La interpretación catastrofista del calendario maya ha acabado por no
cumplirse, afortunadamente para todos nosotros. Ya lo sabíamos. La parte
sorprendentemente científica de esa predicción, sí. Sobre estas fechas,
entre hoy y el día 26 de este mes de diciembre, se producirá una rara
alineación de astros que tardará trescientos noventa y cinco años en
producirse de nuevo.
Los mayas eran capaces de calcular estos
complejos movimientos dentro del sistema solar y su calendario contempla estos
acontecimientos. Así que no dejaron escrito que se acabara el mundo, sino este
ciclo reiterativo de ajustes en los movimientos astrales que empezarán de nuevo
por estos días para reproducir esa rara coincidencia dentro de cuatrocientos
años o casi.
Quizá para la cultura de los mayas cada uno de estos
ciclos signifique algo así como una primavera celeste por la que el mundo se
renueva. Lo desconozco. Pero ninguna primavera viene precedida de una
destrucción de la naturaleza para rejuvenecerla luego. El ciclo natural no
destruye, reconstruye o renueva reciclando.
Cuestión de interpretaciones. Siempre habrá
quien pretenda sacar conclusiones catastrofistas de cualquier situación ambigua
para arrimar el ascua del temor reverencial a su interesada sardina.
Quienes cultivan en el
interior de la mente humana ese temor irracional esperan siempre
dividendos, sean estos beneficios económicos o cesión de alguna forma de poder que les
permita acceder a los privilegios pretendidos.
Cualquier chamán, desde la Antigüedad
hasta esta misma hora en que yo escribo, solicita de los demás el
reconocimiento de su estatus superior, de su proximidad a la divinidad que lo
ha escogido, que lo ha puesto entre nosotros, para que nos guíe hasta algún
paraíso que nos aguarda tras la muerte, si cumplimos sus requerimientos.
La única fuerza de la
fe, de cualquier fe, radica en nuestro miedo a la nada, en nuestro deseo de
perdurar tras la muerte, en nuestra esperanza irracional en que eso sea posible. La única fuerza de
cualquier fe es nuestro miedo.
Así que, resuelta - en
mi opinión humilde - la cuestión de las previsiones sobre el fin del mundo, conviene
establecer que, de todas formas, por un procedimiento más lento pero no por
ello menos catastrófico, sí hay un mundo que se acaba poco a poco y de forma irreversible, según todos los datos de
que yo dispongo. El Estado democrático en este país está siendo liquidado,
desaparece ante nuestros ojos de forma irremediable.
Rajoy gobierna por decreto ley, rehúye el control del
Parlamento - por otro lado, inútil-, avienta sus culpas emboscado en la penumbra
gris y orientando la justificada cólera ciudadana en dirección a sus ministros, y culpa a la herencia recibida o se reconoce rehén de
Europa para justificar sus medidas miserables.
Ojalá, como en el calendario maya, ahora
empiece un ciclo renovador que nos devuelva lo que perdimos. Y no me refiero
tan solo a los derechos conculcados. Me refiero también a la dignidad y a la
conciencia colectiva. Nadie vendrá a ayudarnos. Somos nosotros. Todos nosotros.
Me agotan las quejas cuando vienen acompañadas de la parálisis colectiva. La renovación es un
trabajo arduo, febril, agotador pero da frutos prodigiosos.
Ya es hora.
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