Quizá cien veces habré
repetido en mis clases la frase “somos afortunados; hemos nacido en Europa que
es el mejor lugar del mundo para vivir”.
Puede que yo anduviera equivocado en mi apreciación del
mundo actual, pero os diré por qué mantuve este convencimiento durante muchos
años. Europa era la referencia para el resto del mundo. Al menos, para el mundo
que reflexiona y se plantea la vida como algo más que enriquecerse o
sobrevivir. Europa mantuvo un sistema
económico basado en el libre mercado – el capitalismo, que produce bienes y
servicios de forma permanente y a gran ritmo, y eso nos dio un nivel de vida
extraordinario- , pero logró hacerlo compatible con el estado del bienestar, lo
que en sentido amplio podríamos resumir como leyes orientadas a conseguir la
igualdad efectiva ante la ley y servicios públicos orientados a facilitar ese
objetivo y a garantizar una calidad de vida razonable al ser humano por encima
de su extracción social o su riqueza. Mucho más, sin lugar a dudas, pero baste
con eso.
Fue posible por una conjunción de factores, entre los
cuales hay que citar el trabajo conjunto
de los partidos socialdemócratas europeos y los partidos demócrata-
cristianos. Tenían diferencias abismales, pero compartían el humanismo. Bastó
con eso. El ser humano como referencia de los programas políticos. Fueron
buenos tiempos.
Al tiempo que las grandes ideologías políticas fueron
perdiendo su vigor, aparecieron ideologías minoritarias, pero aglutinadoras de
buena parte de la sensibilidad europea, la preocupación medioambiental, la
solución pacífica de los conflictos internacionales…Eso nos hizo mejores.
Hoy el estado del bienestar es historia, arqueología política.
El ser humano ha cedido su preeminencia en los programas políticos. Nadie
gobierna ya para nosotros. Los programas políticos se elaboran para calmar a
los mercados, para aflojar la presión de los especuladores sobre nuestras
carencias. La izquierda no es ahora la referencia para la multitud de los
agraviados; la derecha es sólo el brazo ejecutor de las políticas que el
capital impone a las naciones. Los partidos son ya, en buena medida, refugio de
gente sin oficio, sin vocación, sin compromiso, sin valor. La crisis no es sólo
de disfunción del euro y de diseño defectuoso de la Unión Europea. Es, ante todo,
una crisis de valores.
Europa fue posible teniendo al hombre en el centro de su
atención. Sin el ser humano como referencia no es nada. Porque en el humanismo
levantó los fundamentos de su magisterio y su grandeza, a pesar de su historial
de horrores.
Ahora es solo un continente que envejece y que, una vez más,
se complace en destruirse a sí mismo, como si alguien hubiese escrito en el
guión de nuestra historia, que estamos abocados a la ruina. Deberíamos ser el
modelo para el resto del mundo; el mismo mundo que hoy nos grita que debemos
aceptar que hemos perdido toda importancia a sus ojos; el mismo mundo que ahora
considera que Europa es uno de los
problemas graves del siglo XXI. El integrismo merkeliano extiende la
crisis por Europa a ritmo desenfrenado y el oleaje amenaza a los demás países
de la tierra.
La canciller del Bundesbank debería asumir que no se
gobierna para los mercados; se gobierna para los seres humanos. A los mercados,
sencillamente, se les regula.
Sin lugar a dudas Alemania multiplica la crisis, extiende
la miseria como una mancha de aceite y está destruyendo el embrión de Europa. No
es solo culpa suya. Hay más países en la Unión. El parlamento Europeo debiera tener
alguna utilidad. De otra manera, ¡a casa! Podríamos darle utilidad social a esos recursos. Y que Merkel nos gobierne por email.
El déficit que necesitamos controlar es el de una clase política incapaz de defender un proyecto europeo, posible e ilusionante. Mentalmente, Europa está en manos de políticos avejentados, prisioneros de los intereses del capital, empeñados en elaborar a duras penas un discurso moral para justificar la ruina creciente, desprestigiados ante la ciudadanía porque han dilapidado el potencial europeo para ser la referencia del mundo por su organización social y ciudadana. La ciudadanía europea no se merece dirigentes así.
Objetivamente, nunca el mundo ha tenido más posibilidades de mejorar las condiciones de vida de todos los seres humanos sin excepción, y , sin embargo, retrocedemos hacia la prehistoria, porque dejamos que decidan , no la razón y el sentido común, sino los intereses de una minoría sin conciencia de su propia naturaleza humana.
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