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jueves, 30 de enero de 2014

Sumergidos

    Ayer sin ir más lejos La Asociación de Técnicos de Hacienda presentó un estudio que eleva el índice de la economía sumergida en España hasta el veinticinco por ciento. De cada cien euros que el tejido productivo genera en España, veinticinco no colaboran al sostén del Estado, al mantenimiento de los servicios públicos que la Constitución y la democracia que nos dimos garantizan, ni a paliar las consecuencias de la crisis que ese mismo capitalismo insolidario y ladrón ha contribuido a generar.
     La cuarta parte de los ingresos que el Estado debiera percibir por esta vía se esfuman cada año, mientras la miseria crece sobre el solar patrio a la  velocidad de los neutrinos.
     El dinero negro que circula por las cloacas de este país de corruptores y corruptos, de cómplices del crimen permanente que escapan ilesos casi siempre, bastaría para sacarnos de la crisis en un suspiro breve.
      Pero ese no es el objetivo. La crisis es el punto de apoyo que Arquímedes buscaba para mover el mundo.  Los canallas lo han inclinado hacia su plato que rebosa. Y a nosotros nos dejan las sobras de su mesa y una vejez indigna . Porque al tiempo nos llegan las nuevas exigencias de quien mueve los hilos- Bruselas, El F.M.I. La O.C.D.E- sobre la conveniencia de afinar en las reformas laborales hasta que todos seamos trabajadores en precario, predispuestos a aceptar cualquier miseria que quieran ofrecernos. 
    Y suena el río, luego agua lleva, de que los funcionarios públicos habrán de prolongar su vida laboral hasta los sesenta y siete años y el número de años cotizados hasta casi los cuarenta para percibir la totalidad de su pensión. 
       Sumergidos sin duda. ¡En mierda!
        Y no es este gobierno. Es una maldición que pesa sobre nosotros desde siempre. Nadie persigue a los ladrones , les exige lo que es nuestro y los lleva a la cárcel. 
         Si se perpetra el crimen y esa ley atraca en nuestro puerto, el problema de los que nacimos en el ecuador del siglo XX será sobrevivir en los pasillos de los centros escolares, apoyados en el andador o en el bastón, al posible atropello de la chiquillería que corre y se persigue;  pero quienes vienen detrás nunca alcanzarán una pensión decente. 

martes, 28 de enero de 2014

Pigmalión está vivo

   Como profesor colaborador en el desarrollo de la asignatura instrumental "Proyecto Integrado" de mi Centro, hoy he tenido la oportunidad de revisar uno de los trabajos del alumnado parcialmente tutorado. Parcialmente, porque mi responsabilidad es valorar aquello que tiene que ver con la disciplina que yo imparto, en este caso comprobar que la traducción de los hexámetros de Ovidio en los que el poeta romano desarrolla el mito de Pigmalión y Galatea, es una traducción correcta.
         Me enorgullece la orientación de esta asignatura en nuestro Centro. Se enseña al alumnado a buscar información sobre un tema de su elección, a organizarla para que se transforme en conocimiento útil, a expresarla por escrito según las exigencias formales de la Universidad para los trabajos de investigación, y a defenderla en público mediante cualquier procedimiento de los considerados TIC.
        Conozco Centros Privados donde el coste mensual de una plaza escolar equivale a  dos salarios mínimos que desprecian el Proyecto Integrado como elemento formativo. En su lugar refuerzan asignaturas troncales que el alumnado debe afrontar en las pruebas de selectividad. Su éxito publicitario, -gastan dinero en publicar esos resultados en la prensa-, es que obtienen el cien por cien de aprobados en esa pruebas de ingreso en la Universidad. Nosotros, con frecuencia, también. No gastamos un euro en publicarlo.
         Wert quiere ponernos a competir con ellos. Cuando quiera; no me da miedo el reto. Ellos, como cualquier empresa que busca rendimiento, se preocupan de lo inmediato y de la imagen de la marca. Nosotros cuidamos el producto, incluso ofreciéndole instrumentos para cuando ya no dependan de nosotros. Y con dinero público, gratis total. No hay color.
         El mito en cuestión narra cómo Pigmalión, rey de Chipre, vivía célibe y sin compañera en el lecho porque detestaba los vicios y maldades de todas las mujeres de su reino. Pigmalión tenía habilidades notables como escultor. Así que por distraer su soledad o quien sabe con qué inconfesas pretensiones eróticas, esculpió una figura femenina dotada de una hermosura prodigiosa con la que ninguna mujer puede nacer.
         Y sucedió lo que esperáis que sucediera. Se enamoró de una figura hermosa, pero inerte y sin el valor primordial, que no es otro que el latido de la vida.
         El mito cuenta que le hablaba, la acariciaba y la colmaba de regalos.
         Afrodita, o Venus si acaso os resulta más familiar su nombre en Roma, que siempre anda enredando en historias como esta, quizás agradecida porque la figura de mármol reproducía sus propios encantos de diosa incomparable, rotunda y hermosísima, o movida por los ruegos del regio escultor enamorado que solicitaba una esposa similar a su obra, le concedió el deseo secreto. No fue una esposa similar; dotó de vida a la escultura. Y ya fueron felices.
         Late en el mito, antes de que vosotros lo digáis, esa poderosa corriente de misoginia que nace, probablemente, con el propio ser humano y no quiero extenderme en las razones. Ejemplos a mansalva proporcionan las fuentes literarias. Eva y Pandora bastarán como muestra. Las mujeres viciosas y cargadas de defectos no merecen el interés de Pigmalión. Y luego Venus, una diosa mujer a fin de cuentas, lo secunda. ¡Buena historia!
         Pero hoy yo quiero hablaros de otras cosas.
         Las conclusiones del trabajo de estas muchachas de Bachillerato sobre la pervivencia del mito en el Arte, en la Literatura, en el cine y en estudios relacionados con la Siquiatría, la Sociología o la Ética, son acertadas y precisas. Ellas me han inspirado hoy. Porque además de la pervivencia del mito a lo largo del tiempo, una costumbre bien arraigada de los mitos, ellas afirman que Pigmalión no murió en su día definitivamente, sino que resucitó y habita entre nosotros. Su espíritu insatisfecho se ha extendido entre la humanidad, “prisionera del espejo”; cada uno de nosotros lleva dentro un Pigmalión, un escultor vocacional que intenta que su figura satisfaga expectativas ajenas o se ajuste a las medidas corporales imposibles que pregona la pasarela de las vanidades. Entre otras muchas cosas interesantes, eso vienen a decir. ¡Bien por ellas!
        

