(30-04-2012)
Cada año, entre las diversas obras
cinematográficas que propongo a mi alumnado de 4º de ESO, al grupo de
Diversificación Curricular – lo especifico porque se trata habitualmente de un
grupo de escolares que llega a este nivel con determinadas carencias que nos
obliga a trabajar con una metodología diferente para paliarlas antes de su
titulación en Secundaria- no falta el visionado de “Las uvas de la ira”,
magnífica película , dirigida por John Ford y basada en la novela homónima de
John Steinbeck. Trata, por si alguien no lo sabe, de las consecuencias de la
gran crisis económica del 1929 en una familia de agricultores medios del centro
oeste americano, al tiempo que refleja el deterioro repentino y brutal en la
sociedad (violencia; comportamiento arbitrario de las autoridades, empeñadas en
la defensa de los intereses de los más poderosos económicamente; indefensión de
los más débiles; explotación de los obreros por parte de los empresarios
que abusan de la abundante oferta de mano de obra para pagar salarios cada vez
más miserables; rechazo, persecución y violencia contra el foráneo;
soledad del individuo al que el Estado no defiende ni en sus derechos ni
en su integridad, la única justificación verdadera de la existencia del
Estado…)
Mi alumnado de 4º de ESO fue capaz de descubrir
diez o doce similitudes entre la situación que describe magistralmente la
película – una obra de arte- y la de la sociedad en la que hoy viven ellos y
sus familias, incluyendo, desde luego, la desaparición del estado como fuerza
protectora de los más necesitados para que sea efectiva la igualdad ante le Ley
que consagra la Constitución.
En la década de los 30 los países mundiales
ensayaron distintas formas para salir de la depresión económica: Las primeras
soluciones que adoptaron casi todos los países ante la crisis fue la adopción
de típicas recetas del liberalismo clásico, a saber: reducción del gasto
público, restricción de los créditos, disminución de los gastos sociales y
salarios, disminución de las importaciones.
Las políticas liberales fracasaron y generaron
aún más paro y recesión.
Ahora, Europa, y especialmente España, con las
medidas impuestas por el gobierno del Partido Popular, fiel seguidor de las
consignas de Ángela Merkel, están reproduciendo exactamente lo que no se debe
hacer.
O quizá lo que se debe hacer para prolongarla
y, con esa disculpa, desmontar el Estado a conciencia.
En los años 30 del siglo pasado el liberalismo
llevaba al capitalismo clásico a la tumba; un economista, John Maynard Keynes,
-mencionar hoy el Keynesianismo ante la recalcitrante derecha política europea
es casi mencionar el Manifiesto Comunista- estableció que la clave en esta
situación reside en la intervención del Estado en la economía con la finalidad
de compensar los desajustes de la economía de mercado. El Estado debía
estimular la inversión y el empleo recurriendo para ello al déficit
presupuestario. Ello incluía también la inversión directa en obra pública y en
los sectores con mayor impacto sobre empleo y demanda. Había que impulsar el
consumo elevando el poder adquisitivo de la población, y para ello había que
proteger las rentas más pobres.
Estas ideas inspiraron la política económica
de la mayor parte de los países democráticos. En todos ellos el Estado se vio
obligado a intervenir para relanzar la economía. Sin embargo, el ejemplo más
claro de la puesta en práctica de las propuestas de Keynes fueron los propios
EE.UU. a partir de 1933 , con la salida de la administración republicana del
presidente Hoover, un ultraliberal sin sentido de Estado y sin conocimientos de
economía, sustituido por Roosevelt, del partido demócrata.
La política económica llevada a cabo por
Roosevelt se denominó New Deal:
Se llevaron a cabo grandes inversiones en obras públicas, se tomaron medidas de
protección social que aseguraran el poder adquisitivo de la población, con el
objetivo de que aumentara el consumo, se convinieron con la Banca
procedimientos y garantías para que hubiera crédito a un bajo interés, se
promovió el aumento de salarios, y se disminuyeron las horas de trabajo
en la Industria para favorecer el empleo de más personas.
El resultado fue la recuperación de la
economía de EE.UU. Aunque el espaldarazo definitivo lo supuso el comienzo de la
Segunda Guerra Mundial.
¿Tan inculta, tan irracional o tan ilógica es
la clase política europea? ¿Tan débiles son los gobiernos nacionales frente a
las exigencias de Ángela Merkel? ¿O es que tienen ocultas intenciones?
El liberalismo desfasado de esta Europa
amenaza la integridad de la Unión. Si no hay un cambio drástico de política
económica la Unión Europea saltará por los aires. Y no hace demasiado tiempo ha
sido Europa la garantía del crecimiento en países como el nuestro. No era mal
club. Ha sido la referencia mundial por la calidad de vida de sus conciudadanos
y por la calidad de sus democracias.
Hoy hay mecanismos de ese entramado que han
saltado por los aires y volvemos ser un conglomerado de nacionalismos incapaces
de solucionar los problemas colectivos. Alemania saca réditos de esta
situación. Sigue siendo un país exportador, pero los clientes se le están
empobreciendo. Tardará más, pero verá también sus costuras descosidas. Bélgica,
Holanda, Reino Unido, Portugal Irlanda, España, Italia, Grecia, Francia… Cada
día crece el número de países con problemas económicos y crece el paro europeo;
por tanto disminuye la capacidad de recuperación que comienza por el consumo
interno. Tan sólo la “amenaza” de perder a su socio europeo más convencido, -
Sarkozy- parece haber impulsado a Merkel a aceptar la necesidad del
crecimiento. No está convencida en absoluto.
Estoy buscando “Las uvas de la ira” doblada al
alemán. Se la enviaré con sumo gusto. Puede que si mi alumnado de 4º de
Secundaria entiende con nitidez el mensaje, hasta esa mujer de su casa, su casa
alemana, metida a administradora de nuestro futuro, sea capaz de entender que
Keynes no era marxista, sino un liberal convencido, un defensor del
capitalismo y su supervivencia.
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