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lunes, 3 de diciembre de 2012

La mirada de la Gorgona

  

 Rosa Luxemburgo
(Wikipedia)

 Leí ayer una oportuna referencia de Josep Ramoneda en su columna de opinión (El País, 2-XII-2012) a un pensamiento de Rosa  Luxemburgo. "Si todos supiéramos, el sistema capitalista no duraría ni veinticuatro horas". 
            Lo desmentía Ramoneda con lógica demoledora.
            Cuando esta mujer comprometida  vivió, - murió en 1919, apenas concluida la Primera Guerra Mundial, víctima de la represión con la que el gobierno alemán sofocó la rebelión popular que amenazaba con reproducir la Revolución Rusa en una Alemania arruinada por la contienda-, puede que la ausencia de información o la lentísima afluencia de la misma a las masas resultara una verdadera rémora para la acción revolucionaria.
            Hoy, no.
            La información sobre los abusos del sistema económico, sobre su dominio de la vida política, de los parlamentos y de la acción de los gobiernos, invade cada hora de nuestra vida; inunda cualquier rincón de nuestra sociedad como un río desbordado. No es precisamente información lo que nos falta. Todos sabemos cuanto es preciso saber. Más que nunca. Y no solo porque tengamos acceso a la información, sino porque somos testigos directos del desmontaje frenético del Estado por parte de los intereses económicos. Lo sabemos de primera mano, porque sufrimos con crudeza las consecuencias del saqueo de nuestros derechos y de nuestras conquistas históricas. 
            No obstante, - y a esa conclusión llegaba Ramoneda- , no es el capitalismo el que parece en peligro, sino el propio sistema democrático. El capitalismo es cada día más poderoso, más obsceno, más exigente, más deshumanizado y menos respetuoso, si alguna vez lo fue, con la soberanía de los estados.
            Y, sometida a sus exigencias, la democracia es ya un concepto vacío de contenido; las constituciones, listados de derechos conculcados, arqueología de la voluntad de los pueblos que un día se creyeron dueños de su destino; los proyectos políticos de las naciones y sus pueblos, sueños imposibles de gente sin sentido de la realidad, románticos rezagados o adolescentes perpetuos.
            Y los gobiernos, por fuerza o de buen grado como sucede en nuestro caso, son sólo los esbirros que imponen al pueblo el código de hierro con el que capital expolia los territorios conquistados. Esa es la única verdad. 
            Y la sabemos.
            La cuestión, entonces, que cabe plantearse es de qué nos sirve el conocimiento, tan detallado, tan prolijo, tan bien desmenuzado, tan asumido ya por cualquier ser humano racional.
            Yo no sé responder. Sólo tengo sospechas.
            Quizá la conciencia de ese poder tan invasivo, tan cruel, tan inhumano, tan extendido, nos ha dejado inermes, vencidos de antemano, amargamente convencidos de que ya no hay remedio.
            Quizá la información que manejamos, como la terrible mirada de Medusa, nos ha petrificado.
            Quizá fuera más útil el silencio que este empeño inútil de denunciar indignidades.
            De cualquier forma, sabed que quien guarda silencio interesado sobre las injusticias y las explotaciones, ha empezado a morir o ha aceptado ya la esclavitud como futuro. 

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