De
pronto, el 25 S, mientras la policía carga con ferocidad desconocida contra los
manifestantes, la Izquierda Parlamentaria, con el jefe de la oposición a la
cabeza, cae en la cuenta de que se está produciendo una fractura social y de
que el divorcio entre buena parte de la ciudadanía, defraudada en sus
aspiraciones más legítimas, y la clase política resulta inevitable.
A buenas horas. Resulta tentador
culpar de esta fractura, exclusivamente a las políticas envenenadas de la
derecha desde que Rajoy es presidente de gobierno. Tan tentador como le resulta
al gobierno del Partido Popular amparar sus decisiones en la herencia recibida.
En ambos casos, en injusto. Y falso. Tanto recurrir a la mentira acabará por aislar
a los políticos definitivamente del resto de la sociedad.
En el proceso de deterioro
generalizado de la sociedad occidental, dominada por el peor capitalismo que
hayamos conocido en los últimos cien años de nuestra historia, las
instituciones políticas no están a salvo en absoluto. Al contrario, son la
presa fundamental. Destruida la confianza en los Parlamentos y en los gobiernos
que emanan de las urnas, ¿qué nos queda, sino la indefensión más absoluta o las
trincheras…?
Esta fractura, predecible, tuvo su
solución cuando era solamente una premonición que iba tomando cuerpo entre la
gente sensata que es capaz de adelantarnos el futuro. El primer gobierno
Zapatero tuvo en sus manos corregir las fuerzas tectónicas que adelantaban el
seísmo. Conocían la profundidad de la burbuja inmobiliaria, los chanchullos
financieros, la corrupción política, las duplicidades insoportables en la
maquinaria del Estado, el clientelismo político, el neocaciquismo de muchas
organizaciones políticas y administrativas…
Todo ello era de conocimiento
público. Y era de conocimiento del gobierno. Y era su responsabilidad
prepararnos un futuro más digno, porque de todo ello se ha aprovechado la hidra
de la crisis para llevarnos a este estado de frustración, de ausencia de
futuro, de desesperanza, de explotación inútil de la capacidad de resistencia
de los seres humanos.
Inútil, porque a pesar del
sacrificio económico de la inmensa mayoría, del saqueo de nuestros logros
sociales, de la esquilmación de nuestros haberes y del freno a nuestro
desarrollo, la deuda crece, los intereses nos desbordan y el paro nos deforma y
lastra el futuro de varias generaciones.
Estoy cansado de ese tópico manido
de que había que tener mucho valor para parar la música y cerrar la barra en lo
mejor de la fiesta. No es sino un metáfora de la irresponsabilidad. Y quien
gobierna los destinos de un país tiene algunas obligaciones ineludibles. Una de
ellas es asumir las responsabilidades que demanda su oficio mirando hacia el
futuro.
La ciudadanía también está cansada
de ese tópico. Y, al contrario de lo que piensan los políticos, es sabia.
Analiza la realidad con precisión. Prueba de ello es que, aunque el PP se ha
hundido en las encuestas y ha perdido en diez meses de gobierno un tercio de
sus votantes, el PSOE sólo ha recuperado unas décimas. Señal inequívoca de que se
le considera cómplice necesario del expolio que sufrimos. Nunca se había dado, en nuestra historia
reciente, un caso de hundimiento profundo del partido en el poder sin el
crecimiento equilibrador del partido que representa la alternativa de gobierno.
Da la sensación de que el PSOE ya no lo es. Da la sensación de que la
dispersión del voto de la izquierda sociológica, o su exilio voluntario,
convertirá en quimera la posibilidad de recuperar todo lo que ya hemos perdido y
lo que aún nos irán arrebatando
Si yo fuera de izquierdas, contemplando
la dimensión catastrófica de la fractura, lloraría con desconsuelo lo que no supe
defender con honestidad y buen gobierno: la confianza ciudadana.
Costará mucho tiempo reorganizar una
alternativa política de izquierdas que concite esperanzas y goce de credibilidad, como para que el pueblo escaldado le permita gobernar.
Sacrificaron una buena parte del futuro por no parar la fiesta en el momento justo.
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