Antonio Jiménez Casero
1997. Derechos donados a UNICEF
Incluido en la obra colectiva “El Bosque de los
cuentos”
Edición patrocinada por “El
Parque del Alamillo"
EL
EXTRAÑO CASO DE CAPERUCITA ROJA
El caso de Caperucita Roja
trajo cola en el bosque. Caperucita y su abuela habían desaparecido, y, al
parecer, se acusaba al lobo de haberlas devorado. Al día siguiente, muy de
mañana, ya andaba el bosque revolucionado. El sabueso Servilón y un ejército de
cazadores armados hasta los dientes seguían la pista del lobo por veredas y
claros, con no muy buenas intenciones.
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SERVILÓN
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Afortunadamente para él, el
lobo Inocencio había huido al roquedal más elevado, a una cueva segura, oculta
entre tilos bravíos y brezos muy espesos, jamás hollada por hombre alguno. Siguiendo los sabios
consejos de su madre, mientras fue lobezno obligado a aprender las reglas de la
supervivencia, había caminado un largo trecho por el centro del arroyo que
bajaba crecido con las lluvias de otoño.
De esta manera el fino olfato de Servilón había perdido
el rastro y los cazadores se desesperaban, buscando y buscando, para volver
siempre al mismo sitio, en un punto del arroyo, a partir del cual ya no había
ni rastro de Inocencio.
“¡Maldito lobo! ¡Que lo lleve el diablo!”, se decían los
unos a los otros, cansados de buscar.
Servilón, que era un perro tristón, aunque eficaz en su
oficio, comenzaba a perder la paciencia porque temía mucho a su dueño, cuyos
enojos, cuando perdía el rastro de una pieza, más de una vez lo habían
castigado sin su cena de huesos mondos y mendrugos.
Cuando la búsqueda inútil
llegó al cuarto día, los animales del bosque, obligados a permanecer en sus
madrigueras por temor a los hombres, padeciendo hambre y sed, decidieron que
había llegado la hora de celebrar una asamblea para buscar una salida a tan
desafortunada situación.
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UNA DE LAS HERMANAS CELERINAS
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Sobre todo, ahora que el invierno estaba próximo y había que hacer
acopio de alimento y terminar de llenar las respectivas despensas, para cuando
el frío viento del norte y las heladas terribles convirtieran el bosque en un
lugar desolado.
Así que la torcaz Alafuerte, la mensajera más veloz con
la que jamás contaron los habitantes de aquel lugar, voló a todos los rincones
para avisar de que aquella noche habría de celebrarse una junta de vecinos
afectados por la desaparición de aquella niña de la capa roja y de su anciana
abuela.
Se escogió para la celebración un espacioso claro del
bosque, y se estableció como hora propicia el momento en que la luna llena se
dejase ver por encima de la copa de los árboles; bien podéis imaginar que los
animales del bosque no tienen reloj, pero tampoco lo precisan, porque ninguno
trabaja en una fábrica, o en una oficina, ni va a perder un autobús, o un tren,
o un avión, por falta de reloj.
En parte se escogió aquella hora porque, a la llegada de
la noche, los cazadores, cansados de escudriñar inútilmente matorrales, sotos,
umbrías y covachuelas, se marchaban a sus casas suspirando por un plato de sopa
bien caliente y por un colchón blando donde vencer el cansancio.
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ATENEO
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En parte se eligió, también, porque
era la hora en la que el presidente electo de la Asamblea para aquel semestre,
el búho Ateneo, solía estar más despierto. No resultaba muy útil celebrar
una Asamblea con el presidente
dormitando sobre una rama de alcornoque. Así no hay quien tome decisiones.
Conviene explicar que, en el
bosque, hace ya siglos el sistema de gobierno es la Ecologicracia, que viene a
ser algo así como que cada ser vivo tiene sus funciones y las cumple sin
demasiadas alharacas.
Cumplir cada uno sus
funciones es bueno para todos los demás, aunque eso de la pirámide ecológica es
bastante duro. Cualquiera se da cuenta. Y lo saben, sobre todo, los animales a
los que toca acabar en la despensa de los depredadores.
Pero cada uno acepta su papel sin rechistar. Rebelarse
contra eso es un esfuerzo inútil. Así que cada uno aprende de sus padres las
normas de supervivencia y procura tener una vida lo más feliz posible; y lo más
duradera.
Nunca se ha visto al conejo haciéndose el héroe delante
de la zorra; sabe que, si lo hiciera, dejaría de ser conejo saltarín para
convertirse en suculenta cena. Por eso, aunque la vida en el bosque es dura, es
también una vida interesante y da más satisfacciones que sobresaltos.
En la Ecologicracia hay normas importantes. Una es que,
durante la Asamblea y hasta bastante tiempo después de terminada, los
depredadores respetan a sus presas. Es una buena norma. De otro modo
difícilmente podrían los animales celebrar sus juntas de vecinos. Vencidas las
desconfianzas primeras, nunca pasa nada. Nadie se come a nadie en esas horas de
paz impuesta por el sentido común. Todo lo más, alguna mirada golosa de la
zorra hacia el rollizo faisán. En las Asambleas se peca de pensamiento, pero
nunca de obra. El castigo es muy duro. En caso de que algún animal hambriento
no respetara esa norma de convivencia, sería desterrado del bosque; se le
condenaría a los campos de cultivo donde gobierna el hombre. El hombre es un
enemigo peligroso; defiende a los domésticos con ayuda de los fieros mastines
armados con collares de púas; monta en sus límites trampas de acero con dientes
tan afilados y tan fuertes como los del oso Pantagruel; mantiene en sus
corrales, bien alimentados, a peligrosos podencos y a sabuesos de olfato
finísimo, como Servilón.
El destierro a los campos sin árboles es un castigo terrible . Uno puede permitirse una aventura nocturna en esos peligrosos lugares, si es valiente y atrevido, pero de eso a vivir allí de forma permanente media un trecho. Ninguno de los animales del bosque se atrevería. Ni siquiera el oso Pantagruel, que tanto presume de su fuerza ante los otros.
Otra norma importante es que al hombre hay que mantenerlo lejos del bosque; en número pequeño, todavía resultan llevaderos, dañan poco y su peligro resulta previsible; pero una multitud de humanos en el bosque resulta una amenaza demasiado grave; acabarán con el bosque en un santiamén.
Especialmente hay que evitar convertirse en su enemigo, porque es un enemigo de cuidado. Tiene memoria duradera para el odio y el miedo. Sin embargo, en caso de penurias y estrecheces, si el hambre aprieta de verdad, está permitido apropiarse de algún doméstico, sobre todo si es un animal pequeño, de los que el hombre no tiene en mucha estima. En cualquier caso, hay que extremar la precaución, hay que ir siempre con cuidado, porque aunque sea lento, miope, un bípedo con equilibrio inestable, temeroso del agua, inútil en el aire y bastante débil, como un animal a medio hacer o que tuviera los instintos atrofiados, el animal humano es perseverante, astuto, observador, paciente, capaz de inventos que te matan a muchísima distancia y, llegado el caso, es capaz de grandísimas crueldades.
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El destierro a los campos sin árboles es un castigo terrible . Uno puede permitirse una aventura nocturna en esos peligrosos lugares, si es valiente y atrevido, pero de eso a vivir allí de forma permanente media un trecho. Ninguno de los animales del bosque se atrevería. Ni siquiera el oso Pantagruel, que tanto presume de su fuerza ante los otros.
Otra norma importante es que al hombre hay que mantenerlo lejos del bosque; en número pequeño, todavía resultan llevaderos, dañan poco y su peligro resulta previsible; pero una multitud de humanos en el bosque resulta una amenaza demasiado grave; acabarán con el bosque en un santiamén.
Especialmente hay que evitar convertirse en su enemigo, porque es un enemigo de cuidado. Tiene memoria duradera para el odio y el miedo. Sin embargo, en caso de penurias y estrecheces, si el hambre aprieta de verdad, está permitido apropiarse de algún doméstico, sobre todo si es un animal pequeño, de los que el hombre no tiene en mucha estima. En cualquier caso, hay que extremar la precaución, hay que ir siempre con cuidado, porque aunque sea lento, miope, un bípedo con equilibrio inestable, temeroso del agua, inútil en el aire y bastante débil, como un animal a medio hacer o que tuviera los instintos atrofiados, el animal humano es perseverante, astuto, observador, paciente, capaz de inventos que te matan a muchísima distancia y, llegado el caso, es capaz de grandísimas crueldades.
