Rosa Luxemburgo
(Wikipedia)
Leí ayer una oportuna
referencia de Josep Ramoneda en su columna de opinión (El País,
2-XII-2012) a un pensamiento de Rosa Luxemburgo. "Si todos
supiéramos, el sistema capitalista no duraría ni veinticuatro
horas".
Lo desmentía Ramoneda con lógica
demoledora.
Cuando esta mujer comprometida
vivió, - murió en 1919, apenas concluida la Primera Guerra Mundial,
víctima de la represión con la que el gobierno alemán sofocó la rebelión
popular que amenazaba con reproducir la Revolución Rusa en una Alemania
arruinada por la contienda-, puede que la ausencia de información o la
lentísima afluencia de la misma a las masas resultara una verdadera rémora para
la acción revolucionaria.
Hoy, no.
La información sobre los abusos del
sistema económico, sobre su dominio de la vida política, de los parlamentos y
de la acción de los gobiernos, invade cada hora de nuestra vida; inunda
cualquier rincón de nuestra sociedad como un río desbordado. No es precisamente
información lo que nos falta. Todos sabemos cuanto es preciso saber. Más que
nunca. Y no solo porque tengamos acceso a la información, sino porque somos
testigos directos del desmontaje frenético del Estado por parte de los
intereses económicos. Lo sabemos de primera mano, porque sufrimos con crudeza
las consecuencias del saqueo de nuestros derechos y de nuestras conquistas
históricas.
No obstante, - y a esa conclusión llegaba
Ramoneda- , no es el capitalismo el que parece en peligro, sino el propio
sistema democrático. El capitalismo es cada día más poderoso, más obsceno, más
exigente, más deshumanizado y menos respetuoso, si alguna vez lo fue, con la
soberanía de los estados.
Y, sometida a sus exigencias, la
democracia es ya un concepto vacío de contenido; las constituciones, listados
de derechos conculcados, arqueología de la voluntad de los pueblos que un día
se creyeron dueños de su destino; los proyectos políticos de las naciones y sus
pueblos, sueños imposibles de gente sin sentido de la realidad, románticos
rezagados o adolescentes perpetuos.
Y los gobiernos, por fuerza o de buen
grado como sucede en nuestro caso, son sólo los esbirros que imponen al pueblo
el código de hierro con el que capital expolia los territorios conquistados.
Esa es la única verdad.
Y la sabemos.
La cuestión, entonces, que cabe
plantearse es de qué nos sirve el conocimiento, tan detallado, tan prolijo, tan
bien desmenuzado, tan asumido ya por cualquier ser humano racional.
Yo no sé responder. Sólo tengo
sospechas.
Quizá la conciencia de ese poder tan
invasivo, tan cruel, tan inhumano, tan extendido, nos ha dejado inermes,
vencidos de antemano, amargamente convencidos de que ya no hay remedio.
Quizá la información que manejamos, como
la terrible mirada de Medusa, nos ha petrificado.
Quizá fuera más útil el silencio que este
empeño inútil de denunciar indignidades.
De cualquier forma, sabed que quien
guarda silencio interesado sobre las injusticias y las explotaciones, ha
empezado a morir o ha aceptado ya la esclavitud como futuro.
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