domingo, 26 de enero de 2014

Davos, pasarela mundial de los hipócritas

      Ninguna crisis económica cumple sus objetivos hasta que no desencadena una profunda crisis social. Y ésta ha cumplido con nota esa premisa. La locura del capital produjo una falla profunda en el sistema, de por sí tan inestable que sustenta su éxito diario en el furor de unos ludópatas frenéticos, sin ética y sin otro fundamento para su vida enferma que el beneficio rápido.
            Se consumó. Sus pérdidas son ahora nuestras pérdidas. 
            Davos, esa ciudad de la Suiza neutral y hospitalaria para los capitales sin bandera, se ha transformado una vez más en la pasarela mundial de los hipócritas.
            En buena parte, estaban allí los que nos han obligado a compartir la parte alícuota de su propia culpa, los que derramaron la ruina en nuestra puerta, los que nos han robado la propia democracia. Por un lado bendicen las medidas que nos llevaron a la ruina, por otra se lamentan de sus indeseables consecuencias.
            En los albores de la crisis diseñaron una hoja de ruta cuidadosa; era la ocasión que pintan calva y que ellos llevaban años aguardando. Había que desmontar la Europa del bienestar, tan cara y tan contraria a sus verdaderos intereses. Ahora, no obstante, se lamentan. Ellos, quienes nos empujan cada día hacia la competitividad imposible con las masas hambrientas de países donde los derechos humanos no alcanzan con su escasa protección, quienes fiaban en que la desigualdad desorbitada era la tierra prometida para los triunfadores del sistema, han descubierto en Davos que el sistema se basa en el consumo de la masa.
            Rajoy presume de que es el campeón de los deberes hechos, el alumno distinguido de la Europa pobre. Y no necesita que nadie le imponga ese diploma. El se lo pone cada día.
            Ahora los interesados compañeros de viaje, cuya estación término es dejar al capital que gestione a su antojo el mercado del trabajo, se lo han puesto difícil. Porque afirman en Davos que la reforma laboral del señor Presidente y su gobierno ha hecho posible, no que descienda el paro, sino que incluso, con un trabajo, un español no tenga garantizado salir de la pobreza. 
            Y Olli Rhen, esa voz sibilina que representa lo peor de la Europa colonizada por los intereses del capital, afirma que a España le quedan diez años de oscuridad dentro del túnel.
            ¿Quién es Olli Rhen...? 
            Si lo dice Rajoy, si lo afirman a coro sus ministros, será cierto que España salió ya de la crisis. Aunque para creerlo tengamos que ignorar los datos del paro, el hundimiento del consumo interno, el derrumbe institucional, el descrédito de los partidos políticos, los focos dispersos y todavía controlados de la rebelión ciudadana, la sublevación nacionalista, y las oscuras maniobras multidisciplinares para que los tribunales de justicia  pasen por alto las culpas de los privilegiados del poder político, del poder económico o del poder de la sangre distinguida que se recibe por azar. Escoged el nombre que os plazca como paradigma. Hay docenas. 
            Habrá que creerlos, aunque para ello tengamos que ignorar la ruina que nos cerca cada día, la que cerca a familiares, amigos, conocidos... Aunque tengamos que ignorar que esta patria se ha convertido en un erial con un futuro incierto, en una tierra asolada por el incendio que ha provocado esta derecha revanchista, mediocre y sin sentido de Estado; esta derecha que sigue necesitando aparecer en alguna foto junto a individuos poderosos para sentirse protagonista del presente; esta derecha a la que el viejo poder establecido que salió ileso de la última gran guerra ni reconoce ni respeta y que mendiga un espacio en la esfera internacional  vendiendo a su país.

jueves, 23 de enero de 2014

Frenesí

     Cada discurso que sale de sus bocas es un intento desesperado para alcanzar el pódium en la competición interna por ver quién es más osado en la carrera de la tergiversación, la manipulación y la mentira. Ayer Carlos Floriano el tercero en el orden sucesorio del partido convocó a la prensa a una reunión informal y sin micrófonos.
     Afirmó que hemos salido de la crisis, aunque aun queda camino por andar.
     Y que lo habíamos hecho, gracias al sacrificio de los que más tienen. Ahí está el núcleo más puro de la patria, la gente que sacrifica lo que es suyo para salvarnos de la ruina y concedernos un futuro saludable.
     Dijo también que gracias al gobierno, de los sacrificios se salvaron los servicios esenciales del Estado; que este partido que gobierna nos ha sacado de la crisis sin tocar la sanidad, la educación, ni las pensiones.
      En el partido que gobierna han tocado a rebato. A predicar se ha dicho; a inundar de mentiras las editoriales y las redacciones. Este Floriano ha aprovechado un descuido del pelotón que busca el oro en la carrera indigna del engaño programado como instrumento político. Y ahora tiene una ventaja llamativa.
      A lo mejor es que a la derecha que tanto daño nos ha hecho no le va tan bien en las encuestas verdaderas.

