientes de la abstención que favorece, dadas las características de nuestra ley electoral, a los partidos más votados. La abstención no se traduce en escaños vacíos en el Parlamento. De ese voto se adueñan los partidos, porcentualmente, y convierten la abstención en votos propios. Enemigos irredentos, y por igual, del PP y del PSOE estaban empeñados en beneficiarlos con su abstención, puesto que a todas luces serían los dos partidos más votados
No abundaré en esa cuestión ahora.
Mi reflexión es otra. A pesar de que entonces di la batalla por perdida, debí ser muy convincente. Muchos de quienes en aquellos momentos me tildaron de votante colaboracionista con un régimen podrido y moribundo, son hoy el batallón más activo en la redes de Podemos. Tan activos que se diría que no tienen otro oficio que servir de voceros. 
Bien es verdad que pudiera haber razones más humanas. Quizás aspiran a figurar en alguna lista en el futuro; sospecho que esa avanzadilla de ecos sin reflexión y sin sustancia, espera ocupar pronto un sillón entre la casta que detesta.
Alguno de ellos me ha pedido hoy que firme un manifiesto de apoyo a la Constituyente de Maduro. Si la izquierda alternativa de este país no percibe en Maduro lo que  sin duda es,  un gobernante nefasto que ha arruinado al país más próspero de América Latina, un individuo mediocre y ambicioso con aspiraciones de dictador perpetuo que no respeta al Parlamento surgido de las urnas, que amenaza con la cárcel y la expropiación de sus bienes a jueces y fiscales que califican sus propuestas de ilegales y que está dispuesto a arrastrar a Venezuela a la guerra civil, esa izquierda alternativa necesita revisar a fondo sus principios. 
      Esa nueva izquierda corre el riesgo de aparecer como una propuesta decrépita y envejecida, enredada en remover los estantes polvorientos del pasado que no tiene remedio, porque resulta incapaz de ofrecer un modelo habitable de futuro en el que  este país encuentre motivos para el esfuerzo colectivo y noble. 
       No dudo que es un problema de cultura, de cultura democrática y de sentido de estado. En realidad, de cultura política, tan estrechamente unida a la reflexión y la lectura, dos actividades actualmente en desuso.

miércoles, 12 de julio de 2017

La capacidad creativa está obligada a jubilarse


            Se me habrá oído decir en muchas ocasiones que, al contrario de lo que suele suceder, mi jubilación no es para mí causa de júbilo alguno.  Me exigirá un esfuerzo de adaptación a una vida poco útil para nadie, vegetativa, contemplando cómo se acerca el temible deterioro físico que acarrea consigo la vejez, y quién sabe si también el otro deterioro definitivo, el mental; el que te arrebata la conciencia de ti mismo, de los demás, del mundo, y la capacidad de entender y comunicar. A partir de ahí seré nadie. Una carga dolorosa para otros.
            Amenazas temibles, pero también inevitables casi todas si el dado de la suerte no cae  de forma favorable.
            Frente a este discurso lapidario y dolorido, mucha gente me ofrece palabras de consuelo desinteresado y amable.
            Tú escribes,-afirman. Ahora tendrás todo el tiempo que quieras para esa afición tuya. Podrás escribir todo lo que no has escrito hasta ahora.
          En algo aciertan. Dispondré de más tiempo para escribir lo que me plazca. Pero no me puedo permitir que vea la luz. Por si las moscas.
        La mayor parte de las personas que me ofrecen ese consolador refugio desconocen el dilema al que se enfrentan en España los creadores jubilados; pongamos que yo, con mucho empeño,  pueda llegar a serlo. 
            España es de los pocos países de la UE en el que los escritores en edad de jubilación no pueden cobrar su pensión y lo que generan sus derechos de autor y otras actividades, si con ello se rebasa el cómputo anual del Salario Mínimo Interprofesional, según la normativa aprobada por el PP. Dicho cómputo anual era de 9.172,80 euros en 2016.
            Desde 1998, con la nueva ley del IRPF, los derechos de autor, conferencias y coloquios eran compatibles con el cobro de la pensión por la que se ha cotizado toda la vida laboral. Pero en 2013 el Gobierno del PP cambió las cosas al estado actual. Un creador jubilado sólo tiene derecho a percibir su pensión  si no supera con ella y con los derechos de autor el límite establecido del SMI.
            Mucho países de la UE, como Alemania, Austria, Chequia, Chipre, Estonia, Finlandia, Francia, Hungría, Italia, Liechtenstein, Luxemburgo, Noruega, Polonia, Portugal, Reino Unido y Suecia tienen establecido que “una vez cumplida la edad mínima de jubilación es posible acumular el cobro de la pensión de jubilación con el ejercicio de una actividad laboral o profesional, sin que exista un límite para los ingresos obtenidos por esta actividad, norma establecida pensando precisamente, aunque no de forma exclusiva, en la creación artística, literaria o científica.
            Limitar la creación bajo amenaza de hacerte perder la pensión es una medida inexplicable. Quizás no para el PP. De antiguo viene que la mayor parte de los creadores no comulga con este rancio partido plagado de cleptómanos, de corruptos y corruptores, y enemigo del Estado en su vertiente social.
            Más parece un ajuste de cuentas del ínclito Montoro que un asunto importante para las Arcas del Estado. La pensión de los creadores que podrían vivir de los derechos generados por sus obras es el chocolate del loro.
            ¿Acaso pierden su pensión los accionistas que ingresen dividendos de sus acciones por encima del SMI? ¿Se ven obligados quienes tienen ingresos por rendimientos inmobiliarios a renunciar a sus propiedades  o a las rentas de los alquileres para cobrar su pensión?
            ¡Pues, eso!  Un ajuste de cuentas del Consejo de Ministros con la chusma creativa y displicente, reacia a convertirse en un coro de acólitos.     
            He oído que hay iniciativas de PSOE, Podemos y Ciudadanos y que dichos partidos están a favor de que cambie esta situación con la aprobación del Estatuto del Artista. Pero sus señorías tendrán asuntos más urgentes que atender. Ya se sabe que la cultura en este país de creadores universales – esa sí es la marca España-, ahora es un asunto irrelevante, de minorías trasnochadas  y elitistas. Da pocos votos.
            Por tanto, poco consuelo deriva para mí de dedicarme a la escritura. Uno escribe para ser leído. Tener un relativo éxito editorial,-la flauta que sopló el burro- o conseguir uno de esos premios imposibles que siempre ganan escritores con contrato en la editorial que los convoca, resulta una amenaza para un escritor pensionista.
            Si te jubilas y no eres rico ya, en este país no puedes escribir, pintar, esculpir, diseñar o escribir una marcha procesional para la banda de tu pueblo. No sea que tengas algún pequeño éxito y te quedes sin pensión. A ver cómo la recuperas cuando el producto de tu éxito, breve y efímero casi siempre, se te agote.




martes, 11 de julio de 2017

¡Albricias, Montoro nos baja los impuestos!


            Hay estudios profesionales de los que no caben sospechas que estiman a cuánto asciende cada año el fraude fiscal en España.
            Estos estudios coinciden en que el fraude menos influyente es el fraude en el IRPF, es decir, en las rentas dependientes de trabajo asalariado, el único campo fiscal sometido a un rígido control. No obstante, el Estado deja de percibir en torno a 20.000 millones de euros por este capítulo.
            El fraude en el IVA y en el impuesto de sociedades supone de forma resumida la pérdida de otros 20.000 millones de euros.
            El capital huido y refugiado en paraísos fiscales deja de aportar  a las arcas del Estado en torno a 10.000 millones cada año.
            Y la puñalada más grave a los ingresos establecidos por la ley deriva de la economía sumergida. Una quinta parte, calculando de forma generosa, de la actividad económica del país es opaca, invisible para la Hacienda Pública; uno de cada cinco euros de los que circulan cada día por el país no cotiza, no paga impuestos, es dinero negro.
            Calculando sus ciclos y altibajos el fraude fiscal en España oscila entre los 80.000 y 100.000 millones de euros cada año.
            De hecho, la recaudación correcta  mantendría equilibradas las cuentas del Estado; las habría mantenido, incluso, en los peores momentos de la crisis, sin necesidad de recurrir a los fondos de inversión, a los usureros que generaron la crisis y nos hacen pagar las consecuencias de sus locuras económicas. Pero, con semejante panorama, el déficit será eterno y creciente o tendremos que sacrificar buena parte de los servicios públicos y de las pensiones para pagar nuestra deuda.
            Lejos de acometer reformas fiscales, destinadas a ejercer un control eficaz sobre esa forma de delincuencia empobrecedora y terrible, el Estado se ha dedicado a pedir dinero a crédito o a recortarnos los servicios que  nos debe.
            España dedica muchos menos medios al control del fraude fiscal que cualquier otro país europeo de nuestro entorno  y de ello se quejan continuamente los propios inspectores de Hacienda.
       Hay, además, una ley inicua que afecta profundamente a la persecución de esos delincuentes organizados. Es arbitraria, inexplicable, injustificable para cualquier ciudadano de a pie, y  establece la obligación de cerrar cualquier investigación fiscal en un plazo de doce meses. Es decir, cuando los inspectores comienzan una investigación por indicios de fraude, o encuentran pruebas fehacientes de la existencia del fraude en un año, o deben cerrar el expediente. Un plazo que no responde a ninguna razón lógica, y cuya única finalidad objetiva es la protección de los grandes evasores.
        El gran delito fiscal, el multimillonario,es difícil de investigar; cuenta con el apoyo de infinidad de expertos, economistas, asesores, abogados, bancos que blanquean y cierran el rastro de las cuentas… Una selva virgen.  
            En ocasiones, la Inspección Tributaria desiste de iniciar determinadas actuaciones, a pesar de la importancia de las cantidades defraudadas, por el convencimiento de que en el plazo establecido será imposible concretar las pruebas.
            ¿Por qué ningún gobierno ha propuesto el cambio de esta ley? ¿Es que nadie en el Parlamento es consciente de esta injustísima disposición que favorece el crimen organizado? No otra cosa es la evasión de impuestos.
            Parece duro, pero sólo cabe catalogarlo como complicidad necesaria  del Legislativo con los delincuentes de cuello blanco y maneras educadas.
           Lejos de afrontar la necesaria reforma fiscal, el Parlamento se ocupa de sus cosas.
            La derecha, seguramente complacida con la Deuda que ha aumentado durante su gestión  en 300.000 millones de euros, complacida con el saqueo de la Caja de Pensiones que ha dejado vacía, complacida con los copagos sanitarios, con las listas de espera de personas dependientes sin atender y que morirán sin ser atendidas, con los recortes en los servicios públicos y con la necesidad de recurrir a préstamos para pagar la pensiones de junio, nos bajará los impuestos, el “caramelito” de final de legislatura , en opinión de Montoro, que ahora se adelanta a petición de sus compañeros de viaje, la otra derecha de rostro juvenil que anda sacando pecho por su logro.
            Y la izquierda anda calculando cuántas Españas caben en esta vieja piel de toro o proponiendo maniobras divertidas  que merecen algún minuto de gloria, como la expropiación y conversión en economato de una catedral de Barcelona.
            Echo de menos el sentido de Estado necesario para que este país tenga un futuro razonable. Estoy convencido de que ese futuro es posible,  de que  el estado del bienestar no es inviable. España es viable si combate el fraude de forma eficaz. 
    El fraude sistemático , organizado y de larga duración ha generado nuestra deuda, no los servicios del Estado. 
     Basta ya de mentiras. La cuna de la pobreza la mecen con mentiras y verdades a medias.
            Lo inviable, lo inaceptable, lo ilegítimo es el fraude fiscal que goza de tan buena salud entre nosotros.
            También resulta inaceptable esta clase política, sin distinción de siglas, que oscila entre la desvergüenza, la ineptitud y la irresponsabilidad.
            Me avergüenzan casi sin excepción.

jueves, 6 de julio de 2017

No tenéis derecho a nada

         Miguel Ángel Belloso (@ChicoDeDerechas), en la Revista Expansión de la semana pasada nos ilustra sobre el viejo sueño de los verdaderos enemigos del Estado, el ultraliberalismo, cada día más arraigado y más nocivo, en tanto en cuanto su discurso, que destila babas venenosas como las que atribuyen a los dragones de Comodo, se hace fuerte y encuentra eco, incluso entre los parias de la tierra.
Lo alarmante es justamente eso, que el discurso de los enemigos del Estado se hace fuerte, encuentra resquicios, gana adeptos en una sociedad manipulable, inculta, irreflexiva, y probablemente cansada y confundida; una sociedad indefensa.
El tal Belloso ((@ChicoDeDerechas) se hace eco de un discurso del protagonista – magistralmente encarnado por  Kevin Spacey- de la serie “House of Cards”  que narra crudamente las miserias políticas que genera la ambición del poder, incluso en sistemas democráticos aparentemente irreprochables.
Frustrado en sus ambiciones cuando ya las tiene al alcance de la mano, en su despedida como presidente interino, ese político sin conciencia deja a sus conciudadanos un discurso demoledor.
Yo no he seguido la serie de forma regular, así que transcribo el resumen de Belloso; dice esto:

“Los políticos de Washington les mentimos. Habitualmente. Todos los días. No estamos aquí para servirles. Nuestro propósito máximo es ser reelegidos. Ése es nuestro deseo principal, y eso eclipsa nuestra voluntad de trabajar por el bien común. 
Pero yo hoy vengo a decirles la verdad. Y la verdad es que el sueño americano ha fracasado. Que trabajar duro y que cumplir con las normas no les asegura el éxito. La verdad es que sus hijos no tendrán mejor vida que ustedes si todo sigue igual. Hoy hay millones de desempleados que no encuentran trabajo y que no lo van a encontrar si nada cambia. 
Y bien: ¿qué es lo que lo impide?; ¿qué es lo que nos ha colocado en esta desagradable posición?; ¿qué es lo que nos perjudica? Pues se lo diré. 
Lo que lo impide es la seguridad social, el Estado del Bienestar y los derechos sociales. 
¡¡Los derechos sociales!! 
Esos son el problema. Esta es la clave, la raíz de nuestro fracaso”

Propongo humildemente que se tomen la ligera molestia de releer el párrafo anterior.
No es el producto de la mente imaginativa de un guionista pasado de rosca. Es el extracto de miles de discursos políticos que se van desgranando cada día como la gran verdad de nuestras vidas. 
Envalentonado, a favor de corriente, sin que se aviste una izquierda vigorosa en lontananza, con un precariado acobardado por la escasas o nulas expectativas laborales, ese discurso escapa del guión de una serie y cobra visos de proyecto político, un proyecto que se enuncia con tibieza, un territorio que se conquista poco a poco y luego se blinda con leyes emanadas de parlamentos aparentemente democráticos. Eso lo sabe el tal Belloso que cierra su exposición en la Revista con palabras vibrantes y autocomplacientes.

“Los que somos un poco inteligentes, los que hemos estudiado algo, sabemos que ese discurso es realmente fabuloso. Fascinante. Esconde un magisterio universal: el Estado del Bienestar ha reblandecido nuestra voluntad, ha cortado nuestras alas. La protección social indiscriminada ha producido una sociedad mediocre y temerosa. El Estado del Bienestar fabrica unos ciudadanos de tercera división. Esto es lo realmente importante del discurso…/..  ¡Que ha dado en el clavo del mal que asuela el mundo! 
España es un bueno ejemplo de lo que digo. Por eso, en aras de empezar una nueva era, las primeras palabras que un político de nuestra nación que se precie debería pronunciar serían éstas: "Españoles, no tenéis derecho a nada. Repito, no tenéis derecho a nada". Yo estoy altamente persuadido de que, al día siguiente, a todos nos iría bastante mejor.
Aceptar humildemente que no tenemos derecho a nada sería un buen punto de partida para volver a construir una nación sólida”.

No siente reparos en firmarlo. Seguramente se ufana ante los suyos. Incluso se califica de inteligente, porque ha estudiado algo. 
La vieja aspiración de la derecha y del liberalismo radical es  acabar con la vertiente social del Estado, salvaguardando solo sus funciones represivas para garantizar el orden que precisa la explotación económica de los recursos y de las personas sin grandes inconvenientes ni rechazos. Ya ni se preocupa de las apariencias. Y los más bocazas, los meritorios o los estúpidos, se convierten en voceros de sus verdaderas intenciones.
“Españoles, no tenéis derecho a nada. Os presento el estado ideal, la dictadura; construiremos una nación sólida, grande y libre, donde los derechos sociales no interfieran en la sana ambición de acumular riqueza”.
        Este inteligente individuo, que ha estudiado algo según proclama y yo no pongo en duda, se sentiría feliz si un dictador benéfico nos liberara de esta insoportable carga de derechos, de que acabara con la evolución social de la humanidad desde que nos alumbra la razón. 
     ¿Qué otra cosa es el progreso humano sino la lenta conquista de derechos en pos de esa vieja aspiración, rara vez cumplida, que es la igualdad ante la ley? 
     ¿No es ese el fundamento de la democracia? 
      Parece que el sentido de la democracia es el problema que el  "un poco inteligente y algo estudiado" articulista de Expansión no ha sabido resolver.
        Pero su discurso tiene un largo recorrido.
      "Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades". ¿Se nos ha olvidado que fue esa la gran coartada para justificar la crisis financiera que nos embistió? ¿Se nos ha olvidado que no la generaron los derechos sociales, ni la Seguridad Social, sino el ansia especulativa de la Banca de Inversión y de los Fondos de Riesgo americanos? ¿Se nos ha olvidado que la derecha gobernante ha utilizado esa coartada para desmontar en buena parte el Estado de Derecho que sancionó la Constitución del 78?
        El tiempo produce olvidos inevitables, pero hay olvidos verdaderamente peligrosos.











