Los
datos negativos se acumulan en nuestra experiencia cotidiana como piezas de
construcción que van levantando a toda prisa un monumento funerario colectivo.
No hablo ya de las muertes verdaderas, las que jalonan el camino por donde
deambulan los desahuciados, los que junto a las pertenencias son despojados
también de las ganas de vivir. Hablo de
una tumba enorme, oscura, silenciosa, donde enterramos, sobre todo, la
esperanza en el futuro y la confianza en el sistema.
Salvo el rey en Bombay, que ve ya
brotes verdes en la economía gracias a las medidas del gobierno, dejándose los
escasos jirones de credibilidad que le quedan a la institución en ese discurso
preparado por Rajoy para extender sus consignas imposibles de creer, nadie
confía lo más mínimo en el futuro inmediato; todos acumulamos desconfianza y
temores justificados.
Hoy añado una pieza de construcción
a ese panteón destructivo y sombrío que nos vemos obligados a ir levantando
cada día para enterrar nuestro futuro. Está construida con la basura de este
sistema que nos cerca. Lo llaman democracia, pero lo han corrompido tanto que
resulta imposible aplicar ese nombre sin sentir una profunda repugnancia. Con
ellos elevo el muro de la amargura que nos invade, ante la seguridad de
que el capitalismo corruptor lo ha
invadido todo. Controla a los gobiernos, empobrece el planeta, nos arruina
empleando comportamientos criminales, y sale impune, recrecido, soberbio. Hasta reescribe la
historia a su medida, sobre la verdad revelada de la teología del beneficio,
sin ningún problema de conciencia. En realidad carecen de conciencia; resulta
incompatible con los crímenes sobre los que se suele sustentar la acumulación de
riqueza.
Y han comprado infinidad de voces
influyentes. Y han comprado a los medios de comunicación, o, al menos, el
silencio de muchos.
El título tiene una doble
justificación. De una parte, lo que Europa permite que pongamos en el plato; de
otra, la inmundicia moral, la hipocresía que aplican a la gestión de nuestras
vidas.
Europa, tan estricta, prácticamente
no supervisa la importación de productos vegetales y otros alimentos de China;
la manipulación, falsificación, contaminación y prácticas ilegales de la
producción en ese país es un procedimiento común. Esa extraña mezcla entre
comunismo oficial y capitalismo práctico y salvaje en la esfera privada genera muchas más corrupción, mucha
más indecencia, que en cualquier otro lugar del mundo. Productos contaminados
acaban en las mesas europeas. Importa el precio. Se perjudican las
exportaciones de los países socios, especialmente las de la endeudada España.
Moralmente irreprochable.
Y solidario.
No me cabe duda que detrás de esta
medida de relajación está la mano poderosa de Merkel. China se ha convertido en
uno de los principales destinos de su exportación. Ante el empobrecimiento que
sus propias medidas generan en el mercado europeo y el consiguiente descenso de
las exportaciones alemanas a los socios, conviene mantener satisfecho al
mercado oriental. De ninguna manera extremará las exigencias de supervisión
sanitaria a los productos alimenticios chinos.
Por más que se contamine media
Europa.
Pero el destino, a veces, practica
una justicia inhumana. Fresas contaminadas, procedentes de China, han acabado
en el comedor de una guardería alemana, provocando una grave intoxicación a
buen número de escolares. No sería una partida de dos kilos; a saber quién se
ha contaminado con el resto. Pasará desapercibido, porque serán problemas
individuales, pero será consecuencia de intereses inmorales que en nada
favorecen a los ciudadanos europeos, sino al capitalismo alemán, al que se debe
esa modélica señora que rige los destinos de Europa.
Ganará las elecciones del 2013. Es
su único objetivo. Y, al tiempo, favorecer los intereses de la banca alemana y
de su industria. Es vergonzoso ese anuncio del Deustche Bank que nos recomienda
poner nuestro dinero en buenas manos, o sea , las suyas. Desde el 2005 ha mentido sobre el interés interbancario. Ha robado millones de euros a sus clientes. La
eficacia alemana huele a podrido desde buena distancia.
Europa tampoco es la esperanza. Genera corrupción en cada rincón del continente. Maldita sea la hora en que
nacieron todos esos que nos dejan sin esperanza
y sin futuro.
Son los mismos que nos llenan el frigorífico y la vida de inmundicias.
Son los mismos que nos llenan el frigorífico y la vida de inmundicias.
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