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Si Inocencio había atacado a
ese enemigo formidable, merecía su castigo: el destierro a las tierras de
labor, donde Servilón pudiera encontrar su rastro y los cazadores dieran buena
cuenta de él. El bosque podría recuperar su vida apacible y cada uno dedicarse
a su trabajo.
De otro modo, si era cierto lo que se rumoreaba, y el lobo
Inocencio no había devorado a Caperucita y a su abuela, habría que buscar la
solución más justa. A fin de cuentas, Inocencio, aunque brusco, no dejaba de
ser un compañero en peligro.
De manera que aquella noche, al aparecer la luna llena
sobre las copas de los robles,estaba a punto de comenzar una Asamblea en el
bosque que se prometía la mar de interesante.
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Ateneo, como correspondía a un presidente orgulloso y pagado
de sí mismo, llegó el último. Para entonces la Asamblea era ya una jaula de
grillos, porque todos creían tener alguna primicia que contar y porque cada uno
creía estar en posesión de la verdad y pretendía convencer a su vecino. Todos hablaban
a la vez. Nadie escuchaba a nadie. Era imposible sacar ninguna conclusión en
aquella especie de gallinero de gente gritona y parlanchina. Ya sabéis, para
enterdernos, cuando uno habla los demás escuchan. Si no, es que no hay manera.
Con su frío siseo pidió silencio el búho. La verdad es que
era un presidente con mucha autoridad. Giró su cabeza con la elegancia
orgullosa de un patricio romano, clavó sus ojos enormes en la concurrencia, y
resumió los motivos de la Asamblea. No se extendió mucho porque era de natural
poco hablador, como corresponde a una rapaz nocturna solitaria, y porque todo
el mundo tenía ya bastante información. Un buen presidente tiene que dar
ejemplo: hacer mucho y hablar menos.
Los animales nocturnos estaban muy de acuerdo. La noche es
breve y , una vez pasado el tiempo de cortesía, con un poco de suerte aún
podrían llenar el estómago con algún despistado que se quedara rezagado por el
bosque.
Luego Ateneo cedió el turno de palabra a los asistentes. Por las aves habló primero la cigüeña Crotorina, muy a pesar del águila Rómula que, sabiéndose en la cima de la pirámide ecológica, aspiraba a imponer siempre su opinión; pero era maleducada y orgullosa y, a veces, hasta resultaba despreciativa porque era la reina indiscutible de un medio tan difícil como el espacio vacío. Los demás respetaban más a Crotorina, que era cortés y hablaba idiomas. No en vano se pasó la juventud cultivando exquisitas relaciones en París, yendo y viniendo por su negocio del transporte de recién nacidos. Crotorina era un ave prudente y sabía reservar sus opiniones hasta haber escuchado a los demás; sólo hablaba si se lo pedían.
Luego Ateneo cedió el turno de palabra a los asistentes. Por las aves habló primero la cigüeña Crotorina, muy a pesar del águila Rómula que, sabiéndose en la cima de la pirámide ecológica, aspiraba a imponer siempre su opinión; pero era maleducada y orgullosa y, a veces, hasta resultaba despreciativa porque era la reina indiscutible de un medio tan difícil como el espacio vacío. Los demás respetaban más a Crotorina, que era cortés y hablaba idiomas. No en vano se pasó la juventud cultivando exquisitas relaciones en París, yendo y viniendo por su negocio del transporte de recién nacidos. Crotorina era un ave prudente y sabía reservar sus opiniones hasta haber escuchado a los demás; sólo hablaba si se lo pedían.
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Es una situación complicada –dijo.
Sobre todo, para Inocencio. Suponiendo que no hubiera devorado a las humanas,
¿cómo podremos demostrarlo…?
Suponiendo que no hubiera devorado a las humanas, todo se andaría – dijo
entonces el zorro Sapienter, plateado y presumido, que se las daba de sabihondo
y que hablaba siempre con una sonrisa enigmática bailándole en su afilado
hocico.
Habló luego el rebeco Ariete.
Los rumiantes lo admiraban por su valentía demostrada ante los depredadores. Al
lobo Inocencio lo detestaba especialmente, casi tanto como al águila Rómula. El
lobo se pasaba los inviernos acechando a su rebaño y alguna vez se vio obligado
a plantarle cara enseñándole su formidable cornamenta. Pero el águila, que
atacaba desde el aire y se arrojaba velozmente sobre las crías indefensas, era
un enemigo más temible del que resultaba casi imposible defenderse.
