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sábado, 29 de diciembre de 2012

El cuarto poder que Montesquieu no vio

   Del libro en preparación “Breve paseo por la historia para entender el 15 M” 
    
               La visión de la ciudadanía y la de infinidad de expertos en teoría política y económica por una vez son coincidentes. Los intereses económicos de una minoría privilegiada han suplantado  la legítima actividad de los poderes políticos como representantes de los ciudadanos. Y esos intereses están reorganizando el mundo a su medida.
               Preguntarnos si es posible que la tormenta amaine y que podamos recuperar lo que ya hemos perdido quizá sea una pregunta pertinente.
               Sabemos que los sistemas fallan; son obra humana, pero esta tormenta acabará. Los indignados que reclaman la reiniciación del sistema son la prueba evidente. La Historia nos ha enseñado que , en la lucha por la soberanía, siempre acaban ganando los que la reclaman frente a los que intentan acapararla. Y ahora no será diferente. Lo que yo no sé responder es cuándo, porque dependerá de nosotros. Nada pasa por casualidad en la organización  social. Siempre es consecuencia de la influencia humana.
                Y, desde luego, la sociedad civil que quiere  conquistar o recuperar su soberanía deberá establecer sus estrategias y estar muy convencida de su fuerza.
           La teoría política sobre la que se sustenta el Estado Moderno arbitra como principio indiscutible la separación de los tres poderes conocidos , así como su mutuo control del que derivan beneficios para la sociedad. Se ha comprobado como verdad incuestionable. Teóricamente, cuando el sistema funciona de forma correcta, corregirá las desviaciones e impondrá las sanciones pertinentes a quienes abusen del poder delegado en el ejercicio de sus funciones. En democracia el ejercicio de estos poderes deriva de una delegación de la ciudadanía, implícita en el voto. Es lógico que la ciudadanía se reserve el derecho de controlar como se ejerce cada uno de los poderes que ha delegado en sus representantes.
            Evidentemente, es teoría. En la práctica nuestra capacidad para controlar el ejercicio del poder ha sido burlada en demasiadas ocasiones como para confiar ciegamente en el sistema , o en aquellos a quienes otorgamos nuestra confianza, defraudada mil veces.
            Sin embargo, el problema primordial estriba en que nos habíamos olvidado del "cuarto poder". Actualmente en la mayor parte del mundo se ha convertido en el poder determinante, sin enemigos de su rango. Suplanta al poder político o lo controla, diseña nuestras vidas con reglas inhumanas, empobrece el catálogo de nuestros derechos, coloniza países, empobrece a grandes capas de la población y conculca no pocos de los reconocidos como derechos humanos universales.
        Este poder omnímodo rechaza, a su vez, las reglas de control por parte de la sociedad humana. Aun más, ha incorporado reglas a la legislación de los países, sacrosantas en muchas naciones de la tierra, que garantizan su absoluta libertad por encima de cualquier código civil o moral. Y actualmente tiene a su favor el viento de la globalización. El capitalismo se ha convertido en una boa constrictor gigantesca que atenaza al planeta con sus anillos asfixiantes.
    La justificación por la que este "cuarto poder" rechaza el control de la sociedad humana hunde sus raíces en la teoría económica del capitalismo inicial- liberalismo- y en la fiera defensa de la propiedad privada que establecieron las primeras constituciones burguesas. El liberalismo asegura que el capital, libre de controles por parte del estado, generará beneficios que alcanzarán a toda la sociedad. Las constituciones burguesas establecen que el capital no es un "poder delegado" por la sociedad civil , sino una propiedad privada; por tanto no debe estar sujeto a su control.
      Esta justificación choca con nuestra percepción del origen del capital. Se acumula en manos privadas, pero tiene un origen colectivo. La mayor parte de la riqueza la genera el trabajo humano. Y habrá que volver sobre la pregunta que nos hacíamos para definir la ideología. ¿Para qué generamos la riqueza con nuestro trabajo? ¿Para el enriquecimiento de unos pocos o para mejorar las condiciones de vida de la humanidad en su conjunto?
       Y choca dicha justificación con nuestra propia experiencia colectiva. 
       En primer lugar, la ausencia de regulación del capital produce catástrofes de forma cíclica y de consecuencias tremendamente negativas para la vida humana a escala planetaria. 
     En segundo lugar, alimenta siempre la tentación de suplantarnos en el diseño de la sociedad en la que queremos vivir; es decir,  suplantar a los gobiernos, vaciar de contenido nuestras leyes, manipular nuestras necesidades, arrebatar al estado su dimensión social, y generar con ello diferencias insoportables en la aplicación del principio de igualdad efectiva ante la ley de toda la ciudadanía. 
         De forma esquemática, ese es el origen principal del conflicto en el que estamos.
        En última instancia, la incitación al consumo desmedido en la que sustenta sus beneficios está esquilmando al planeta de recursos precisos para la supervivencia de la especie; y los sistemas de producción y de transporte generan, -no hay la más mínima duda-, un acelerado colapso de las capacidades regenerativas de la atmósfera terrestre, un  acelerado cambio climático que pone en riesgo la propia vida en el planeta, al menos en las formas conocidas,   -una de las cuales es la nuestra-, y actúa, contaminándola, de forma nefasta sobre el ciclo del agua, imprescindible para el sustento de la vida.
      Hecho el diagnóstico, nos cabe establecer el tratamiento. El "cuarto poder" ha de ser , también, sometido a reglas precisas. El único "recorte" que dará resultados será el de la libertad del capital para acumular beneficios de forma insoportable para la mayor parte de la humanidad. Ese control obligatorio por parte de la sociedad será el único soporte de nuestra esperanza en un futuro digno o, al menos, posible. 
     ¡Todas las demás medidas son falsas, inútiles! Su finalidad es corregir los errores  de los mismos que las establecen, empeorando las condiciones de vida de la mayor parte de la humanidad. 
     El próximo colapso financiero que vaticinan los expertos es el de los mercados de derivados.  El mercado de derivados es una especie de casino bursátil. En realidad toda la bolsa  dejó de ser un mercado de valores hace tiempo; ahora es eso, un mundo de ludópatas engolfados por la ambición y la ausencia de principios morales. En el mercado de derivados se apuesta sobre el valor futuro de algún bien, como alimentos o materias primas, o se apuesta sobre acontecimientos financieros, o sobre el futuro de la economía de los países. Se ha apostado, por ejemplo, a que Grecia salía del euro en una fecha determinada. O se ha apostado contra la libra esterlina; o contra el hundimiento y posterior rescate de España. Cuando se apuestan cantidades desorbitadas en algún sentido, los poderes financieros procuran que esa apuesta se cumpla. En el caso de la economía de los países, encareciendo su deuda, por ejemplo, hasta límites  insostenibles que produzca la asfixia del país y su hundimiento. 
   Un juego inhumano y un crimen permitido.
    El Producto Interior Bruto de toda la humanidad, de todos los países de la tierra rondará los sesenta billones de euros cada año. Esa es la capacidad de la humanidad de producir riqueza al precio del mercado. La Banca de inversión, prácticamente sin regularización alguna, tiene arriesgada - apostada-  en ese mercado intangible y etéreo de ludópatas sin conciencia, diez veces esa cantidad. En torno a seiscientos billones de euros. 
   ¿No es una locura? Es ese capital exclusivamente el que genera este conjunto de situaciones indeseables que llamamos crisis. Sus ambiciones, sus errores, y su poder sin límites para cometer atrocidades impunemente.
    Generalmente, los estados serviles los rescatan a nuestra costa y a costa de arrebatarnos derechos indiscutibles. Pero un hundimiento de ese tipo no tendrá rescate posible. Hundirán la economía mundial, demasiado dependiente hoy del flujo de capitales y de mercancías entre todos los países de la tierra.
     Justo en ese momento sonará un único lema, el único que ellos enarbolan cada vez que es preciso ¡"Sálvese quien pueda!" Y habremos vuelto a la prehistoria en poco tiempo.
    Así que seguid creyendo que esta crisis la teníamos merecida por vivir por encima de nuestras posibilidades; seguid creyendo al que os asegura que las medidas que está tomando son las únicas posibles para sacarnos de la crisis , mientras entrega los servicios del Estado a las manos cómplices del capital privado. Votadlo en las próximas elecciones , porque la derecha gestiona mejor la economía. Seguid cavando vuestra propia tumba. 
       La herencia recibida es la única culpable de que no cumpla ni una sola de sus promesas.
      ¡Enteraos de una vez! Lejos de regular el capital , la derecha política es el instrumento por el que capital regula nuestras vidas. 
     Y no me digáis más que la izquierda es lo mismo. La izquierda somos todos los que no soportamos el comportamiento inmoral del capital en nuestras vidas. Y en cuanto a los instrumentos de participación política que tenemos en el arco parlamentario de la izquierda, son los que son. O los regeneramos, o los suplantamos con nuevas propuestas y nuevas personas. No somos prisioneros de ningún partido. Somos muchos, tenemos instrumentos, deberíamos poder organizarnos y encontrar en Europa la complicidad imprescindible de gente como nosotros, harta del fracaso sistémico  que el capitalismo sin control ha provocado en nuestra organización social y política, deseosa de regenerar la vida política con compromisos morales de servicio a las personas y no al capital. 
  ¡¡No me digáis más que la izquierda es lo mismo!! 
  ¡¡Basta ya de disculpas y de esperar milagros!!


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