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viernes, 28 de diciembre de 2012

Patente de corso

     Sin lugar a dudas esta frase os resulta familiar.
     Se acuñó en su día, cuando las escasas potencias europeas como España, Francia e Inglaterra, luchaban por dominar el mundo, para legitimar la actuación de los piratas contra cualquier barco de una potencia enemiga. Muchos de aquellos piratas resultaron ser luego prohombres de la patria, ladrones de los mares encumbrados a la nobleza y dignificados por la corona con el título de "sir", señor, caballero, hombre notable que defendió los intereses de la patria. 
    Eran tiempos en los que los estados no tenían una marina poderosa para dominar el mar, a la sazón el camino por el que circulaban las riquezas más preciadas salidas de las minas del continente americano, y cualquier ayuda, viniera de donde viniera, resultaba digna de profundo agradecimiento.
    Los corsarios eran sencillamente mercenarios, gente avezada, aventureros, desarraigados que encontraron en la piratería una forma de regeneración social a los ojos de la justicia de su propio país. Canallas legales, por así decirlo.
    Como tantas otras cosas, fue un invento inglés. No conozco  pueblo europeo más experto en el manejo de la doble moral. Ni bueno ni malo, sino todo lo contrario. Envidio su sentido práctico y su habilidad para salir, casi siempre, indemne de cuantas aberraciones perpetró a lo largo de la Historia. Incluso, de las que ahora acomete en su extraña y ventajosa relación con la Unión Europea, de la que está a punto de salir. ¡Bien hecho!
     Pero no tenía yo intención de hablar de los ingleses.
     Por extensión, aquella cédula que permitía la piratería legal y la eximía de ser catalogada como bandidaje de los mares, ha derivado al significado actual: autorización que se tiene para realizar actos prohibidos a los demás o gozar de privilegios que se aprecian como injustos por parte de los demás.
     De eso quería yo hablar.
    A pesar de las inclemencias contrastadas que nos azotan y las oscuras previsiones del futuro a corto y largo plazo, Rajoy y su gobierno han establecido que no es conveniente aumentar los impuestos a las SICAV(s). Por si alguien no lo recuerda, y para simplificar la aclaración por la tremenda, como bien merece, precisaré que una SICAV es un engendro legal para evadir impuestos, un instrumento más del capitalismo para evitarse la obligación de colaborar al sostén del estado, de la investigación, de la educación, de la sanidad y de los servicios públicos en general. Una aberración en toda regla, permitida por los gobiernos cómplices.
   Las siglas significan Sociedad de Inversión de Capital Variable. Ese nombre rebuscado esconde en su seno al capital especulativo; sí, el que busca beneficios desmesurados a cualquier precio desoyendo cualquier código moral en las relaciones humanas y despreciando, incluso, la más elemental prudencia; es el capital que, con sus locuras, desencadena cada vez con más frecuencia catástrofes sobre nuestras vidas.
    Este tipo de sociedades abunda en Europa, especialmente en España, Francia, Italia, Suiza y Luxemburgo.
     Teóricamente están reguladas. Por ejemplo, su constitución exige un número mínimo de socios, cien. Pero, en la práctica, todos sabemos - y el gobierno también, porque lo sabe Hacienda y sus inspectores así lo vienen denunciando- que son herramientas de las grandes fortunas para evadir impuestos. Y que esos cien individuos que conforman la sociedad instrumental son sólo hombres de paja, mariachis en el argot del mundo financiero, testaferros unidos al promotor, la gran fortuna, por lazos familiares o clientelares y que sólo prestan el nombre y la firma en el islote fiscal autorizado por la ley.
    Autorizado y protegido.
   Las SICAVs son prácticamente impermeables a la investigación de Hacienda que ha de contar para ello con el permiso de la Comisión Nacional del Mercado de Valores. Esta norma que limita la actuación de la inspección fiscal fue aprobada por el Parlamento Español a propuesta de CIU , tras un  periodo en que Hacienda estuvo especialmente activa en la investigación de estas sociedades. Se actuó con rapidez inusitada para ponerlas a salvo de intromisiones indeseadas.
  Solo IU se opuso a aquella ley.
  Ya hemos comprobado mil veces para qué sirve el Parlamento. En este caso, para dotar de opacidad a las grandes fortunas evasoras de impuestos.
   Como "inversiones" de algunas de nuestras Sicavs figuran palacios, yates, joyas, coches deportivos..., instrumentos imprescindibles de la ostentación y de la afirmación del éxito de quienes nos roban cada día su aportación al sostenimiento del estado, con el beneplácito del propio Parlamento.
   Ahora Mariano Rajoy y su gobierno les prorrogan la patente de corso. Seguirán tributando sólo al 1% en el impuesto de sociedades, mientras el impuesto medio de Sociedades ronda el 30% en España. De otro modo, dice el gobierno, la deslocalización sería inevitable. Es decir, el capital se buscaría un domicilio social y fiscal en algún país más tolerante. Es el reconocimiento explícito de que sólo tenemos la obligación de cumplir con las obligaciones fiscales los que tenemos movilidad limitada , y que evada quien pueda.
   Viniendo del gobierno es una afirmación que no sorprende; pero tan inmoral y tan cobarde que aturde a quien la oye.
   Decenas de miles de millones tributan de forma testimonial e irrelevante. Ese dinero, seguramente, se invertirá en deuda del Estado. No tributan, pero nos cobran intereses de usura y se solazan sobre nuestra ruina. Ya lo sabemos. La crisis es un asunto de los pobres.
  A Rajoy le sirve de disculpa; a mí, para afirmar una vez más que el gran capital maneja a su antojo a los gobiernos. Y lo seguirá haciendo mientras la Unión Europea no alcance acuerdos imprescindibles sobre la unión fiscal. Aun así los seguirá manejando, porque la mayor parte de los gobiernos de Europa son, sencillamente, los  recaderos del capital o sus esbirros.
   Lo compran todo, salvo la suficiente racionalidad para entender que su destino está unido al nuestro. Quizá, cuando lo entiendan ya sea demasiado tarde y se les habrá hundido el chiringuito definitivamente. Sería el tiempo de cambiar las leyes, enviarlos a la cárcel, incluyendo a los gobiernos cómplices, y  de reconstruir un mundo racional, solidario, atento a la economía real, al progreso colectivo y al cuidado del medio.
    Voy a poner este deseo en la carta a los tres Reyes Magos andaluces. ¡Quién sabe! Puede que tengan más acierto que los otros de Oriente en la selección de los regalos.

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