lunes, 20 de enero de 2014

La brecha

         Si aun tienes estómago para abrir el periódico cada mañana o para sentarte ante cualquier informativo de las televisiones,- da igual por cuál te inclines-, acabarás convenciéndote antes o después de que la crisis es agua pasada que ya no mueve nuestro molino; la crisis ya es historia. Rajoy es el heraldo que proclama ese credo innegociable; una cohorte de ministros secunda sus mensajes; eminentes banqueros lo proclaman con un convencimiento de conversos; los empresarios  lo aceptan desde luego, pero con la reserva que recomienda la prudencia; la crisis se está yendo,- nos confirman-, pero podría volver mañana si no profundizamos en la reforma laboral. 
         Y para completar el decorado, Rajoy olvida la gestión del país y peregrina mendigando la bendición de sus medidas antes los enviados especiales en lugares donde España solo es respetable cuando sus deportistas se enfundan el maillot y bajan a las canchas, o cuando las bases militares extranjeras precisan aumentar sus efectivos. 
         El objetivo es la repetición intoxicadora hasta que los mecanismos defensivos de la mente humana queden quebrados. Así que, si tú no ves que esa recuperación alcanza hasta tu puerta, quizá tú seas el  único culpable porque no te has hecho cargo de tu vida, te falta iniciativa, o no asumes con naturalidad el mundo que te han diseñado los mercados.
          Oxfam Intermon ha publicado hoy  un informe demoledor; lo han preparado para su exposición en el Foro Económico Mundial de Davos, al que Rajoy no acudirá porque necesita descansar de las emociones intensas que le ha producido el hecho de que Obama lo acogiera en el despacho oval. Ha trascendido que es una de las pocas alegrías que la legislatura le ha traído.
          Sólo el título del informe citado valdría como resumen  de nuestras vidas en los últimos tiempos."Gobernar para las élites. Secuestro democrático y desigualdad económica". La crisis económica que desató a partir del 2007 el capitalismo financiero norteamericano ha tenido un aprovechamiento criminal. Ese título lo resume. 
            Los datos, fundamentados por estudios internacionales y organismos oficiales, resultan deprimentes. Las ochenta y cinco personas más ricas del mundo acumulan tanta riqueza como los tres mil quinientos millones de seres humanos más pobres de la tierra. No hará falta recordar que esos millones suponen la mitad de la población mundial.
            Hay otros datos indignantes:  casi la totalidad del crecimiento actual de la economía estadounidense cae en manos del 1% más rico; para el resto la recuperación es como la nuestra; un espejismo; las veinte personas más ricas de España acumulan tantos ingresos en un año como los diez millones de españoles que menos ingresan, alguno de los cuales perderá su casa porque el partido que gobierna ha impugnado una ley sensiblemente social de la Junta de Andalucía; el fraude fiscal en todo el mundo, según datos conocidos por los propios gobiernos, ronda los 18 billones de euros anuales, una cantidad sensiblemente superior al producto interior bruto de la Unión Europea; con esa cantidad gestionada de forma adecuada, se erradicaría el hambre, se garantizaría la atención médica, la educación, la energía eléctrica, el agua potable, los medios de transporte y los servicios que garantizaran la dignidad humana, el desarrollo económico, y, sin duda, la paz en cualquier punto de la tierra. No es poco.
         El mundo es pasto de un capitalismo demencial. La brecha entre los que acumulan cada vez más riqueza y los que casi no tienen lo suficiente para seguir viviendo aumenta y se ha vuelto insoportable.
             Además de insoportable e injusta, seguramente criminal, la situación que se genera resulta también insostenible. La clase media, el caldo de cultivo del capitalismo inteligente, está desapareciendo. Ella ha garantizado muchas cosas, el consumo y la circulación de la riqueza como motor económico, la estabilidad social, la mejora de la capacidad de prestar servicios por parte del Estado gracias a su colaboración con el mismo mediante los impuestos, la mejora de los niveles culturales de las sociedades. Esa clase media, aparentemente sin historia, ha llevado a cabo su revolución callada en la Europa de las posguerras mundiales y logró imponer, con el viento a favor del crecimiento económico, la forma más verdadera de democracia que el mundo haya conocido, aquella que tenía como objetivo primordial paliar las diferencias económicas mediante la prestación de servicios por parte del Estado.
      Eso es ya una página del pasado. Desde la derrota oficial del comunismo imperante en la Europa del Este, el capitalismo ha llevado a cabo la transformación de nuestro mundo de una forma constante, y sin ocultar sus intenciones. Las proclamaba Reagan a voz en grito, y las escupió Margaret Thacher con desprecio a quien no compartiera su credo rabiosamente liberal. Con un discurso más comedido, pero con idénticas intenciones y una autoridad indiscutible, la señora Merkel ha tomado en sus manos el timón.
      Ese credo se ha convertido ya en la única verdad. A su amparo el capitalismo gobierna en toda Europa y da igual el color del candidato ganador; el capitalismo diseña nuestras leyes, modifica nuestras constituciones, amenaza cualquier reclamo de soberanía de las instituciones nacionales y contamina nuestras vidas con sus inmorales intereses. La crisis ha sido el instrumento para imponerle a la orgullosa Europa su marca en un costado. Somos rehenes. 
        Perdido ya el valor como el sistema de convivencia más justo y más pacífico, el capitalismo ha vaciado de contenido la verdadera democracia. ¿De qué sirve un estado que es solo el ejecutor de sus mandados? ¿Qué más da a quien elijamos, si el programa es único, oculto, innegociable y tiene por objetivo despojarnos en beneficio de unos pocos?
         En su lugar florecen otra vez ideologías salvadoras, totalitarias y simplistas, cuyo nexo es solo la criminalización del diferente y cuyo rasgo común es la violencia. El capitalismo se complace en arrojarnos cada cierto tiempo al pozo del pasado, en detener el progreso, en desmontar las escasas conquistas de la humanidad para controlar su monopolio de los bienes que la tierra proporciona. 
        ¿Y la izquierda...? 
        ¿De qué izquierda me habláis...? La izquierda emigró hace tiempo de esta tierra que llamamos Europa. Se fue cuando perdió de vista su horizonte de reparto justo, de derechos humanos. Se fue cuando descubrió que el fatalismo había hecho presa en sus entrañas. Se fue cuando perdió la fe en sus propias ideas porque ya no las consideraba necesarias. 
        La izquierda somos todos nosotros, indignados, pero a la vez ambiguos, descreídos, libres de cualquier forma de dogmatismo y, quizás por ello, reacios a adoptar ningún compromiso colectivo, dispuestos a sacrificar grandes dosis de dignidad para garantizar la supervivencia; gente que acalla la conciencia que hierve de conocimientos y de razones para la rebelión definitiva con tal de garantizarnos la aparente comodidad de una vida indigna de rehenes cuya colaboración se concita con niveles razonables de consumo.
         Y cuando la razón humana no tiene fuerza suficiente para detener el crecimiento de esa brecha, la historia tiene la sangrienta costumbre de usarla como fosa común para millones de cadáveres.

