Que este país es un territorio sin dueño que el capital comienza a
repartirse parece ya fuera de toda duda. El control de cualquier resistencia
ciudadana está bien calculado. La OCDE, que es como una ONG internacional cuyo
objetivo sea la extensión por el planeta
de la explotación humana para el beneficio del capitalismo internacional y sin
banderas, ha venido a burlarse de este pueblo, a solazarse en la miseria que
cerca a buena parte de la población en forma de desempleo y de abandono por
parte del Estado.
Alaba las políticas de
Rajoy, sicario y alumno aventajado a fin de cuentas de ese selecto grupo de torturadores
de la población mundial con medidas económicas que lastran el desarrollo de los
países, aumentan la pobreza y condenan a la exclusión a buena parte de los
habitantes del planeta. Pero las considera insuficientes. Como a un animal
cercado por la jauría, a este país hay que agotarlo más, hasta que, exhausto y
desangrado, sea incapaz de ofrecer resistencia.
La OCDE recomienda – en
realidad, refuerza las posiciones de la Troika- subir más el IVA,
abaratar más los despidos, especialmente los improcedentes, reformar el sistema
de pensiones para que los jubilados cobren menos y las viudas pierdan dicha protección,
acabar con las deducciones en el IRPF por planes de pensiones, suprimir con
carácter retroactivo las deducciones por la compra de vivienda, y endurecer los
requisitos para las percepciones por desempleo, entre otras imprescindibles medidas
para hacer frente al déficit.
Recomienda, además, bajar las
cotizaciones sociales a cargo de las empresas. Las empresas no tienen nada que ver
con la situación económica; parece justo evitarles los efectos dañinos que la misma
ha echado sobre nosotros. La disminución de ingresos se compensa con la subida
del IVA, se carga sobre la economía de los más pobres, sobre el copago de servicios
que la Constitución nos garantiza.
No se le ha escuchado al mensajero de los poderosos del mundo unidos, ese Mercurio del crimen organizado, ni una referencia a la reforma fiscal, a la economía sumergida, a los evasores fiscales conocidos y protegidos por una ley injustificable, a la necesidad de generar empleo como único motor creíble para la recuperación.
Ni una palabra.
Ha venido a recordarnos que la crisis es un asunto de los pobres y que los pobres debemos afrontar el pago de la usura con que la que sus socios, los evasores, los trileros del mundo financiero, los creadores de paraísos fiscales, se han adueñado del futuro.
Confieso que desconozco la
razón que los impulsa a apretarnos el dogal que nos asfixia. ¿Se impacienta el capitalismo
internacional que necesita la ruina definitiva del país para repartirse nuestros
despojos? ¿Son como una bandada de buitres que gira en círculos sobre nuestras cabezas, impaciente porque no acabamos de morir definitivamente...?
Nuestro futuro próximo está
ya diseñado y lo conocemos. Somos una de
las economías más apetecibles del planeta, más de un billón de euros de producto
interior bruto. Somos, también, una de las economías más indefensas. En consecuencia somos también un país en venta. Ya no valemos gran cosa después
del empecinado proceso de depreciación al que nos tienen sometido el capitalismo
internacional y este gobierno, cómplice necesario del crimen horrendo de desprestigiar
nuestro pasado y de hipotecar nuestro futuro.
Las condiciones para invertir en nuestra ruina son extraordinarias: millones de parados, predispuestos a aceptar cualquier migaja en forma de empleo; las condiciones laborales más desprotegidas de los países de nuestro volumen económico; una sociedad confusa, indefensa, desesperada; un gobierno cómplice que prepara la tierra y la abona para la explotación oportunista; y un estado en venta, la oportunidad extraordinaria de acceder a la subasta de servicios fundamentales donde la clientela está garantizada, educación, sanidad, y atención a personas dependientes, por citar algunos.
Da la impresión de que este destino resulta inevitable, de que todos los actores políticos - y me refiero a los partidos - han aceptado que este país no tendrá otro futuro que el que el capitalismo internacional ha preparado para nosotros.
Pero es un destino inaceptable. No creo que lo aceptemos sin rupturas.
Si la izquierda no encauza, pronto, con un programa que responda a nuestras reclamaciones justísimas, el desencanto colectivo, la indignación creciente, será corresponsable de un futuro con profundos desgarros, con violencia social.
Estallaremos.
Y las consecuencias serán imprevisibles. No nos están dejando otro camino, porque la distribución de las consecuencias de la crisis que generó el capitalismo irresponsable es un crimen.
Un crimen de Estado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario