(12-07-2012)
"El crimen fue en Granada", escribió
el maestro Machado en su elegía a Federico García Lorca, asesinado un julio ya
lejano. Ayer, once de julio se ha consumado un crimen semejante, con luz y
taquígrafos, en el Parlamento, el inviolable reducto, se supone, de la
democracia española. No se nos vio caminar entre fusiles, pero el veneno
ideológico que destilan las decisiones del gobierno debilita al estado,
empozoña la convivencia, empobrece a los más débiles, desvirtúa la Constitución
del 78, destruye cada avance social que habíamos conseguido con el esfuerzo
colectivo.
He oído cada palabra del discurso, cada
mentira cuidadosamente- esta vez sí- enhebrada por el presidente menos digno de
confianza que haya tenido nunca la democracia española, cada disculpa meliflua
y falsa, mientras la bancada de la gaviota aplaudía con indominable regocijo
cada disparo contra la sociedad indefensa . Sus cómplices han saqueado el
estado hasta dejarlo exhausto. Ahora ellos saquean directamente a los más
débiles.
He esperado inútilmente alguna referencia
a la persecución del fraude, a la economía sumergida, a ese tercio
invisible de nuestro producto interior bruto; alguna alusión a esos
canallas que han provocado la ruina que sufrimos con la connivencia de todos
los gobiernos. Entre 65.000 y 90.000 millones anuales que Hacienda no recauda.
Seríamos un país ejemplar, con las cuentas en orden, sin necesidad de recurrir
a los usureros que nos están arrastrando a la miseria.
Esperé inútilmente una alusión a las Sicavs, a
las grandes fortunas, a los paraísos fiscales, a las tasas sobre transferencias
bancarias, a la responsabilidad económica con sus propios bienes de quienes han
saqueado las instituciones financieras...
No fue posible. De nuevo el blanco preferido
de la derecha, el objetivo predilecto en su empeño de desmontar el Estado, fue
la función pública. Luego, ya, privatizará cualquier servicio público. Su
cómplice, el capitalismo español , tan clientelar, tan miserable, espera
ansiosamente su ocasión.
A un lado de los funcionarios, ante el pelotón
de fusilamiento, los parados, desprestigiados por alusiones viscosas,
envenenadas, de diseño. Están parados porque quieren. Abundan los empleos,
florecen en las esquinas, pero este pueblo acomodado en el lujo del paro merece
una lección. Quitémosle la protección. Así no tendrá otro remedio que aceptar
los salarios de hambre que la reforma laboral ha diseñado; la indignidad de una
esclavitud enmascarada.
Y al otro lado, codo con codo ante las balas
criminales, cayendo acribillados, quienes se ocupan de la atención de las
personas dependientes. Rajoy y sus cómplices reducirán sus salarios miserables
en un 15%. ¡Maldito quien diseña semejante indignidad! Los desalmados que
aplaudían merecen cumplir esa exigente función durante el resto de su vida. Y
con ese salario. Aprenderían a valorarla.
También esperé en vano la reacción del jefe de
la oposición. Sólo escuché palabras calculadas, discurso vacuo, sin vigor, sin
pasión, sin compromiso. Ofreció de nuevo un gran pacto. ¿Con quienes diseñan el
desmantelamiento del Estado? ¿Con quienes se ceban sobre los más
desfavorecidos? ¿Con quienes esquilman a los funcionarios, a los parados, a los
de empleo peor remunerado? ¿Con quienes premian a los defraudadores y suben los
impuestos indirectos de forma irracional en el peor momento de la economía?
¿Qué pacto pudiera no ser un pacto criminal?
Rubalcaba es prisionero de guerra, rehén
amordazado. Y él sabrá por qué. No cabe duda, es el peor gobierno y es la peor
oposición que se recuerdan. Honroso empate. Mientras, España rescatada se va a
pique.
Fuera del Parlamento, mientras nos fusilaban y
la bancada popular aplaudía con embeleso cada disparo, el nuevo orden masacraba
a los mineros de la marcha negra.
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