En 1997, hace
ya quince breves años, para conmemorar el tercer centenario del nacimiento
de Caperucita Roja, Antonio Zoido Naranjo reunió a un elenco de escritores
sevillanos, algunos bien conocidos, como Antonio Cascales, Rodolfo Álvarez
Sanataló, Paco Correal, Antonio Rodríguez Almodóvar, Nicolás Salas, y el propio
Antonio Zoido, entre otros muchos. No debió costarle demasiado convencernos de
realizar una obra colectiva de cuentos para celebrar la efeméride. Contó la
edición con el patrocinio de El Parque del Alamillo, que estaba en pleno
proceso de crecimiento tras el impulso recibido con la celebración de la
Exposición Universal del 1992. Y lo logramos, oye. Cuarenta granos de arena
configuraron un curioso libro de cuentos, publicado bajo el título de "El
bosque de los cuentos" y cuyos beneficios donamos a UNICEF.
Mi original
quedó atrapado en algún disco prehistórico de aquellos de tres pulgadas y
media, tan propensos a extraviarse. Y acabó extraviado como era de esperar. Y
el único ejemplar del libro que llegó a mis manos, como gentileza de Signatura
Ediciones Andalucía para con los autores, - una hermosa edición numerada- fue
prestado, sepa dios a quién, y nunca devuelto, cosa tan habitual que hasta el
refranero recomienda no prestar algunas pertenencias, entre ellas, los libros.
Acepté el
destino. Me prometí indagar en librerías de viejo, en Internet, en las
librerías de los amigos. Nunca lo cumplí. Pero el destino, a veces, se porta
como un tío. Casualmente, en una visita accidental a una persona conocida,
descubrí ese libro en la estantería de su salón, repleta de libros. El corazón
me dio dos o tres saltos de alegría. Darse de cara con una obra propia a la que
ya se había renunciado no te sucede cada día. En fin, que he recuperado el texto.
Y hoy os lo regalo por si os apetece compartir esa alegría personal.
El cuento,
como género, tiene una extraordinaria trascendencia. Es el primer impulso
lector que recibimos, incluso antes de aprender a leer. Haced memoria. Os
iniciasteis en la literatura por tradición oral. Seguramente, también amorosa,
porque suele ser la boca amorosa de las madres o, quien ocupe su lugar en
nuestra infancia, la que nos despierta la imaginación y la necesidad de
conocer historias, por medio de los cuentos.
Yo me recuerdo
reclamando cuentos a todas horas hasta agotar los recursos no muy abundantes de
la memoria materna. Yo me desesperaba si repetía algún cuento. Ella se
desesperaba cariñosamente por mi avidez. Y me castigaba con el odioso cuento de
"la buena pipa", imaginado precisamente para castigar la insistencia
de los niños como yo.
Luego, ante
la carencia de libros - no tenía ni un libro que leer en aquella España
miserable que acababa de dejar atrás las cartillas de racionamiento- oía
embelesado las historias que contaban los gañanes más viejos para entretener
las primeras horas de la anochecida a la luz del carburo o de la lumbre.
Y siempre
estaba el lobo; el enemigo feroz. Recuerdo una historia que es un trasunto
exacto de El caballero de Olmedo.
"Volvíase un gañán mozo a su cortijo desde una majada próxima
donde tenía amores con la hija casadera de un pastor. A lomos de su mula, bien
entrada la noche, seguramente rememoraba algún beso robado a la muchacha a
espaldas de los ojos vigilantes de su madre. Tan ensimismado iría que cuando
cayó en la cuenta del peligro que le acechaba, ya la manada de lobos había
hecho presa en su caballería y a ambos los tenían derribados por el polvo del
camino en la soledad de la dehesa, sin socorro posible. Nadie puede dar fe de
aquello, pero sólo encontraron al día siguiente los pies del mozo enfundados en
sus botas de cuero y los cascos de su mula torda, amén del aparejo o rústica
silla de montar, la jáquima de cuero y el perrillo metálico con que el gañán
domina a su montura. ¿Quién pudo ser, sino una manada de lobos rondadores y
hambrientos? ¿Qué otro monstruo anda suelto de noche por los caminos del
monte?"
Los gañanes
más jóvenes oían esta historia con temor reverencial. Creo que ninguno estaba
dispuesto a arriesgarse a andar de noche por los caminos a lomos de una mula
por asunto de amores forasteros.
Yo
era entonces un niño. Jamás acepté esa historia, salvo como una fantasía. El
lobo y sus leyendas estuvieron presentes en mi infancia. Quizá yo nací con la
razón escasa, pero nunca tuve miedo de ese animal hermoso, libre y solidario.
Sabe solucionar sus necesidades de forma colectiva. Y si en mis pesadillas
infantiles venía el lobo a mis sueños, era un lobo bípedo, tremendamente
humano, como el que Hobbes vería en cada hombre, llevado de su aprensión
enfermiza y sociópata.
Así que
aproveche la oportunidad que me ofrecía el tricentenario de Caperucita y
reescribí la historia de aquella niña de la capa roja. Ojalá os guste. Es un
cuento para cualquier edad, pero, sobre todo, para los niños. Es vuestro, de
vuestros hijos, de los hijos de vuestros amigos. Y hay cien guiños para
cualquiera que esté en disposición de dedicar diez minutos a leer. Las imágenes,
recién añadidas, han sido espigadas en la red. Cito su procedencia.
Cuando
escribí este cuento, pensé cien veces en el "maquis", en la guerrilla
antifascista que prolongó la resistencia a la dictadura hasta que fueron
eliminados de raíz. Pero, esto es un secreto entre vosotros y yo. No les digáis
nada a los niños.
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