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martes, 1 de enero de 2013

¿2013, 4711, 5744, 1435...?

     El calendario trae exigencias, hábitos, condicionantes psicológicos a nuestra vida que la marcan de forma extraordinaria. Entre ayer y hoy hemos cerrado y hemos abierto ciclos. Resulta inevitable. En realidad, nada ha cambiado. Hay culturas para las que ayer no fue un día que marcara barreras, ni ciclos, ni comienzo de nada. 
    Los Chinos y otros pueblos de Asia celebrarán este año el 4711 de su propio calendario. Y eso será el próximo diez de febrero, porque es un año nuevo cambiante. Cada año varía.
     Los judíos han encontrado en la biblia la forma de averiguar el día exacto en que dios creó al hombre y este año celebrarán dicho acontecimiento el cinco de septiembre, el año 5774 de su era. También es una fecha cambiante.
     Los musulmanes llevan cierto retraso en el cómputo del tiempo. Aún van por el año 1434 de su propia era y hasta el cuatro de noviembre de nuestro 2013 no empezarán su 1435. Es también una fecha cambiante, porque su calendario es lunar y su año natural, varios días más corto que el nuestro (354-355 días).
   Nuestra única ventaja es que sabemos cuándo comienza el año sin demasiados cálculos.
   Luego, en buena parte del mundo ayer no comieron uvas, ni se desearon felicidad, ni se propusieron dejar de fumar, bajar de peso, ser mejores personas u otros mil proyectos incumplidos una y otra vez. Ni les importó lo más mínimo, porque cada sociedad tiene sus propios ciclos y su propio código para medir el tiempo. 
   En realidad , medir el tiempo es un invento humano; solo sirve para entender el movimiento del sistema solar en el universo y proyectar la duración de nuestras vidas sobre los demás seres. Tiene más funciones, desde luego, pero cualquier sistema es válido, porque cualquier sistema es arbitrario y se fundamenta en  un punto de partida subjetivo o falso; algunos, incluso, ridículos. Todos los calendarios son producto de la soberbia humana. Están marcados por un hecho que consideramos extraordinario. Fue entonces cuando el reloj se puso en marcha. Pero, en realidad, el reloj se puso en marcha mucho antes.
    Lo inevitable es que nos produzca esa sensación de que un ciclo  se cierra y  otro nuevo se abre; aunque solo sea el de las estaciones que nos renuevan las cosechas.
      Es natural, también, que uno haga cábalas sobre el año que empieza. Buscamos, generalmente, señales donde cimentar nuestra esperanza. Necesitamos la esperanza o nuestra vida se derrumbaría y acabaría convertida en puro escombro, en desidia autodestructiva, en depresión paralizante, en amargura insolidaria y contaminante.
    Así que os propongo que compartáis las esperanzas. Las circunstancias nos han hecho más proclives a compartir las amarguras, porque abundan. Es hora de compartir, también, las esperanzas porque nos hará más fuertes, más capaces, más humanos. Lo necesitaremos para salir de esta.

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