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viernes, 2 de noviembre de 2012

La balsa de Medusa


LA BALSA DE MEDUSA. Théodore Géricault (1818-19)
Museo del Louvre

     Esta pintura es considerada como la gran puesta en escena y, a la vez,  la consagración del Romanticismo francés. Géricault, a pesar de quienes consideraron su cuadro un ataque frontal a la monarquía francesa recién restaurada tras la derrota definitiva de Napoleón, e indirectamente implicada en la catástrofe, se reivindicó como pintor a escala internacional.
       El cuadro representa un hecho histórico. La fragata francesa Méduse, que formaba parte de una expedición, al mando de un aristócrata inexperto, presuntuoso, e irresponsable, se desvió de su ruta, se distanció del resto de los barcos y encalló  a sesenta kilómetros de las costas africanas. En los botes de salvamento no había espacio para todos los pasajeros del barco. Así que ciento cuarenta y seis hombres y una mujer fueron abandonados a su suerte en una balsa de veinte metros de largo por siete de ancho, construida con los restos de la fragata.
        Trece días después, casualmente, puesto que el gobierno francés no había tomado ninguna iniciativa para su búsqueda y rescate, un galeón francés los encontró a la deriva. Habían sobrevivido quince hombres. Los supervivientes contaron acontecimientos que forman parte de las experiencias extremas de los seres humanos. Sin agua, sin alimento, sin espacio, con la balsa amenazando hundimiento por exceso de peso en un mar inestable, vivieron escenas de asesinato, canibalismo, y crueldades desconocidas a las que sólo la desesperación y el instinto de supervivencia podrían ofrecer alguna justificación.
     Si hoy alguien le pudiera encargar a Géricault una metáfora pictórica de Europa, probablemente nos diría que está colgada ya en las salas de El Louvre. Porque esta “Balsa de Medusa” es una representación creíble de la Europa indigna de sí misma  que nos ha tocado en el reparto de la Historia.
            Kostas Vaxevanis, periodista griego que publicó el pasado fin de semana en una revista los nombres de más de dos mil griegos que han evadido capitales al paraíso fiscal de Suiza, mientras su país se debate en una agonía insoportable, ha comparecido ya ante un tribunal de Atenas “por violación de datos personales”. La urgencia con la que ha sido juzgado – en apenas tres días- habla a las claras de  hasta qué punto el capitalismo dominante es celoso de su seguridad. Lo peor del caso es que fue precisamente Christine Lagarde, madame FMI, quien proporcionó el listado al gobierno griego en 2010. Desde entonces Grecia, el pueblo griego, ha sufrido una auténtica sangría en prestaciones sociales, en empleo, en calidad de vida, en derechos laborales, en la propia convivencia ciudadana. Pero ningún gobierno ha tomado medidas contra los evasores. Eso denunciaba Kostas Vaxevanis. Y alguien lo ha considerado un delincuente.
     Entre nosotros, como la avanzadilla de un ejército invasor y sanguinario, la Comunidad de Madrid, fiel a los dictados de Esperanza en la sombra, acaba de imponer un impuesto de sobrepago – un euro por receta- a los usuarios de la Seguridad Social.
      Plantea, además, la privatización de seis grandes hospitales de Madrid. Encomendará la gestión de estos centros hospitalarios a grupos empresariales vinculados al sector del seguro, pero, también, a la construcción. En alguna parte habrán de resarcirse de las pérdidas que la especulación y la falta de sentido común les produjeron en la aventura del ladrillo. La inversión privada no nace nunca con vocación de servicio. Persigue el beneficio y el lucro. El ciudadano medio de Madrid ya ha tenido ocasión de comprobarlo. Lo comprobará con mayor certeza en los tiempos venideros. Perderá calidad y se resentirá su bolsillo. En cuanto a la reducción de costes del servicio a las arcas públicas que se usa en estas decisiones como principal argumento, es sencillamente falso. Desde 2010, la dotación presupuestaria de los centros hospitalarios privatizados por Aguirre no ha hecho sino crecer, al tiempo que han estado derivando sistemáticamente los casos graves y costosos a los centros públicos. Se trata únicamente de complicidad con sus compañeros de viaje, el capitalismo clientelar de este país. 
      Cualquier servicio público privatizado- hay que decirlo en voz alta- pierde una buena parte de su calidad y no supone ahorro alguno.
            Una medida experimental del laboratorio de Madrid, con vocación de proyección nacional.
            Recientemente un familiar ha debido recurrir a una clínica privada. Todo el personal, cuyo convenio establece una jornada laboral de 35 horas semanales, trabaja 60 horas semanales; de 9  a 21. Tienen una hora para comer a mediodía. 11 horas diarias  de quirófano en una clínica oftalmológica quizá sean demasiadas horas para garantizar la eficacia deseable. ¿O no? El beneficio empresarial se estructura sobre el procedimiento de emplear una sola persona donde harían falta dos, con la pérdida inevitable de calidad del servicio, el riesgo inherente al agotamiento en una actividad que exige absoluta precisión, y el aumento del paro. Sólo el capital obtiene beneficio.
            Mientras, a los inversores extranjeros que ayuden a reflotar la banca se les eximirá del pago de impuestos, apenas un 1%. Y el fraude fiscal, con nombres y apellidos, se encuentra a salvo por una disposición legal injusta que impide a los inspectores de Hacienda prorrogar una investigación de fraude  más allá de doce meses. También el gobierno, como en  Grecia, conoce la lista de los grandes evasores españoles, pero ataca y culpa a los náufragos hacinados en la balsa de Medusa.
            Grecia y España no son sino un pálido reflejo de esta Europa indigna. Los botes salvavidas hace ya tiempo que fueron ocupados. El fraude fiscal, la evasión de capitales, los paraísos fiscales tolerados, la degeneración del sistema político invadido por las prácticas corruptas del capital están a salvo. A nosotros nos han dejado una balsa improvisada, calculadamente inestable, limitada en sus dimensiones para domar nuestras conciencias  con la brida de la indefensión y el látigo del miedo. 
            La balsa está atestada de desahuciados, cadáveres macilentos, y feroces competidores por las migajas de empleo que van poniendo a nuestro alcance. Caníbales por la supervivencia, debilitados por la necesidad, desamparados por las leyes injustas, víctimas de la miseria que nos han dejado como medio de vida, deshumanizados por la complicidad criminal del capitalismo irracional y los políticos serviles que traicionan sus propias promesas y nuestras esperanzas.
         Hace ya tiempo que sobrevivimos, muy a duras penas, en la Balsa de Medusa. 



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