Están
sobre nosotros, sobrevuelan nuestra existencia, tienen la autoridad indiscutible
de los números, llenan páginas de periódicos, diseñan nuestro futuro, dan y
quitan credibilidad a los proyectos, consagran el acierto de aquellos a quienes
favorecen y avisan del declive de aquellos a los que niegan su favor.
Son las Estadísticas, las reinas de la fiesta. Ellas consagran el éxito o marcan los límites detestables del fracaso.
Cuando se oculta tras las cifras sin
rostro la realidad parece llevadera.
El hambre, cuando es sólo porcentaje y
no la visión de un ser humano hurgando en los contenedores de basura, parece
menos hambre.
El paro, cuando es un dato en los gráficos, parece menos indigno que contemplar a un ser humano, -un rostro familiar, un nombre propio, un proyecto vital que se ha quebrado- hundido en la desesperanza y en la humillación
de no poder atender a las necesidades de sus hijos.
Oculta tras las cifras, la realidad
se convierte en entelequia, conceptos, abstracciones. El dolor, la
desesperanza, la impotencia, la amargura creciente de aquellos a los que sólo les
queda la conciencia de su propia dignidad hecha girones no cabe en esas cifras.
La miseria cotidiana de los pueblos se diluye
ante los ojos de quienes se han acostumbrado a contemplar el mundo, a gobernarlo a través de
los gráficos asépticos.
Esa gente se oculta tras las cifras, dicta sus decisiones
inhumanas y se evita mirar a los ojos de quien sufre.
Luego arguyen que su
oficio es difícil y que este dolor que ahora nos causan es la medicina amarga
que nos devolverá el vigor y la salud perdida.
Pasa el tiempo y el gráfico que
cuelga en nuestro lecho pobre de un hospital de caridad no muestra sino
empeoramiento y complicaciones de salud que anuncian un desenlace irremediable.
Ese es el único gráfico que nunca mirarán.
Han perdido la costumbre de mirar a las personas. Y si nos miran , ven sólo números, cifras, datos estadísticos. Acostumbrados a contemplar la realidad embotellada en los diagramas, han olvidado que esas cifras son sólo un pálido reflejo de la vida. No se ha inventado todavía el recipiente que aprisione el sentimiento humano; esa es la fuerza que transforma la historia, el motor verdadero, el arado del tiempo con el que sembramos el futuro.
Debieran mirarnos a los ojos, oír nuestras demandas, solidarizarse con nuestra frustración, sentirse delegados de nuestro poder soberano, trabajar por nosotros. Quizá las Estadísticas mejorarían en poco tiempo.
Debieran mirarnos a los ojos, oír nuestras demandas, solidarizarse con nuestra frustración, sentirse delegados de nuestro poder soberano, trabajar por nosotros. Quizá las Estadísticas mejorarían en poco tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario