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viernes, 16 de noviembre de 2012

Por si quedaban dudas

    Los dos partidos mayoritarios no han podido consensuar ni la reforma leve de la ley hipotecaria. Ni siquiera se han podido poner de acuerdo en la manera de afrontar el grave problema que los desahucios están planteando a una buena parte de la población.
    En este caso dudo de que al partido que gobierna no le hubiera gustado avanzar un poco más en las concesiones que anda demandando la sociedad civil. Necesita frenar el deterioro que sus medidas están generando en su imagen y la sangría de votos que en un solo año de gobierno ha experimentado entre quienes le otorgaron la mayoría absoluta. No le habría venido mal un gesto de sensibilidad hacia los más  castigados por la crisis.
   Pero no ha tenido la más mínima oportunidad. Quien gobierna  en realidad le ha marcado los límites. Tenía razón la letrada que invité a compartir mi blog recientemente. La Ley Hipotecaria es un asunto que exige un profundo pacto de Estado que las fuerzas dominantes no van a permitir. Faena de aliño, galimatías que nada aclara a nadie, mucho menos a los afectados, y a esperar el próximo desahucio o el próximo suicidio.
  Las presiones de Europa, de la Banca internacional y de la Banca nacional han debido ser insoportables sobre este gobierno cautivo. Un porcentaje elevadísimo del negocio bancario de la Unión Europea se asienta sobre las hipotecas. El capitalismo que ahora gobierna los países, especialmente aquellos más debilitados por la situación de dependencia económica, que son  aquellos en los que el sistema financiero propio más irresponsablemente se comportó durante los años de bonanza, no puede permitir que se abra una brecha en la estructura de uno de sus pilares de dominio sobre la población trabajadora. Largas hipotecas, casi de por vida, cuyo pago exige un tercio o más de los ingresos familiares. Un tercio o más de nuestros ingresos ya tienen dueño; lo tenemos condicionado casi de por vida a cambio de gozar del derecho a la vivienda digna - o casi- que establecen todas las constituciones europeas. De eso se trata, de convertir nuestra necesidad en beneficio propio.
  Una reforma de la Ley Hipotecaria en España, un territorio especialmente sensible por las consecuencias de la política europea de control asfixiante del déficit sin ninguna concesión al empleo, podría abrir una brecha de proporciones considerables en la, hasta ahora, impunidad del sistema financiero para el abuso y la mala praxis, que se vienen denunciando. 
    Europa parece adormecida socialmente; la derecha domina en las urnas de casi todos los países; incluso, los extremismos de la derecha más radical y ultranacionalista  asoman su sucia faz a muchos parlamentos. Pero habrá un día en que la izquierda europea abandone ese retiro acobardado en el que se ha sumido, se detenga un momento en su alocada desbandada, encuentre de nuevo el vínculo con sus raíces históricas y decida aprovechar la lección cotidiana que el pueblo está brindando de que es posible plantarle cara al capitalismo.
    Quién sabe si no será España la primera en abrir esa puerta. Esta ciudadanía está demostrando redaños y conciencia. Sólo falta ese proyecto de izquierdas que nos ofrezca , otra vez,  una bandera que podamos seguir sin temor a ser decepcionados, traicionados, ignorados, desahuciados, empobrecidos, engañados, entregados a los leones en el circo de los intereses económicos de una minoría sin patria y sin conciencia.
   Pero ha de ser una bandera limpia, con la que la corrupción sea perseguida desde el momento en que sólo se insinúe como un brote nocivo; una bandera que ofrezca una esperanza a la mayoría desesperada; una bandera que recupere el interés por las personas y no tema enfrentarse, ley en mano, al poder del dinero.

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