miércoles, 28 de junio de 2017

Corral de Comedias

         Al final la democracia se resiente. Porque cada día el escaparate político va pareciéndose más a una función teatral en la que cada actor realiza su papel durante la representación, según el guión establecido y sin intenciones de cambiarlo.
        Nos cuentan que Bárcenas ha sido fuerte, ha guardado silencio, ha retado  o, incluso, se ha mofado de la Comisión Parlamentaria.
         Pero, ¿acaso sus señorías esperaban otra cosa?
       ¡No!  Sin duda no esperaban otra cosa. Pero en algo han de ocupar el tiempo. Y en algo que parezca trascendente, que ocupe páginas en los periódicos y minutos en las noticias televisivas. Porque eso es lo que importa, el minuto mediático, la foto de portada, la apariencia.
          A nadie en su sano juicio le queda duda alguna sobre la corrupción institucional que ha arraigado en el partido Popular durante décadas, corrupción institucional que ha propiciado también la corrupción individual a niveles desconocidos. 
    Pero nadie en su sano juicio esperaría que estas comparecencias sobre la financiación irregular de ese partido tengan alguna consecuencia. No cambiará el sentido de un solo voto en este país cainita que vota con las tripas, con una arraigada conciencia guerracivilista de pueblo empecinado y primitivo, que concibe los bienes públicos como un cuerpo muerto, carroña que es lícito repartirse.
     Esta Comisión, como tantas otras, es una distracción inútil. En algo han de ocupar sus señorías su tiempo bien pagado.
     Y, al final, la democracia se resiente. Los ves ahí, empeñados en asuntos inútiles, y te parecen cobayas obstinándose en hacer girar la rueda que no puede avanzar, gastando energías de forma mecánica y estúpida.
           En lo demás, en las cosas que afectan a la vida de la gente, nada cambia. Quizás porque todo está atado y bien atado. Quizás porque todo es teatro puro, juego de roles para mantener las apariencias.
            Mientras, por citar solo algún asunto cotidiano de los que carecen de importancia como para merecer la atención de nuestros actores más cualificados, los autónomos españoles, en comparación con otros países europeos de mayor renta per cápita y mucho menor índice de paro, son tratados como los galeotes del sistema, altas cuotas, escasísimas prestaciones  y una desconfianza sistemática que los cerca cuando van al médico. No obstante, el Estado traslada al sistema educativo la obligación moral de formar emprendedores, es decir ilusos que sostengan el chiringuito mientras la evasión de impuestos del gran capital apenas se persigue o se estimula con amnistías fiscales vergonzosas.
       Y los creadores jubilados están amenazados de perder la pensión por la que han cotizado toda su vida laboral, si alguna de sus creaciones tiene éxito, aunque sea un éxito efímero y puntual.
     He ahí dos leyes, entre cientos, que merecerían reclamar la atención de esa caterva de actores bien remunerados que han prometido dejarse la piel para mejorar nuestras vidas, pero saben que todo es una farsa para tenernos distraídos.
   Al final la democracia se resiente cuando la gente comprueba  durante mucho tiempo que en el Parlamento falta corazón solidario con la gente, compromiso y sentido de Estado y sobran intereses, poses oportunistas, discursos que brillan un momento y se apagan como pavesas de papel, sin que a nada obligue a quien acaba de pronunciarlos, como si fuera el discurso un fin en sí mismo.
    Nos costó mucho cimentar la democracia. 
  No suponíamos que convertirían el Parlamento en un Corral de Comedias