Los dos partidos mayoritarios no han podido consensuar ni la
reforma leve de la ley hipotecaria. Ni siquiera se han podido poner de acuerdo
en la manera de afrontar el grave problema que los desahucios están planteando
a una buena parte de la población.
En este caso dudo de que al partido que gobierna no le
hubiera gustado avanzar un poco más en las concesiones que anda demandando la
sociedad civil. Necesita frenar el deterioro que sus medidas están generando en
su imagen y la sangría de votos que en un solo año de gobierno ha experimentado
entre quienes le otorgaron la mayoría absoluta. No le habría venido mal un
gesto de sensibilidad hacia los más castigados por la crisis.
Pero no ha tenido la más mínima oportunidad. Quien
gobierna en realidad le ha marcado los límites. Tenía razón la letrada
que invité a compartir mi blog recientemente. La Ley Hipotecaria es un asunto
que exige un profundo pacto de Estado que las fuerzas dominantes no van a
permitir. Faena de aliño, galimatías que nada aclara a nadie, mucho menos a los
afectados, y a esperar el próximo desahucio o el próximo suicidio.
Las presiones de Europa, de la Banca internacional y de la Banca
nacional han debido ser insoportables sobre este gobierno cautivo. Un
porcentaje elevadísimo del negocio bancario de la Unión Europea se asienta
sobre las hipotecas. El capitalismo que ahora gobierna los países,
especialmente aquellos más debilitados por la situación de dependencia
económica, que son aquellos en los que el sistema financiero propio más
irresponsablemente se comportó durante los años de bonanza, no puede permitir
que se abra una brecha en la estructura de uno de sus pilares de dominio sobre
la población trabajadora. Largas hipotecas, casi de por vida, cuyo pago exige
un tercio o más de los ingresos familiares. Un tercio o más de nuestros
ingresos ya tienen dueño; lo tenemos condicionado casi de por vida a cambio de
gozar del derecho a la vivienda digna - o casi- que establecen todas las
constituciones europeas. De eso se trata, de convertir nuestra necesidad en
beneficio propio.
Una reforma de la Ley Hipotecaria en España, un territorio
especialmente sensible por las consecuencias de la política europea de control
asfixiante del déficit sin ninguna concesión al empleo, podría abrir una brecha
de proporciones considerables en la, hasta ahora, impunidad del sistema
financiero para el abuso y la mala praxis, que se vienen denunciando.
Europa parece adormecida socialmente; la derecha domina
en las urnas de casi todos los países; incluso, los extremismos de la derecha
más radical y ultranacionalista asoman su sucia faz a muchos parlamentos.
Pero habrá un día en que la izquierda europea abandone ese retiro acobardado en
el que se ha sumido, se detenga un momento en su alocada desbandada, encuentre
de nuevo el vínculo con sus raíces históricas y decida aprovechar la lección
cotidiana que el pueblo está brindando de que es posible plantarle cara al
capitalismo.
Quién sabe si no será España la primera en abrir esa
puerta. Esta ciudadanía está demostrando redaños y conciencia. Sólo falta ese
proyecto de izquierdas que nos ofrezca , otra vez, una bandera que
podamos seguir sin temor a ser decepcionados, traicionados, ignorados,
desahuciados, empobrecidos, engañados, entregados a los leones en el circo de
los intereses económicos de una minoría sin patria y sin conciencia.
Pero ha de ser una bandera limpia, con la que la corrupción
sea perseguida desde el momento en que sólo se insinúe como un brote nocivo;
una bandera que ofrezca una esperanza a la mayoría desesperada; una bandera que
recupere el interés por las personas y no tema enfrentarse, ley en mano, al
poder del dinero.
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