domingo, 5 de enero de 2014

Reciclaje

            Japón  es un país sorprendente. Hasta 1853 Japón vivía literalmente en la Edad Media, en un sistema similar al feudalismo europeo. Fue el imperialismo estadounidense, buscando mercados para sus excedentes industriales, el que despertó al gigante asiático. En 1853, una armada norteamericana – los barcos negros los denomina la Historia local-  obligó a Japón a establecer un tratado de comercio. Eso despertó en sus clases dominantes la necesidad de transformarse para mantener su independencia frente a las potencias occidentales.
        Lo que vino después fue un caso único en la historia de la humanidad. Una transformación revolucionaria de la  sociedad japonesa, impuesta por los privilegiados. Se la conoce en los libros de historia como la Revolución Meiji.
              En apenas cuarenta años Japón asimiló todo el proceso de las transformaciones occidentales que se habían producido a lo largo de dos siglos y se transformó en una potencia industrial y, a su vez, en una potencia imperialista.
                Su clase dominante estudió en el extranjero y adoptó lo que consideraba aciertos ajenos en la propia organización de su país. Establecieron la separación de poderes, eliminaron los privilegios de clase declarando, de hecho, el principio democrático de la igualdad ante la ley para todos los ciudadanos, llevaron a cabo una revolución sorprendente mediante el establecimiento de la educación obligatoria, unificaron la moneda que sirvió como base de sus transformaciones económicas, realizaron aceleradamente su propia revolución agrícola y , mediante un selecto y técnico Ministerio de Industria, transformaron en pocos años su sistema productivo que se erigió en competidor de las potencias industriales de Occidente. La tecnología desarrollada les permitió,  de paso, organizar un ejército temible, especialmente por lo que se refería a sus fuerzas navales. Y puestos a imitar a los países occidentales industrializados, Japón participó activamente en el proceso colonial. China conserva cicatrices inolvidables de aquella fiebre territorial. Y no podemos olvidar que la Segunda Guerra Mundial empezó precisamente allí.
              Probablemente desde entonces goza Japón de su bien merecida fama de ser un país que aprovecha cada descubrimiento ajeno, lo asimila, y lo convierte en cosa propia con una gran capacidad de adaptación.
              Pero no todo es imitación en el país del sol naciente. A veces nos depara perlas creativas dignas de figurar en los libros de Historia y en cualquier crónica de la indignidad que se precie. No hace demasiado tiempo su ministro de finanzas solicitaba, sin metáforas, a sus ancianos que tuvieran un último gesto de generosidad con su país y se hicieran el hara-quiri. Evitarían con ello a las finanzas del Estado los cuantiosos gastos originados por el pago de pensiones y por sus demandas a los servicios de salud. 
           El capitalismo occidental, por boca de un ministro al menos, no había logrado ese punto de crudeza inhumana para eliminar gastos superfluos. Se conforma con endurecer las condiciones para acceder a las pensiones, con la limitación paulatina de las percepciones, la eliminación progresiva de la protección a las personas dependientes, y con el establecimiento de copagos abusivos. Es decir, se contenta con dejar morir de inanición a los viejos improductivos y costosos. Pero nunca les había solicitado que asumieran dignamente un suicidio ritual y honorable como último servicio a la patria.
          Debe ser que en Oriente han renunciado ya a la simulación hipócrita. Ahora, por la denuncia de una ONG, acabamos de conocer que en Japón han encontrado una solución práctica a dos problemas que acucian al país, la limpieza imposible de la contaminación derivada del accidente de la central  de Fukushima y la proliferación de  los “sin techo” en las atestadas estaciones del metro o de ferrocarril de sus ciudades frenéticas.
         Reclutadores diseminados por los dominios de ese desecho humano que ensucia el impoluto paisaje de la ciudad moderna, les ofrecen trabajo y las empresas que tienen contratada con el Estado la limpieza de los residuos radiactivos los contratan para un trabajo que casi nadie en su sano juicio aceptaría sin unas condiciones de seguridad muy rigurosas y que precisa de personal muy cualificado y bien remunerado por los riesgos infinitos que entraña para la salud humana. 
       Envían a estas personas indefensas, a las que nadie echará en falta, al trabajo más indeseable y peligroso de la tierra, sin medios y sin cualificación que las defiendan. Los condenan a una muerte lenta y diferida por contaminación radiactiva, sin que se les remueva la conciencia. Han inaugurado un procedimiento de reciclaje, un último servicio para sacarle utilidad a los desechos de la humanidad.
          Y hay aun quien me reprocha que yo emplee el adjetivo criminal como calificativo frecuente cuando me refiero al capitalismo sin límites morales que gobierna el mundo. 
        Competitividad sabiamente administrada lo llaman nuestros gobiernos europeos. Holanda ya ha importado el procedimiento dulcificado por el puritanismo con que adorna su credo religioso. Los "sin techo" de sus ciudades ya se encargan de la limpieza de sus jardines a cambio de cinco botellas de cerveza y de un paquete de tabaco cada día. 
        Avanzamos, sin duda.
        A pesar de la justificadísima denuncia, dudo que los responsables de esa forma sutil de genocidio que acaba de patentar la creatividad de ese país extraordinario acaben alguna vez ante los tribunales de justicia. Si algo hemos podido aprender en los últimos años es que, junto a nuevas formas de explotación humana, el capitalismo ha desarrollado mil y una formas de escapar impune. 
       Y si la impunidad les falla, queda siempre el recurso canalla del cinismo. 
      Entre nosotros, ahora mismo, hay saqueadores convictos del Estado que recogen firmas en los aledaños de los estadios. Pretenden que la afición que acude a ver un espectáculo deportivo avale su derecho al indulto del gobierno. Los arropan en sus perfiles de las redes sociales jóvenes iletrados que escaparon de la miseria de sus pueblos porque demostraron habilidad con la pelota;  gente sin malicia que dejó atrás el subsidio miserable del temporero agrícola, en el mejor de los casos, y ahora conduce un coche deportivo; muchachos que no perciben todavía las dimensiones de la culpa de aquel para quien reclaman quién sabe qué clase de clemencia o de justicia ciega.