(7-06-2012)
Pongamos que yo fuera el mayorista de la droga
en mi comunidad. Que lo llevo siendo hace ya largos años. Vivo bien. Pago en
efectivo. Tengo mi pirámide clientelar de pequeños camellos trabajando para mí.
Me rebosan los billetes sin justificación. El negocio va bien.
Pongamos que yo fuera el mayorista de la
explotación sexual de mujeres en mi comunidad. Que lo llevo siendo hace ya
largos años. Vivo bien. Pago en efectivo. Tengo mi pirámide clientelar de
chulos asociados trabajando para mí. Me rebosan los billetes sin justificación.
El negocio va bien.
Pongamos que soy un honrado empresario de la
hostelería de mi comunidad. Como es hábito en la mayoría de estos negocios,
llevo prudentemente doble contabilidad. Además, al calor de la crisis, he
despedido a buena parte de la plantilla, que sigue trabajando para mí, pero
comparto su sueldo con el seguro de desempleo y me ahorro las cotizaciones de
la Seguridad Social. La contabilidad B rebosa de billetes. El negocio va bien.
Pongamos que practico un profesión liberal, que
vivo de facturar a mis clientes. Soy médico, dentista, abogado... Pongamos que
pacto con mi cliente el cobro en la cuenta B, sin factura alguna, sin recargo
por IVA. Pongamos que uno de cada tres lo acepta. La cuenta B rebosa de
billetes. El negocio va bien. Ahorramos. Ya pagarán la factura de los recortes
los funcionarios y los asalariados, esos privilegiados que no deben preocuparse
de buscarse el pan en el mercado cada día.
En cualquier caso el negocio va bien, pero es
incómodo. El dinero negro tiene sus servidumbres, testaferros, prudencia
permanente en el aumento de patrimonio, intranquilidad... Y, sobre todo, el
riesgo de que, por una de esas situaciones azarosas de la vida, te descubra
Hacienda; o la Justicia.
Todos tranquilos. El lunes, blanqueo. Sin
consecuencias. El lunes, cualquiera de estos defraudadores,
que abundan más de lo imaginable, ingresará su dinero negro en una cuenta
corriente y por un módico 10% contará con un patrimonio legítimo, a salvo de
preguntas molestas por parte de Hacienda, de la Justicia o del Estado.
Pongamos, ahora, que yo fuera un funcionario,
sí un privilegiado menos pobre que los que han perdido su puesto de trabajo.
Pongamos que he perdido desde que comenzaron los recortes un 7% de mi
capacidad adquisitiva; pongamos que el estado me retiene el 27% de mi nómina.
Pongamos que lo acepto sin quejarme, porque está establecido que la
financiación del Estado democrático se asienta en un sistema impositivo justo,
proporcional y progresivo. Pongamos que, involuntariamente, cometo un error a
mi favor en mi declaración anual del IRPF. Cuando Hacienda lo descubra, habré
de resarcir la cantidad defraudada, aun de forma involuntaria, y abonar,
además, un 20% de recargo.
Pongamos, por último, que yo fuera el Sr. Rubalcaba,
el jefe del partido más votado de la oposición. En breve perdería una moción de
censura, porque el partido que gobierna tiene mayoría absoluta.
Pero la plantearía.
Para decirle al pueblo soberano que hay otra
forma de hacer política. Y porque corremos el riesgo de que la democracia
degenere hasta el punto de que el propio pueblo la desprecie.
La Isonomía, la igualdad efectiva de los ciudadanos
ante la ley, será pronto arqueología. Cada día que pasa este gobierno deteriora
de forma grave la imagen del país en la esfera internacional. Nos avergüenza y
nos arrebata credibilidad. Pronto no les quedará nada que destruir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario