LA BALSA DE MEDUSA. Théodore Géricault (1818-19)
Museo del Louvre
Esta pintura es considerada
como la gran puesta en escena y, a la vez, la consagración del Romanticismo francés. Géricault,
a pesar de quienes consideraron su cuadro un ataque frontal a la monarquía francesa
recién restaurada tras la derrota definitiva de Napoleón, e indirectamente implicada
en la catástrofe, se reivindicó como pintor a escala internacional.
El cuadro representa un hecho histórico. La fragata francesa
Méduse, que formaba parte de una expedición,
al mando de un aristócrata inexperto, presuntuoso, e irresponsable, se desvió de
su ruta, se distanció del resto de los barcos y encalló a sesenta kilómetros de las costas africanas. En
los botes de salvamento no había espacio para todos los pasajeros del barco. Así
que ciento cuarenta y seis hombres y una mujer fueron abandonados a su suerte en
una balsa de veinte metros de largo por siete de ancho, construida con los restos de la
fragata.
Trece días después,
casualmente, puesto que el gobierno francés no había tomado ninguna iniciativa
para su búsqueda y rescate, un galeón francés los encontró a la deriva. Habían
sobrevivido quince hombres. Los supervivientes contaron acontecimientos que
forman parte de las experiencias extremas de los seres humanos. Sin agua, sin
alimento, sin espacio, con la balsa amenazando hundimiento por exceso de peso en
un mar inestable, vivieron escenas de asesinato, canibalismo, y crueldades desconocidas
a las que sólo la desesperación y el instinto de supervivencia podrían ofrecer alguna
justificación.
Si hoy alguien le pudiera encargar
a Géricault una metáfora pictórica de Europa, probablemente nos diría que está colgada
ya en las salas de El Louvre. Porque esta “Balsa de Medusa” es una representación
creíble de la Europa indigna de sí misma que nos ha tocado en el reparto de la Historia.
Kostas Vaxevanis, periodista griego que publicó el pasado
fin de semana en una revista los nombres de más de dos mil griegos que han evadido
capitales al paraíso fiscal de Suiza, mientras su país se debate en una agonía insoportable,
ha comparecido ya ante un tribunal de Atenas “por violación de datos personales”.
La urgencia con la que ha sido juzgado – en apenas tres días- habla a las claras de hasta qué punto el capitalismo dominante es celoso de su seguridad. Lo peor del
caso es que fue precisamente Christine Lagarde, madame FMI, quien proporcionó el
listado al gobierno griego en 2010. Desde entonces Grecia, el pueblo griego, ha
sufrido una auténtica sangría en prestaciones sociales, en empleo, en calidad de
vida, en derechos laborales, en la propia convivencia ciudadana. Pero ningún gobierno
ha tomado medidas contra los evasores. Eso denunciaba Kostas Vaxevanis. Y alguien
lo ha considerado un delincuente.
Entre nosotros, como la
avanzadilla de un ejército invasor y sanguinario, la Comunidad de Madrid, fiel
a los dictados de Esperanza en la sombra, acaba de imponer un impuesto de
sobrepago – un euro por receta- a los usuarios de la Seguridad Social.
Plantea,
además, la privatización de seis grandes hospitales de Madrid. Encomendará la
gestión de estos centros hospitalarios a grupos empresariales vinculados al
sector del seguro, pero, también, a la construcción. En alguna parte habrán de
resarcirse de las pérdidas que la especulación y la falta de sentido común les
produjeron en la aventura del ladrillo. La inversión privada no nace nunca con
vocación de servicio. Persigue el beneficio y el lucro. El ciudadano medio de
Madrid ya ha tenido ocasión de comprobarlo. Lo comprobará con mayor certeza en
los tiempos venideros. Perderá calidad y se resentirá su bolsillo. En cuanto a
la reducción de costes del servicio a las arcas públicas que se usa en estas
decisiones como principal argumento, es sencillamente falso. Desde 2010, la dotación
presupuestaria de los centros hospitalarios privatizados por Aguirre no ha
hecho sino crecer, al tiempo que han estado derivando sistemáticamente los
casos graves y costosos a los centros públicos. Se trata únicamente de
complicidad con sus compañeros de viaje, el capitalismo clientelar de este
país.
Cualquier servicio público privatizado- hay que decirlo en voz alta- pierde una buena parte de su calidad y no supone ahorro alguno.
Una medida experimental del laboratorio de Madrid, con
vocación de proyección nacional.
Recientemente un familiar ha debido recurrir a una
clínica privada. Todo el personal, cuyo convenio establece una jornada laboral
de 35 horas semanales, trabaja 60 horas semanales; de 9 a 21. Tienen una hora para comer a mediodía.
11 horas diarias de quirófano en una
clínica oftalmológica quizá sean demasiadas horas para garantizar la eficacia
deseable. ¿O no? El beneficio empresarial se estructura sobre el procedimiento de emplear una sola persona donde harían falta dos, con la pérdida inevitable de calidad del servicio, el riesgo inherente al agotamiento en una actividad que exige absoluta precisión, y el aumento del paro. Sólo el capital obtiene beneficio.
Mientras, a los inversores extranjeros que ayuden a
reflotar la banca se les eximirá del pago de impuestos, apenas un 1%. Y el fraude fiscal, con nombres y apellidos, se encuentra a salvo por una disposición legal injusta que impide a los inspectores de Hacienda prorrogar una investigación de fraude más allá de doce meses. También el gobierno, como en Grecia, conoce la lista de los grandes evasores españoles, pero ataca y culpa a los náufragos hacinados en la balsa de Medusa.
Grecia y España no son sino un pálido reflejo de esta
Europa indigna. Los botes salvavidas hace ya tiempo que fueron ocupados. El
fraude fiscal, la evasión de capitales, los paraísos fiscales tolerados, la
degeneración del sistema político invadido por las prácticas corruptas del
capital están a salvo. A nosotros nos han dejado una balsa improvisada, calculadamente
inestable, limitada en sus dimensiones para domar nuestras conciencias con la brida de la indefensión y el látigo del miedo.
La balsa está atestada de desahuciados, cadáveres macilentos,
y feroces competidores por las migajas de empleo que van poniendo a nuestro
alcance. Caníbales por la supervivencia, debilitados por la necesidad, desamparados por las leyes injustas, víctimas de la miseria que nos han dejado
como medio de vida, deshumanizados por la complicidad criminal del capitalismo irracional
y los políticos serviles que traicionan sus propias promesas y nuestras esperanzas.
Hace ya tiempo que sobrevivimos, muy a duras penas, en la Balsa de Medusa.
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