No supongamos nada – dijo golpeando
enérgicamente el suelo con sus pezuñas, para demostrar su enfado. Conociendo a
Inocencio, cualquier cosa es posible ¡Ni a las crías respeta!
Entre los herbívoros hubo un
murmullo de aprobación.
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PANTAGRUEL
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El oso Pantagruel, que era un animal bastante rudo, no pudo pasar por
alto la insinuación malévola ¿Cómo soporta uno la tentación de llevarse a la
despensa a una cría, tan tierna, tan indefensa, tan fácil de cazar? ¿Habrá algo
más lógico y natural?
No saquemos las cosas de su quicio –gruñó malhumorado. El asunto de las crías no es lo que debemos debatir. A mí me aguarda una hibernación de muchos meses y tengo trabajo por hacer…
No saquemos las cosas de su quicio –gruñó malhumorado. El asunto de las crías no es lo que debemos debatir. A mí me aguarda una hibernación de muchos meses y tengo trabajo por hacer…
¿Cómo robarle sus nueces a una honrada ardilla…? –le interrumpió
una de las chillonas hermanas Celerinas, que habían tenido esa misma mañana una
discusión bastante seria con el oso por la propiedad de unas nueces caídas del
nogal.
¡Orden! ¡Orden! – habló Ateneo desde su rama. ¡Y tú,
Celerina del diablo, no hemos venido a hablar de nueces esta noche!
Los omnívoros somos unos
incomprendidos – protestó Pantagruel, mientras levantaba una zarpa amenazadora
en dirección a las hermanas Celerinas, que se apresuraron a buscar cobijo.
¡Orden en el claro del
bosque! – gritó el búho. Os recuerdo que hemos venido a debatir el caso de
Caperucita Roja. Es el turno de los roedores.
Un ratón canoso y viejo, Pérez de apellido, pero de nombre tan
desconocido que nadie, ni él mismo, lo recordaba, avanzó desde los últimos
lugares de la asamblea donde la prudencia le recomendaba permanecer, lejos del búho cuyos ojos le ponían la de carne
gallina. Sin embargo, a sus años, sabía sobreponerse a sus temores. Era un ratón
valiente de verdad.
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PÉREZ
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Además, coleccionaba dientes
de leche. Tenía un pacto secreto con todos los niños del mundo. Consiste en que
los niños le dejan sus dientes de leche bajo la almohada cuando llega la hora
de cambiar la dentadura infantil por unos dientes duraderos, para el resto
de la vida si se les presta el cuidado necesario, y Pérez, el ratón valeroso,
se los lleva para su colección y deja una moneda bajo la almohada en señal de
agradecimiento.
Se le suponía un ratón
adinerado. Ahora bien, de dónde sacaba el ratón Pérez las monedas es el secreto
mejor guardado del mundo. Nadie lo sabe con certeza, aunque hay rumores de que
hizo su fortuna incalculable enrolado como ratón de bodega en un barco pirata,
cuyo capitán, el malvado capitán Garfio, se las tuvo tiesas con un duende famoso
llamado Peter Pan. Si fue un ratón pirata, nadie lo ha demostrado todavía. De cualquier manera,
había que ser muy valeroso para salir de noche a conseguir piezas para su
colección, cuando los niños duermen, con el búho vigilando sus movimientos.
Pero un pacto es un pacto, y hay que respetarlo.
Era también un buen orador.
Llevaba ya muchas Asambleas a las espaldas.
Algo trama el hombre –comenzó diciendo. Hizo una pausa
muy estudiada y logró su objetivo. Por fin la Asamblea guardó un silencio
sepulcral.
Hemos tenido muchas crisis, muchas amenazas – siguió, por
fin, Pérez. Y en todas ellas ha sido el hombre el responsable. Yo no sé qué ha
sucedido, pero, ¡seguro que el hombre tiene algo que ver en esta historia!
Mi hijo es inocente –intervino por fin la loba Capitolia. Era una loba
fuerte, autoritaria y respetuosa de las normas. He educado a mis hijos como
convenía. A veces son violentos, porque está en la naturaleza del lobo buscarse
el sustento con violencia. Pero no son crueles, ni imprudentes. Mis hijos nunca
han atacado al hombre.
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CAPITOLIA LLAMANDO A SU MANADA
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En eso estoy de acuerdo –dijo
el ratón viejo.
