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domingo, 4 de noviembre de 2012

Cualquier tiempo pasado...


Portada de las "Coplas a la muerte de su padre"
Jorge Manrique


    Tan productiva es la factoría humana de pensamiento, explicaciones de la realidad, justificación de cada acontecimiento, que no habrá nadie en el mundo que no encuentre acomodo o coincidencia con su propia visión. Sobre el presente que nos toca vivir hay infinidad de explicaciones.
            La reflexión sobre nuestro presente vendrá siempre teñida por la ideología dominante de quien escribe. En el fondo, simplificando mucho, sólo hay dos ideologías, y ya las expuse en otra entrada, “Decentes o indecentes” -13 de agosto-, pero entre las personas de cultura amplia, incluso la ideología se puede enmascarar tras las sutilezas de un discurso ambiguo. Tengo para mí que la ambigüedad sólo denota miedo a las consecuencias de manifestarse claramente, o duda sobre tus propias certezas.
            Hay dos o tres ideas, ambiguas desde mi propio punto de vista, que el pensamiento actual nos proporciona como explicación del deterioro social, económico y político.
            La primera es que sin destrucción de lo existente, no se produce progreso.
            Responde a un tipo de pensamiento que se aleja del drama humano y adopta la posición elevada del analista desapasionado, darwiniano, distanciado y que considera el proceso como la respuesta al ciclo creativo de la propia naturaleza. ¿Qué progreso es este? – podemos preguntarnos. Porque sólo se destruyen empleos, derechos, prestaciones y funciones obligadas de los estados democráticos. Se destruye democracia y derechos humanos. ¿Es este el progreso que la humanidad andaba reclamando…? Se destruye el estado protector, la gran empresa colectiva que creamos entre todos, y en su lugar nos domina la vida un Leviatán dañino, cómplice del capitalismo deshumanizado, feroz esbirro que actúa siguiendo consignas criminales para favorecer los intereses de una minoría depredadora. ¿Es ese el progreso que la humanidad merece…?
            Otra idea dominante es que el pasado reciente no volverá. Debemos olvidarnos del Estado protector, al que hemos denominado Estado del Bienestar, porque no volverá. Cualquier tiempo pasado fue mejor.
            Ese principio de las luctuosas coplas de Manrique parece haberse situado en posición dominante en el pensamiento occidental.  Quizá tenga unas bases objetivas, - a veces todos pensamos esos mismo- pero es  un mensaje interesado. Persigue inundarnos la conciencia de determinismo derrotista, arrebatarnos la esperanza, dejarnos sin nuestro único recurso que es la fuerza colectiva para diseñar nuestro futuro.
            Cuando me ha tocado comentar las coplas de Manrique con mi alumnado, siempre he intentado desarmar su fuerza destructiva. No es el azar, ningún destino, el que marca el valor de cada tiempo que vivimos. Es nuestra determinación, la fuerza de nuestras convicciones o la de nuestra necesidad. ¡Tanto reivindicar la libertad para dejar el futuro en manos del azar o de  una autoridad indiscutible que se arrogan otros! ¿Qué locura es esta? ¿Para qué la libertad, entonces…? ¿Para desplazarnos de un lugar a otro…? ¡Venga ya! Ninguna libertad tiene sentido sino la deseamos para inventar el mundo que deseamos compartir mañana.
            Y hay un tercer factor, bastante común, que aparece nítidamente en las valoraciones sobre esta crisis. La ciudadanía comparte la responsabilidad en su gestación. Define esta visión  a la sociedad occidental como una sociedad burguesa, acomodaticia, consumista, proclive al endeudamiento familiar, irreflexiva y frágil ante cualquier tentación. Nos hemos dejado engañar sin oponer resistencia,-concluyen.
            No falta coherencia a este razonamiento.
       Pero es necesario resaltar el papel corruptor del capitalismo en todo ese proceso colonizador. Cuando había excedente de capital y había que ponerlo a producir réditos, inundaron nuestras vidas de dinero fácil. Cuando Alemania necesitaba recuperar su exportación, el BCE inundó a los países circundantes de dinero. La crisis empezó a gestarse hace ya muchos años, pero la diseñó el capital irresponsable. Cuando pedías una hipoteca y te ofrecían dinero por encima del valor real de la vivienda, para amueblarla, comprarte un coche nuevo y una televisión de plasma, o pagarte el viaje soñado y prometido a la familia, la mayor parte del mundo cayó en la tentación sin reflexionar demasiado ¿Quién no lo haría? No hay nada más humano que abrazar la tentación. Era legítimo. Aquel al que pedías un préstamo te ofrecía bastante más de lo que habías pedido. Corrupción. Señuelo. Grilletes sobre tu vida.
            Pero ese argumento no tiene validez como justificación moral para las consecuencias de la crisis. La gran mayoría está perdiendo elementos importantes o definitivos para su existencia, el trabajo, la vivienda, la esperanza, el futuro, las convicciones democráticas. Y una insignificante minoría acumula beneficios incontables e innecesarios sobre el agostadero de nuestra ruina.
            Es injusto. Es inmoral. Es insoportable.
            Cualquier tiempo pasado no fue mejor. Los damnificados somos prácticamente todos, el colectivo humano. Los defensores de este sistema injusto apenas son una milésima parte de este caldo vital que es la humanidad.
            ¡No podemos permitirlo! Sencillamente, porque somos más. Y , sobre todo, porque ante el universo de pobreza y explotación universal que nos tienen preparados, tenemos la fuerza colectiva de la cólera justísima, universal, contagiosa, indominable. Y deben saber que nuestra cólera es temible. De una vez. No somos un rebaño de corderos. Somos un rebaño de búfalos acosados por un enemigo frágil, si tomamos conciencia de nuestra fuerza colectiva.
         















    Puede que ellos tengan que huir, si estamos convencidos. Tenemos el poder indiscutible -todavía- del voto y el instrumento que podemos rediseñar de forma justa, las leyes.

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