(22-05-2012)
Como si la educación en este país fuera una
cuestión menor y no una obligación moral del estado con los ciudadanos, no se
ceja en el empeño de convertirla en un campo de batalla. No bastaban los
recortes, la masificación, la selección económica para el acceso a la enseñanza
universitaria, la eliminación de la gratuidad de la Formación Profesional que
ya se está anunciando...
No es la crisis económica la que nos golpea.
Nos golpea su uso intencionado para establecer categorías diferentes de
ciudadanos. La igualdad ante la ley que establece como máxima inapelable la
Constitución del 78 ya ha quedado derogada por la política de los hechos
consumados.
Educación para la ciudadanía era una fábrica
de réprobos, inmorales, y rojos sin principios, gente a la que dios repudiará
ante la puerta del paraíso. Hemos condenado a varias generaciones al infierno.
Afirmaron sin empacho que la chusma docente
estaba plagada de esbirros de Zapatero.
Ahora Wert, con la simpleza moral de las
personas irreflexivas, malintencionadas, o que se sienten en deuda ante el
sector más reaccionario de esta nación plural y noble, aspira a convertirnos en
mensajeros del ultraliberalismo dañino y de la conferencia episcopal , por
ejemplo.
Podía haber sido más elegante, como las
señoras Aguirre y Cospedal. La una la sustitutirá por Educación para la torería
y la otra, por Educación para la cacería. Ahí si hay un proyecto noble, por
supuesto. Pero lo suyo es de juzgado de guardia, señor Wert.
¡Va usted dado, señor ministro! Su mayoría
absoluta en el Congreso y los libros de texto elaborados al dictado de la
conciencia más oscura de España no están, ni estarán nunca, por encima de mi
conciencia y de mi sagrada libertad de cátedra. Como tampoco lo estuvo
Zapatero.
Apueste algo a que seguiré explicando, si se
tercia, en mis clases, que la homosexualidad como opción de las relaciones
humanas libremente decididas no precisa cura, ni es una enfermedad, ni pone en
peligro la familia tradicional. Apueste, también, a que afirmaré que la homofobia,
como cualquier actitud excluyente que tenga su fundamento en la diversidad
humana, debe estar perseguida por la ley.
Apueste algo a que seguiré explicando en mis
clases, cuando sea necesario, que el conflicto social es una manifestación
legítima de la lucha por la soberanía y por la igualdad efectiva ante la ley y
a que pondré cuantos ejemplos me proporciona la historia, que es la
maestra de la vida.
Apueste algo a que afirmaré en mis clases que
la lucha por el reconocimiento de los derechos humanos está inconclusa y
que, probablemente, nunca concluirá mientras haya en el mundo gente que
antepone sus beneficios a la dignidad humana; es decir, que no concluirá jamás
y que cada generación ha de tomar esa obligación sobre sus hombros.
Apueste a que defenderé en mis clases con la
pasión que me da el convencimiento que la iniciativa privada nunca podrá
sustituir al estado en los servicios públicos. Porque el estado tiene la
obligación de garantizar los derechos de todos. Y la iniciativa privada sólo tiene
la obligación de proporcionar beneficios a los accionistas. Dos mundos muy
distantes. Moralmente opuestos.
Apueste algo a que afirmaré en mis clases ,
mientras ustedes van destrozando el estado protector que elaboramos entre
todos, que el pueblo soberano a veces se equivoca y elige como gobernante a la
culebra como las ranas de la fábula. Pero que nos queda un consuelo, lejano
todavía, porque en democracia es posible corregir los errores que cometimos al
elegir la papeleta. Ojalá nos quede, al menos, la memoria de lo que estamos
perdiendo cada día para poder recuperarlo.
Apueste algo y perderá, señor Wert.
Ocultar la realidad en los libros de texto es
un propósito inmoral, señor ministro, y este propósito ha salido de su
cartera. Me divierte que alguien suponga que tiene usted alguna autoridad sobre
mi conciencia desde un libro de texto dictado por un propósito inmoral.
Dudo de que usted lo crea. Sé que sólo está tratando de pagar
las deudas contraídas durante los últimos años. Pero usted debiera saber que la
enseñanza pública no es un tugurio de prestamistas usureros. Debería saberlo si
el mundo de sus valores no fuera tan excluyente, si usted tuviera práctica o
voluntad de gobernar en democracia por encima de las deudas contraídas o de las
mayorías absolutas. Usted y su partido.
Usted, señor ministro, ni nos conoce, ni nos
respeta. Si bastaran las mayorías absolutas o los libros de texto, no tendrían
ningún valor la cultura, el humanismo, el poder profundo de los convencimientos
y los principios morales. Pero todos estos elementos son indominables. Sabe
usted tan bien como yo que en esta lucha sorda será usted el derrotado. Es
cuestión de tiempo. Apueste algo.
Y en este caso, váyase ya; usted es sólo un
recién llegado sobrado de soberbia y falto de conocimientos, de capacidad y de
prudencia.
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