Las opiniones no sirven para
tomar decisiones importantes –dijo entonces el águila Rómula a la que la presencia
de los cazadores no preocupaba demasiado, y que empezaba a impacientarse.
Necesitamos pruebas. Si no hay pruebas, mejor dejar al lobo Inocencio en los
campos de cultivo y así podremos dedicarnos a nuestros asuntos.
Entonces, moviendo su
hermosa cola plateada, avanzó Sapiénter hasta el centro del claro; la luz de la
luna se reflejaba sobre su cuidado pelaje. Sin duda había estado esperando su ocasión. Se
diría que tenía respuesta a cualquier duda y que saboreaba con mucha antelación
su propio éxito ante toda la Asamblea. Todos pensaban que era un raposo demasiado presumido.
Pero, la verdad era que, como
detective aficionado, había resuelto ya bastantes casos en el bosque.
Seguramente, -pensaron- , siendo tan observador, tan astuto y tan atrevido
tendría ya la solución.
Inocencio no es precisamente
mi amigo; tampoco se puede decir que sea un amigo de todos los presentes, a
muchos de los cuales persigue cada día para convertirlos en su almuerzo; pero
el equilibrio de este bosque necesita a todos los que estamos aquí; si no, se
moriría. También necesitamos a Inocencio. Aquí hay animales que callan, pero
tienen datos que pueden servirnos para solucionar este caso.
Los animales se miraron unos
a otros, interesados por el cariz que estaban tomando las cosas. Sapiénter estaba planteando un plan interesante, poner en común lo que cada uno sabía, colaborar ; quizá de esta manera se podía progresar en la solución del caso de la niña de la capa roja y su anciana abuela.
Veamos –prosiguió
Sapiénter, dirigiéndose a Pantagruel, ¿cuándo fue la última vez que fuiste a
robar miel en las colmenas de la abuela de Caperucita, las que tiene al lado
mismo de su cabaña?
COLMENA CREEMOS QUE ERA LA CABAÑA DE LA ABUELA
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Pantagruel se quedó
pensativo un largo rato, como un oso que intentara hacer memoria. Luego dijo:
La semana pasada,creo… Pero yo nunca he atacado a los
humanos. Y mucho menos he devorado a esa niña y a su abuela.
Y se volvió hacia la asamblea abriendo sus brazos
poderosos, compungido, temiendo que alguien lo acusara de forma inesperada de
haber causado aquel alboroto en el corazón del bosque.
Os lo juro – musitó. Y parecía a punto de empezar a
llorar. Nunca se ha visto un oso tan triste en toda la larga historia de los
plantígrados. Porque Pantagruel era brusco, gruñón, malhumorado, ansioso a la hora de comer, pero en el fondo era un animal noble, con corazón de niño. No sería el primer oso bueno de los cuentos. Recordad que hubo otro oso de corazón muy noble, que atendía por Baloó y que habitó en el Libro de la selva.
¿Cómo ibas a
devorarlas, si no llegaste a verlas, animal? – le contestó Sapiénter. Y yo lo
sé porque hace ya diez días que acecho a las gallinas de su corral, y la cabaña
está cerrada a cal y canto; nadie cuida la huerta, ni riega las macetas, ni
huele a comida recién hecha…
Luego se volvió poco a poco hacia otro rincón de la Asamblea; lentamente, como un actor que se sabe contemplado por un auditorio entregado.
Y el conejo Zanahorio, ¿qué puede decirnos al
respecto?- preguntó, dirigiéndose a un rincón escasamente iluminado por la luna, donde los animales más pequeños guardaban las distancias que recomendaba la prudencia. Y luego de un silencio breve y estudiado, prosiguió: Porque todos sabemos que frecuenta el huertecillo de la abuela para
atiborrarse de las estupendas hortalizas.
Es que los humanos cultivan verduras
exquisitas… Pero yo nada le hecho a la abuela de Caperucita. Y menos, a la
niña, que me resulta simpática.
Sapiénter soltó una carcajada.
¿Cómo podría hacerles daño un conejo
a los humanos…? Nadie te acusa, ¡hombre! Pero, dinos, ¿cuánto tiempo hace que
no ves a la abuelita?
Más de un mes – respondió Zanahorio.
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PARDILLO |
Pues si hace ya un mes que
falta de su casa, Inocencio no ha podido devorarla, porque hace un mes
Inocencio estaba en el monte en una partida de caza con su madre Capitolia. Yo
lo vi. Y estuvo allí hasta que empezaron las lluvias; más de tres semanas –dijo
el buitre Leonardo, que acababa de llegar, porque de noche suele extraviarse
con facilidad. ¡Asunto resuelto!
