Foto archivo "Periodismo humano"
Reforzar la confianza en el sistema es conveniente, por más que encontremos motivos muy escasos y muy de tarde en tarde. Hoy tengo motivos.
En la rara prensa ligeramente independiente que nos va quedando, hoy es portada que los jueces denuncian los abusos del sistema español de desahucios. Se trata de un informe encargado por el Consejo General del Poder Judicial a siete jueces que han ido elaborando sus conclusiones durante varios meses en diversas comunidades del país.
Sus conclusiones, desapasionadas y objetivas, producen alarma muy justificada. Trescientas cincuenta mil familias han perdido sus viviendas familiares o los locales comerciales donde radicaban sus pequeñas empresas y el sustento de sus vidas en los últimos cuatro años. La cifra sigue en crecimiento continuo. La progresión de crecimiento es un 20% cada año.
La conclusión de los expertos judiciales debería avergonzar a los responsables políticos del país de los últimos quinces o veinte años. El desahucio está fundamentado casi siempre "en procedimientos abusivos que generan indefensión en los deudores en medio de una crisis económica que ellos no han provocado y en una mala praxis de las entidades bancarias".
Mala praxis es un eufemismo, un término educado, para denominar el bandidaje, cuando el bandidaje es ejercido por empresas que se dicen solventes y fiables. Lisa y llanamente abuso de posición dominante por parte de la banca a la que debemos el 60% de la deuda ruinosa del país. Y esa posición dominante en el cobro de créditos hipotecarios la garantiza un procedimiento legal creado hace ya ciento tres años, en 1909, y que ningún parlamento democrático se ha molestado en modificar aún. Ni ahora, a pesar del clamor de la gente.
Abunda el informe en aquellos aspectos que las estadísticas ignoran. El drama humano que cada desahucio supone a una familia, el riesgo inherente de exclusión social que corre el desahuciado, la indignidad pública de verse expulsado de su casa de forma casi siempre violenta, la impotencia de ver privada a la familia del hogar donde se arma el entramado de relaciones , afectos y protección del grupo...
El desahucio, por regla general, es un procedimiento inútil para corregir el impago. Tras la subasta, suele ser el propio banco el que compra el inmueble a un precio inferior al de la deuda, y se lo queda, vacío, inerte, sin salida posible durante años, encerrado en el círculo vicioso de la ruina económica del país y la consiguiente ausencia de demanda. En la práctica, el banco no recupera liquidez, recupera una propiedad que nadie comprará seguramente en muchos años.
Queda esa redundancia que llaman "banco malo", claro. Seguramente nosotros pagaremos todos esos espacios contaminados por la avaricia deshumanizada del capitalismo y por el sufrimiento de cientos de miles de familias.
Diréis que la constatación de lo que ya sabíamos o de lo que podíamos suponer por parte de los jueces no es motivo para que se nos refuerce la confianza en el sistema, tan lastimada ya.
No estoy de acuerdo. Al menos, uno de los poderes del Estado contempla el lado humano de esta crisis. Uno de los poderes del Estado reclama humanidad, reflexión, modificación de la ley en esta situación excepcional, cuya mayor crudeza la soportan los más inocentes que son, también, los más indefensos.
Uno de los poderes del Estado le está diciendo al Parlamento, tan blindado, tan ensordecido por el graznido de gaviotas que impiden oír la voz del pueblo, cuál debiera ser su principal preocupación: legislar para facilitar la vida de la gente que paga sus salarios, sus dietas, sus alquileres en Madrid, sus secretarias, sus coches oficiales, sus escoltas; la misma gente que les otorgó su confianza en las urnas donde cada voto debiera ser la semilla de un futuro mejor.
Aplaudo esta iniciativa del poder judicial. Me reconforta hoy. Y os digo que , si con este informe del Consejo General de los Jueces no sale pronto una medida legislativa de ese Parlamento que se blinda para no escuchar nuestras desgracias, merecería la pena blindarlo de verdad con un buen muro de hormigón, bien alto, sin ventanas, sin puertas, sin salidas. Que se agoten en sus inútiles debates hasta que el tiempo nos borre su recuerdo. Inventaremos otro con las manos limpias y el ánimo dispuesto a responder con leyes justas al bandidaje que nos cerca.
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