La semana pasada encontré casualmente a una antigua alumna. Repartía publicidad por los buzones del barrio. Por mis cálculos debería estar terminando este curso su licenciatura de Filología Inglesa. Me interesé por si compatibilizaba el buzoneo con los estudios. Lo negó. Lo ha dejado en el último curso. El encarecimiento de las matrículas y la situación de su familia a la que , también, ha castigado el paro, como a casi todas las del barrio, no le ha permitido por ahora terminar su licenciatura.
Siempre fue una chica decidida, independiente, capaz de tomar decisiones y de afrontar las consecuencias. Una mujer de hoy, capaz de buscar solución a sus problemas por sí misma, sin excesiva dependencia de los demás. Sé que estuvo en Inglaterra algún verano, perfeccionando su inglés y ahorrando algunas libras para aguantar el curso. Apelé a esa capacidad y le insinué que con sus capacidades probablemente encontraría trabajo en el extranjero, en Inglaterra, en Escocia... Conozco casos. Les va bien.
Lo negó tajantemente. Me dijo que las medidas políticas y económicas de este gobierno la habían echado de la Universidad, pero que no estaba dispuesta a que la echaran, también, de su país.
Había en sus ojos un punto de dureza, de calmada decisión; una mezcla de desencanto prematuro a los veinte años , o poco más , y de controlada indignación. En ese momento la vi con otros ojos. Pensé que estaba ya ante una persona definitivamente adulta, capaz de valorar sus circunstancias con objetividad y de tomar decisiones a conciencia. Seguramente, cuando acuda a las urnas , su voto será un voto meditado.
De forma paralela, comprobé el pasado fin de semana en las encuestas de opinión de Metroscopia, que tienen una frecuencia mensual, lo que ya era de esperar. El Partido Popular está en la mínima aceptación desde las generales de noviembre. Hoy lo votarían sus fieles exclusivamente, en torno al 30%, su parroquia histórica. Ese 13% prestado por el desencanto con el que ganó las generales se le ha esfumado, como consecuencia de que ha defraudado las esperanzas infundadas de mucha gente. Con ese porcentaje difícilmente estaría en condiciones de formar gobierno. Me alegro infinitamente. Aunque no sé quién podría asumir esa responsabilidad, me conformaría con que no fuera esta derecha cínica y sin sentido de estado.
Y en cuanto a la valoración de los miembros del gobierno, sólo un ministro es peor valorado que el presidente Rajoy, rechazado por el 74 % de los encuestados. Se trata de José Ignacio Wert. Sólo es aceptado claramente por el 19% de los encuestados, mientras el 75 % de la población española lo reprueba o lo rechaza; el resto afirma no conocerlo.
Tres de cada cuatro españoles en edad de votar desaprueban la gestión de Wert al frente del Ministerio de Educación y Cultura.
Ayer fue noticia que unos centenares de personas impidieron a Wert impartir una conferencia en Sevilla, dentro del tour por provincias que ha organizado El Mundo a los miembros del gobierno para que recuperen credibilidad. Son faenas de lucimiento ante los propios. Sevilla no es mala plaza. Está Zoido en la alcaldía y la capacidad de convocatoria de Arenas, presente en el salón, arropa mucho.
Alguna vez he comentado que un rasgo de la soberbia del poder es que ignora la importancia de los movimientos sociales. Algo así ha pasado aquí. Cien indignados con la política educativa del gobierno no han permitido al ministro impartir su conferencia de lucimiento ante la fiel parroquia sevillana.
Wert los ha llamado fascistas.
Yo no creo que entre quienes pedían su dimisión hubiera ni una sola persona a la que le cuadrara el calificativo. He recordado de forma inmediata a mi antigua alumna, en cuya vida, como un obús traicionero disparado desde el anonimato de los despachos donde se toman decisiones que trastocan dramáticamente la vida de los ciudadanos, han reventado las medidas ideológicas de este gobierno que han quebrado el futuro que ella se había diseñado con esfuerzo y voluntad.
No sé si estaba entre el grupo de indignados que impidió tomar la palabra a este ministro rechazado por tres de cuatro españoles en edad de votar, pero si hubiera estado, yo entiendo su indignación y su rechazo. Entiendo que no permitieran tomar la palabra a quien no está dispuesto a escuchar a nadie, salvo a sus cómplices confesionales,- la Conferencia Episcopal, el Opus Dei, especialmente-, en un asunto tan extraordinario como una ley de educación, en cuya redacción son imprescindibles toneladas de consenso social.
No, Ministro Wert.; no creo que hubiera allí ningún fascista pidiendo a gritos su dimisión; quizá lo hubiera en las filas de quienes aplaudían; entre su gente sí quedan rincones oscuros y mohosos de fascismo. El fascismo niega la igualdad, hurta derechos, prostituye los parlamentos y enarbola la autoridad o la violencia como argumento definitivo. Las palabras las carga el diablo. Cuide las suyas, porque para ustedes democracia sólo es un concepto, una vaga referencia a la mayoría que dan las urnas, en demasiadas ocasiones, para legitimar decisiones cuya única justificación es el beneficio económico de sus cómplices.
El fascismo favorece a unos en detrimento de otros. No lo olvide, cuando use ese término.
No olvide, tampoco, que la Ley de Educación de su gobierno es una ley inútil. Nace muerta. La estamos rechazando cada día. No durará mucho más que usted. Y a usted ya lo ha condenado la calle soberana.
Alguna vez he comentado que un rasgo de la soberbia del poder es que ignora la importancia de los movimientos sociales. Algo así ha pasado aquí. Cien indignados con la política educativa del gobierno no han permitido al ministro impartir su conferencia de lucimiento ante la fiel parroquia sevillana.
Wert los ha llamado fascistas.
Yo no creo que entre quienes pedían su dimisión hubiera ni una sola persona a la que le cuadrara el calificativo. He recordado de forma inmediata a mi antigua alumna, en cuya vida, como un obús traicionero disparado desde el anonimato de los despachos donde se toman decisiones que trastocan dramáticamente la vida de los ciudadanos, han reventado las medidas ideológicas de este gobierno que han quebrado el futuro que ella se había diseñado con esfuerzo y voluntad.
No sé si estaba entre el grupo de indignados que impidió tomar la palabra a este ministro rechazado por tres de cuatro españoles en edad de votar, pero si hubiera estado, yo entiendo su indignación y su rechazo. Entiendo que no permitieran tomar la palabra a quien no está dispuesto a escuchar a nadie, salvo a sus cómplices confesionales,- la Conferencia Episcopal, el Opus Dei, especialmente-, en un asunto tan extraordinario como una ley de educación, en cuya redacción son imprescindibles toneladas de consenso social.
No, Ministro Wert.; no creo que hubiera allí ningún fascista pidiendo a gritos su dimisión; quizá lo hubiera en las filas de quienes aplaudían; entre su gente sí quedan rincones oscuros y mohosos de fascismo. El fascismo niega la igualdad, hurta derechos, prostituye los parlamentos y enarbola la autoridad o la violencia como argumento definitivo. Las palabras las carga el diablo. Cuide las suyas, porque para ustedes democracia sólo es un concepto, una vaga referencia a la mayoría que dan las urnas, en demasiadas ocasiones, para legitimar decisiones cuya única justificación es el beneficio económico de sus cómplices.
El fascismo favorece a unos en detrimento de otros. No lo olvide, cuando use ese término.
No olvide, tampoco, que la Ley de Educación de su gobierno es una ley inútil. Nace muerta. La estamos rechazando cada día. No durará mucho más que usted. Y a usted ya lo ha condenado la calle soberana.
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