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COLORINES |
¡Eso, eso! ¿Qué sabemos de Caperucita? – dijo el búho
Ateneo por decir algo, y porque nadie olvidara quién era el presidente.
¡Una niña muy traviesa que se escapa de la escuela y que
venía a perseguirnos! – afirmó una de las ardillas Celerinas.
¡Una niña desobediente que venía sola al bosque, aunque
su padre se lo tenía prohibido! – dijo el ratón Pérez. Tuve ocasión de escuchar
a sus padres quejándose de su comportamiento.
Parece que vamos adelantando
algo, dijo entonces Sapiénter. Pero, tengo un testigo que no es miembro de la
Asamblea del Bosque; solicito el permiso del presidente para que pueda comparecer
ante nosotros.
Si ha de ayudarnos a solucionar el caso, que intervenga –
respondió Ateneo.
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LIBERTO
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Sapiénter silbó en dirección a la espesura y al poco
apareció en el claro del bosque un perrucho canelo, que estaba en los puros
huesos. Se llamaba Liberto. En la Asamblea hubo un murmullo de desaprobación.
Era un animal doméstico. Sapiénter solicitó silencio con un gesto.
Realmente Liberto no es un doméstico. Sus dueños lo
abandonaron en la carretera, cuando iban de vacaciones a la playa. Desde entonces
vive entre el bosque y el pueblo. Por la noche rebusca en las basuras de los
hombres y durante el día se oculta en nuestro bosque, porque ya no se fía de
los humanos.
Como frecuenta el pueblo, -
siguió el zorro - , me ha parecido un testigo estupendo, porque conoce a los
hombres mejor que cualquiera de nosotros.
Y luego, dirigiéndose al perro flaco:
¿Qué puede contarnos de Caperucita y de su abuela, amigo
Liberto?
Inocencio no ha devorado a nadie – dijo entonces Liberto.
La loba Capitolia le sonrió agradecida. Hace ya más de un mes -continuó
Liberto su relato- que los padres de Caperucita convencieron a la abuela de que
el bosque no era el sitio adecuado para que viviera en él una persona anciana y
solitaria. Como ha vivido siempre en este bosque, y es muy cabezota, decidió no
vivir en casa de su familia y se ha marchado a una residencia de ancianos a la
ciudad.
Una noche – dijo. La
temporada de caza en el monte ha sido mala y el invierno es largo. Había que
alimentar a la manada. Bien sabéis que el cordero es uno de nuestros platos
favoritos.
¡Exquisito! – murmuró relamiéndose Pantagruel.
¡No es justo!- gruño ferozmente Pantagruel levantando sus zarpas sobre su cabeza en gesto amenazador.
¿Y qué ha sido de Caperucita? – preguntó Ateneo. ¿Lo
sabes tú…?
Por lo que sé, –contestó
el perro abandonado- , Caperucita suspendió muchas asignaturas el curso pasado.
Nunca estudia. Bien sabéis que se pasaba el tiempo paseando por el bosque. Y
sus padres decidieron meterla en un internado durante este curso. Así no podrá
escaparse de clase. De este modo esperan que siente
la cabeza.
El lobo es inocente- dijo Ateneo. Lo que no comprendo,
entonces, es por qué persiguen a Liberto.
Intervino de nuevo Sapiénter.
Probablemente estemos confundidos y no persigan a
Inocencio por el caso de Caperucita. Veamos, Capitolia, ¿habéis atacado
recientemente a los rebaños de los humanos…?
Capitolia agachó la cabeza avergonzada. ![]() |
LA MANADA DE CAZA EN LA MONTAÑA
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¡Exquisito! – murmuró relamiéndose Pantagruel.
¡Glotón! – le reprochó una de las ardillas Celerinas.
Ya tenemos la causa – dijo Sapiénter. Así que no es
preciso expulsar del bosque al lobo Inocencio.
El águila Rómula, inquieta ya, rebulló en su rama y
sacudió sus alas, como si estuviera dispuesta a emprender el vuelo en un
instante.
Lo que no comprendo es por qué lo acusan los humanos –
dijo como si hablase para si misma. No lo comprendo ¡vamos! ¿ Me lo puede
explicar alguno de vosotros?
