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lunes, 23 de julio de 2012

El rastro de un perro en una plaza


18-07-2012
            Primero, apenas desembarcaron con la algarabía de su mayoría absoluta, fue necesario tranquilizar a la caverna  episcopal y adelantó el programa ideológico con el que quería reconvertir Educación para la Ciudadanía en un instrumento, ahora sí, burdamente manipulador.
            Luego, los recortes que defendió la señora Cospedal como el resultado del programa del Partido Popular en su búsqueda de la excelencia educativa. Lo tildamos de cinismo, por utilizar palabras educadas. Wert se lució en aquellos días con su desprecio a los rectores y con las  intervenciones soberbias de un tipo sin sentido de Estado, que concibe el gobierno como el ejercicio del poder contra la parte de los ciudadanos que no comparte su opinión.
            Lo mandarían callar, porque no se ha hecho notar durante un tiempo excesivo para un tipo como él, necesitado de manifestar su exuberancia con relativa asiduidad. Ejerce uno durante un tiempo de tertuliano y luego, acostumbrado al brillo de los focos de los estudios, no se soporta el silencio y el que debiera ser trabajo reposado y reflexivo de los despachos ministeriales.
            Quizá es que no tocaba. Bastante había con el rescate “suave” y las “suavísimas” medidas que la Europa rica y el FMI nos estaban cocinando.
            Después de la ampliación del horario del personal docente, después de la ampliación de las ratios, después de la supresión de muchas becas o el encarecimiento de su consecución, después de atentar contra los programas de atención a la diversidad, y casi contra cada una de las medidas inclusivas de la Enseñanza Pública, ya era hora de que tomara cuerpo alguna medida encaminada a la excelencia que tanto han predicado.
            “Inventa algo, ministro”- le dirían.  “Lo que se te ocurra”. Y el ministro Wert, lúcido, brillante, tan ocurrente como acostumbra, sacó de su chistera la solución perfecta. “Lo tengo” “Recuperamos las reválidas”. Tres por si hubiera dudas. Al terminar Primaria, al terminar Secundaria y al terminar Bachillerato. Lo justifica de una manera incontestable: al saberse objeto de esos exámenes, todos se esforzarán más y lograremos la excelencia de una manera natural. ¡Y sin necesidad de gastar un solo euro, lo que ya el colmo de la eficacia!
            Pues bien, ministro, lumbrera no suficientemente reconocida, ya puestos podíamos hacer una reválida trimestral. Al final, todos físicos de la NASA o ministros de Educación.
            ¡Habrase visto desfachatez!
            El objetivo es otro. Buena parte del alumnado no tendrá segundas oportunidades; estará obligada a la eficacia desde la más tierna infancia o quedará condenada a la indefensión de los no capacitados para el mundo laboral competitivo y feroz que se avecina. Destinados a “reponedores” - con “mini jobs” por supuesto- en los supermercados alemanes, porque la señora Merkel, la que agita estas medidas envenenadas, sí exportará sus excedentes a los países pobres del miserable sur. Y este gobierno colabora de la forma más servil que se haya conocido en democracia.
            Deben considerar el Ministerio de Educación algo así como una plaza de pueblo. Cuando está solitaria llega un perro sin collar, olfatea los rincones y va dejando su rastro por las patas de los bancos de forja, en los troncos de los escasos árboles, en los soportes de las papeleras que el Ayuntamiento colocó en tiempos de bonanza. Luego el perro se marcha. Quizá en algún rincón de su cerebro late la idea de que ha cumplido con un imperativo ineludible, borrar el rastro de otros perros que pasaron por allí, apropiarse la plaza durante el tiempo que perdure la huella de su paso. Pero en la plaza no ha cambiado nada. Tan sólo, la orina. De un perro.
            “¿De dónde saldrá el martillo verdugo de esta cadena…?”
            Quizá los ciudadanos que claman ahora en las calles y en las plazas sepan distinguir, cuando llegue la hora de elegir un nuevo parlamento, el color de las papeletas de los destructores del Estado y de nuestra depauperada dignidad como nación y las dejen a un lado, en la papelera, donde deben estar. 

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