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domingo, 27 de enero de 2013

Haraquiri

  Alguna vez allegados, gente próxima, han llegado a decirme que mantener un blog como éste es una especie de ejercicio masoquista para mí mismo y algo sádico para lo que me sigan de vez en cuando, porque sólo se hace eco de maldades que cercan nuestras vidas inocentes.
            Supongo que el título es suficientemente clarificador. Es una crónica de la indignidad lo que yo escribo. Desde mi particular punto de vista, desde luego. Pero, indignidad al cabo. La indignidad  que nos cerca en cualquier región del mundo y que nos hace lamentar, en ocasiones, tener que compartir naturaleza y especie con individuos desalmados.
    Yo, como Rajoy, tengo fe en el tiempo. Cada palabra justa dará fruto, cuando llegue su hora. Como la gota persistente que, a pesar de su fragilidad e inconsistencia aparente, acabará agujereando la piedra, así cada palabra de denuncia justificada y compartida tiene la obligación de mejorar el mundo.
   ¿Cómo callar lo que uno ve como injusticia sangrienta? ¿Cómo no hacerse eco del desgarro de los seres humanos ante un sistema irracional e injusto? Este conjunto de factores degenerados -económicos, políticos, morales- que llamamos crisis nos zarandea, desencuaderna nuestros frágiles esquifes, esas tablas entrelazadas con las que afrontamos el agitado océano de la vida, pero no puede, encima, exigirnos un silencio cómplice. Al menos yo no pienso concederle esa baza en esta guerra abierta por la dignidad del ser humano, de cualquiera de nosotros, a los que se nos impone ser menos libres, menos ciudadanos, menos  soberanos de nuestra propia vida, para seguir viviendo en un mundo que nos han arrebatado y que han envilecido con valores inhumanos.
            No puedo renunciar al entusiasmo joven aunque cumpla años; no puedo renunciar a la esperanza. Sé historia, la he aprendido. He aprendido que el progreso humano, esa ingente obra colectiva, siempre tuvo como motor la toma de conciencia y la esperanza. Hoy no será diferente. Pero es imprescindible la toma de conciencia.
            Denunciar la indignidad, si me permitís el juego de palabras, acrecienta nuestra indignación, la justa cólera de una sociedad muy defraudada. Y la indignación que hoy esgrimimos no es sino reclamación de una ética social imprescindible para recuperar los valores democráticos arrebatados, corrompidos, deteriorados por los poderes económicos y sus cómplices imprescindibles, aquellos en quienes delegamos los poderes del Estado, aquellos que nos han diseñado una sociedad sin alma, que quieren determinista y silenciosa. 
            Yo me rebelo. 
            Otro día haré literatura, ésa que mis allegados me reclaman. 
            Hoy urge la toma de conciencia, satisfacer la exigencia moral de mi interior, denunciar la maldad que nos arrojan desde las almenas del poder como un aceite hirviendo para abrasar nuestras denuncias, nuestra reclamación de honestidad, nuestra rebelión permanente a la mentira interesada con la que pretenden adormecernos, dominarnos, silenciarnos, diluirnos en una difusa conciencia de culpa colectiva. 
            Y los que han degenerado el sistema democrático llamarán "antisistema" a quien denuncia sus maldades ¡Tanto da! Algún día ese discurso acabará agotado. La realidad los cerca. Su propia podredumbre los asfixia. Caerán. Sólo hay que tener dispuestas las alternativas razonables que nos permitan recuperar la fe en nosotros mismos, la autoestima y la esperanza. Ellos son unos pocos. Nosotros, multitud.
            Pero la guerra contra la indignidad no tiene tregua. Se trata, seguramente, de un defecto de fabricación en la naturaleza humana.
            Decidme cómo guardar silencio ante noticias como ésta. Un tal Taso Ato, por mal nombre dada su propuesta, viceprimer ministro japonés y ministro de finanzas, pidió recientemente a millones de compatriotas ancianos que se hagan el haraquiri para disminuir los gastos del estado en sus cuidados médicos y el pago de pensiones. Este tipo es una de las grandes fortunas japonesas. Él sí podrá costearse cuidados paliativos e, incluso, la congelación de su cadáver despreciable, por si un día la ciencia permite que los ricos malvados tengan una segunda oportunidad en esta vida.
            Haraquiri es un ritual famoso: se trata de un suicido para purgar alguna culpa; penitencia autoimpuesta por  haber defraudado al señor medieval, dueño de tu destino y de tu vida. Una miseria en toda regla, producto de un sistema social piramidal e injustificable que tiene su fundamento en las diferentes calidades de los individuos. Este tipo, como tantos otros que gobiernan nuestra vida, parece convencido de que el control del déficit es más importante que un ser humano. Sobre todo, cuando el ser humano ha dejado de ser productivo y precisa los cuidados del estado. 
            No es una frase sacada de contexto. La argumentó suficientemente. Responde a un pensamiento teórico que alimenta su comportamiento político. Inhumano y  genocida, diría yo. 
            Decidme si hemos de guardar silencio  ¿Pensáis que es un pensamiento que no nos afecta, porque Japón nos coge lejos? Recientemente la Consejera de Salud de la Comunidad de Madrid se preguntaba en rueda de prensa si era legítimo que un enfermo crónico viviera a expensas del sistema el resto de su vida.
            ¿Está  tan lejos Japón de Madrid como parece en el planisferio...?
            Sabed que la derecha, el actual órgano político del capitalismo desaforado, tiene un pensamiento universal, unívoco. Los beneficios del capital son sagrados. El resto de los seres humanos somos tan sólo el instrumento imprescindible para ese objetivo inmoral de mantener sus beneficios. Da igual la bandera que adorne sus despachos y la lengua que hablen. Comparten, también, una ausencia absoluta de moral. El único código que respetan es el beneficio. Que no os confunda que muchos de ellos sean de comunión diaria, ¡pura apariencia! No tiene otra fe que el beneficio. Ante ese dios son absolutamente serviles y piadosos.
            No creo que sea necesario ampliar el repertorio de reflexiones de esta entrada. La mayor parte de los que seguís este blog sois más inteligentes que yo. Probablemente no necesitéis mis reflexiones. Pero yo me libero escribiéndolas.
  Perdonadme quienes me reclamáis literatura. Otro día será. Os lo prometo. 



1 comentario:

  1. Querido Antonio. Permíteme que me dé por aludido, pues me incluyo en la parte demandante de tu obra literaria, si bien te entiendo perfectamente, pues me hallo exactamente en tu misma situación. El poco tiempo que logro robarle al sueño lo invierto en mi blog, pospuestas prosa y verso sine die.
    Lo comencé, igual que tú, por un sentimiento de responsabilidad hacia mis congéneres, para expresar lo que pienso de forma bella y compartir mis ideas, que son las de muchos, con el resto. Al final, cazador cazado, el blog se ha hecho dueño de mí y necesito escribir para crear y denunciar muchos aspectos de este sistema absurdo y corrupto. Me está aportando mucho, no sólo como creador de palabras, sino desde el punto de vista de la reflexión, pues me hace más sensible a las cosas, más consciente de la estafa universal, más ardientemente radical.
    Sin embargo, sí considero que el blog ha fracasado en su intención primera, que era ser púlpito para cualquiera que quisiera expresarse, espacio común para el debate y la reflexión. Nadie escribe, nadie comenta; ¡qué le vamos a hacer! Enhorabuena por tu blog, bueno, prolífico y generoso en sentimientos.

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