Portada de las "Coplas a la muerte de su padre"
Jorge Manrique
Tan productiva es la
factoría humana de pensamiento, explicaciones de la realidad, justificación de
cada acontecimiento, que no habrá nadie en el mundo que no encuentre acomodo o
coincidencia con su propia visión. Sobre el presente que nos toca vivir hay infinidad de explicaciones.
La reflexión sobre nuestro presente vendrá siempre teñida
por la ideología dominante de quien escribe. En el fondo, simplificando mucho,
sólo hay dos ideologías, y ya las expuse en otra entrada, “Decentes o
indecentes” -13 de agosto-, pero entre las personas de cultura amplia, incluso
la ideología se puede enmascarar tras las sutilezas de un discurso ambiguo. Tengo para mí que la ambigüedad sólo denota miedo a las consecuencias de manifestarse claramente,
o duda sobre tus propias certezas.
Hay dos o tres ideas, ambiguas desde mi propio punto de
vista, que el pensamiento actual nos proporciona como explicación del deterioro
social, económico y político.
La primera es que sin destrucción de lo existente, no se
produce progreso.
Responde a un tipo de pensamiento que se aleja del drama
humano y adopta la posición elevada del analista desapasionado, darwiniano,
distanciado y que considera el proceso como la respuesta al ciclo creativo de
la propia naturaleza. ¿Qué progreso es este? – podemos preguntarnos. Porque
sólo se destruyen empleos, derechos, prestaciones y funciones obligadas de los
estados democráticos. Se destruye democracia y derechos humanos. ¿Es este el
progreso que la humanidad andaba reclamando…? Se destruye el estado protector,
la gran empresa colectiva que creamos entre todos, y en su lugar nos domina la
vida un Leviatán dañino, cómplice del capitalismo deshumanizado, feroz esbirro
que actúa siguiendo consignas criminales para favorecer los intereses de una
minoría depredadora. ¿Es ese el progreso que la humanidad merece…?
Otra idea dominante es que el pasado reciente no volverá.
Debemos olvidarnos del Estado protector, al que hemos denominado Estado del Bienestar,
porque no volverá. Cualquier tiempo pasado fue mejor.
Ese principio de las luctuosas coplas de Manrique parece
haberse situado en posición dominante en el pensamiento occidental. Quizá tenga unas bases objetivas, - a veces
todos pensamos esos mismo- pero es un
mensaje interesado. Persigue inundarnos la conciencia de determinismo
derrotista, arrebatarnos la esperanza, dejarnos sin nuestro único recurso que
es la fuerza colectiva para diseñar nuestro futuro.
Cuando me ha tocado comentar las coplas de Manrique con
mi alumnado, siempre he intentado desarmar su fuerza destructiva. No es el
azar, ningún destino, el que marca el valor de cada tiempo que vivimos. Es
nuestra determinación, la fuerza de nuestras convicciones o la de nuestra
necesidad. ¡Tanto reivindicar la libertad para dejar el futuro en manos del
azar o de una autoridad indiscutible que se arrogan otros! ¿Qué locura es esta? ¿Para qué la libertad, entonces…? ¿Para desplazarnos
de un lugar a otro…? ¡Venga ya! Ninguna libertad tiene sentido sino la deseamos
para inventar el mundo que deseamos compartir mañana.
Y hay un tercer factor, bastante común, que aparece
nítidamente en las valoraciones sobre esta crisis. La ciudadanía comparte la
responsabilidad en su gestación. Define esta visión a la sociedad occidental como una sociedad
burguesa, acomodaticia, consumista, proclive al endeudamiento familiar, irreflexiva y frágil ante cualquier tentación. Nos hemos dejado engañar sin
oponer resistencia,-concluyen.
No falta coherencia a este razonamiento.
Pero es necesario resaltar
el papel corruptor del capitalismo en todo ese proceso colonizador. Cuando
había excedente de capital y había que ponerlo a producir réditos, inundaron
nuestras vidas de dinero fácil. Cuando Alemania necesitaba recuperar su
exportación, el BCE inundó a los países circundantes de dinero. La crisis empezó
a gestarse hace ya muchos años, pero la diseñó el capital irresponsable. Cuando
pedías una hipoteca y te ofrecían dinero por encima del valor real de la
vivienda, para amueblarla, comprarte un coche nuevo y una televisión de plasma, o pagarte el viaje soñado y prometido a la familia, la mayor parte del mundo
cayó en la tentación sin reflexionar demasiado ¿Quién no lo haría? No hay nada
más humano que abrazar la tentación. Era legítimo. Aquel al que pedías un
préstamo te ofrecía bastante más de lo que habías pedido. Corrupción. Señuelo.
Grilletes sobre tu vida.
Pero ese argumento no tiene validez como justificación
moral para las consecuencias de la crisis. La gran mayoría está perdiendo
elementos importantes o definitivos para su existencia, el trabajo, la
vivienda, la esperanza, el futuro, las convicciones democráticas. Y una
insignificante minoría acumula beneficios incontables e innecesarios sobre el agostadero
de nuestra ruina.
Es
injusto. Es inmoral. Es insoportable.
Cualquier tiempo pasado no fue mejor. Los damnificados somos
prácticamente todos, el colectivo humano. Los defensores de este sistema injusto apenas son una milésima parte de este
caldo vital que es la humanidad.
¡No podemos permitirlo! Sencillamente, porque somos más. Y , sobre todo, porque ante el universo de pobreza y explotación universal que nos tienen preparados, tenemos la fuerza colectiva de la cólera justísima, universal, contagiosa, indominable. Y deben saber que nuestra cólera es temible. De una vez. No somos un rebaño de corderos. Somos un rebaño de búfalos acosados por un enemigo frágil, si tomamos conciencia de nuestra fuerza colectiva.
Puede que ellos tengan que huir, si estamos convencidos. Tenemos el poder indiscutible -todavía- del voto y el instrumento que podemos rediseñar de forma justa, las leyes.
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