Alguien me dirá que
resulta precipitado embarcarse en predicciones a muy largo plazo. Y hasta
podría llevar razón. Pero, dejando al margen los resultados electorales en Euskadi,
tan condicionados por la fuerte irrupción de la izquierda abertzale, por razones exclusivas de ese territorio, los resultados
electorales del domingo pasado en ambas comunidades certifican lo que vienen
avisando las encuestas de intención de voto reiteradamente: El Partido Popular
pierde votantes en cada consulta, pero el PSOE se hunde.
Las elecciones gallegas podrían servirnos para sacar
conclusiones aplicables al resto del Estado. A pesar de haber perdido el 17% de
sus votantes de la anterior consulta autonómica y más de 200.000 votos con
respecto a las elecciones generales de noviembre de 2011, casi un 25% de los
votos recibidos entonces, dato del que nadie habla en el Partido Popular, este
partido aumenta su número de escaños y consigue una abrumadora mayoría
absoluta.
La razón es ya conocida, la abstención, que ronda el 45%,
aunque la Xunta haya manipulado dichos datos, y el hundimiento del PSOE.
Comparando este paisaje político gallego con el panorama
del que dan cuenta las encuestas de intención de voto, se confirma que,
mientras el Partido Popular ha perdido casi un tercio de los votos que le
dieron la mayoría absoluta en las últimas elecciones generales, el PSOE no ha
remontado en absoluto.
Quizá parezca precipitado, porque el terremoto de la
crisis y los diferentes tsunamis que nos vienen asolando en oleadas
destructivas pueden cambiar el paisaje político en poco tiempo, pero esta
tendencia confirmada en las elecciones gallegas parece ya bastante estable.
Si hoy hubiera elecciones generales, el Partido Popular
podría obtener de nuevo mayoría, al menos para formar gobierno. Y ello, a pesar
de su política económica tan destructiva para la gran mayoría de los
ciudadanos, a pesar de su soberbia ante el propio Parlamento, a pesar de sus
arrebatos autoritarios, a pesar de su connivencia con lo más retrógrado del
poder episcopal, a pesar de su
empobrecedora política educativa,
a pesar de su excluyente política sanitaria, a pesar de su tolerancia con el
fraude fiscal, a pesar de su burda manipulación de la realidad, a pesar de su
voluntad manifiesta de amordazar la información objetiva, a pesar de su
irrisoria imagen internacional , a pesar de la losa de la corrupción que
arrastra en casi todas las comunidades donde gobierna.
Es evidente que todo eso no afecta demasiado al votante
de la derecha sociológica. Las medidas de Rajoy sólo le quitan el voto que le han prestado la crisis y el desencanto que generó el último gobierno Zapatero.
El votante de derechas acepta todo eso con naturalidad, sea por razones
prácticas o por empecinamiento. Y es un votante fiel, por regla general. Quizá
en su cultura de la gestión de los asuntos públicos, heredada del franquismo,
sea esa la expresión natural del ejercicio político; importa el poder, el mando
en plaza, el arrebatarle al enemigo la posibilidad de gobernar. Los
procedimientos son cuestión muy secundaria. Y, al parecer, también las
consecuencias.
A mi entender humilde, tenemos un problema. Si el Partido
Popular revalidara mayoría en la próxima legislatura, no quedaría del estado
del bienestar ni las cenizas. La recuperación del país que conocimos sería una
empresa imposible. Incluso, el estado democrático correría serio peligro.
La gran mayoría de la izquierda sociológica -la mayoría
social de este país- no encuentra la opción de un partido de gobierno que
satisfaga sus aspiraciones y sus esperanzas. Su opción mayoritaria es la
abstención. Incluso como castigo a quién
traicionó sus expectativas.
Negar la influencia decisiva del PSOE en la
transformación de este país sería de necios. Tuvo su tiempo de esplendor; había
complicidad e ilusiones compartidas entre el partido y la mayoría social de
este país. Nos trajo cambios profundos y positivos. Modernizó las viejas
estructuras del poder, extendió los servicios públicos por todo el territorio,
apostó decididamente por el futuro.
Ahora, sin embargo, da la sensación de que este partido
ha perdido su conexión con las personas, el cordón umbilical que le mantenía conectado con la gente.
Probablemente, el ejercicio del poder le ha encallecido
la conciencia, le ha hecho olvidar que un partido es tan sólo un instrumento
ciudadano para gobernar el país. Quizá, durante el ejercicio del poder, ha
confundido el poder delegado del pueblo soberano con el poder en propiedad. Quizá
ha confundido las instituciones con castillos para defender sus propios
intereses. Quizá las razones sean más complejas de lo que cabe en este escrito. De lo que no cabe duda es de que la responsabilidad es del partido.
Y este país tiene un problema. Hay opciones, desde luego,
donde buscar refugio al voto de izquierdas, pero la realidad constatada es que el refugio
preferido es la abstención.
Tenemos un problema, desde luego. Y es muy grave. Necesitamos
una alternativa de gobierno, o la derecha destruirá el país y nos dejará el futuro hipotecado para mucho tiempo.
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