Es fácil de explicar –dijo Liberto.
Los humanos han aprovechado que Caperucita y su abuela ya no están en el pueblo
para hacer correr la voz de que
Inocencio las ha devorado. Por miedo al lobo consiguen que otros niños, asustados,
no vengan solos al bosque, donde pueden perderse o sufrir un accidente. Ya
sabéis que los hombres no saben defenderse bien en los parajes naturales.Son débiles y torpes. Y sus cachorros se desorientan fácilmente, se pierden y resulta difícil encontrarlos. Ahí tenéis la explicación.
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¡No es justo!- gruño ferozmente Pantagruel levantando sus zarpas sobre su cabeza en gesto amenazador.
¡Desde luego que no! – le apoyaron a coro las hermanas Celerinas. Los humanos no tienen
consideración con los habitantes del bosque. Nos dejan abandonadas en nuestras
casas sus latas de conserva, sus bolsas de plástico y sus basuras; nos
persiguen con sus perros domésticos; nos envenenan el agua de los arroyos con
sus abonos químicos; a veces, nos incendian nuestras casas por su imprudencia
con el fuego; y ahora, encima, acusan al lobo sin razón ¿ A donde iremos a
parar…?
Eso, ¿a dónde iremos a parar? – repitió el búho Ateneo
que ya llevaba un buen rato en silencio, con un ojo cerrado.
Lo importante – resumió Sapiénter, para demostrar que él había sido el
personaje principal de la Asamblea – es que entre todos hemos encontrado la solución.
Se demuestra que colaborando es más fácil encontrarle salida a los laberintos.
Entre todos hemos logrado devolverle al lobo su buen nombre, sin cometer el error de imponerle
un castigo inmerecido e injusto. Y, mientras los niños de ahora van creciendo, nos toca a nosotros defender el bosque. Sé que cuando
los niños de ahora se conviertan en adultos, entenderán nuestro lenguaje y
podremos explicarles que el lobo no devoró a Caperucita. Quizá para entonces ya lo sepan. Puede que entonces
haya paz entre los hombres y los habitantes del bosque.
Y como Sapiénter habló con mucha
razón y aquella noche ya no parecía tan presumido, la Asamblea le dedicó un
aplauso muy sincero que logró emocionarlo. Hasta el águila Rómula se emocionó
ligeramente, aunque procuró disimularlo, porque era un animal muy orgulloso.
Liberto fue invitado a vivir en el bosque para siempre y se le nombró miembro
honorario de la Asamblea, porque se había manifestado como un animal
inteligente y solidario, capaz de ayudar a otro animal necesitado sin solicitar
ninguna recompensa.
No digo que desde entonces
vivieron felices, porque no es cierto. Y porque el asunto ese de la pirámide
ecológica se las trae; es algo duro, como bien sabéis. Pero esa es la ley
principal de la naturaleza y los habitantes del bosque la aceptan y procuran
tener una vida útil y duradera. Casi todos lo consiguen.
La abuela sigue viva y saludable. Cabezota como es, vuelve a visitar
su cabaña todas las vacaciones de verano y la mantiene bastante bien
conservada, porque espera volver a vivir algún día en el bosque, su lugar
preferido. Los animales la visitan a distancia y comentan entre ellos que, a
pesar de la edad, se mantiene activa y vigorosa. Una consecuencia – se dicen-
de haber vivido siempre de forma sana en el medio natural. Los habitantes del
bosque han sido siempre fuertes y sanos- se dicen orgullosos.Incluso, los humanos.
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Caperucita nunca dejó su
capa roja, o sus abrigos rojos, o sus impermeables rojos, o sus botas rojas. Le
encanta el color rojo para vestir.
Sentó la cabeza, por supuesto y estudió bastante. Ahora
es profesora en un pueblo recostado en la falda de la montaña a cuyos límites alcanza
un bosque frondoso, lleno de arroyos y de animales que se dedican a sus asuntos.
Para recordar sus aventuras
infantiles organiza excursiones con los escolares por el bosque vecino y les
explica que el bosque es como un ser vivo gigantesco y generoso que cuida de los hombres.
Se le ha oído decirles que un bosque es algo tan hermoso
como las catedrales o los museos. Y que hay que respetarlo porque en su
interior nace la vida que luego se extiende por la tierra desde su corazón oculto y misterioso.
Y yo os digo que Caperucita sabe bastante bien de lo que
habla.
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