Hoy ha sido la UNESCO. Su
informe del seguimiento del programa Educación para todos, y que tenía como horizonte humanitario la
plena escolarización primaria de todos los niños y niñas de la tierra para
2015, se declara fallido. No será posible. Entre otras malas noticias
relacionadas con la educación, se hace eco de esta desgracia universal Juan
Manuel Moreno en El País de hoy.
Trae la prensa cada día un ramillete de desgracias que
enlutan la mirada y te contaminan las manos de una tristeza pegajosa; son como
flores mustias que dejan un hedor a descomposición vegetal o a salas de
hospitales antiguos; será que la esperanza
se nos está pudriendo poco a
poco.
Pero hoy son estos niños sin escuela los únicos
protagonistas de esta crónica de la indignidad. Son ellos los que han danzado
en mi cabeza todo el día hasta convertirse en la espuela que me remueve la
conciencia en esta hora ambigua del atardecer rosáceo del otoño que nos anuncia
su llegada.
La diferencia entre lo posible y lo imposible para todos
ellos son catorce mil millones de euros.
Es inevitable el contraste con otras cantidades
conocidas.
Es la mitad de lo que nos costará la nacionalización y
saneamiento de Bankia, por ejemplo.
Pero el siguiente dato es mucho más jugoso.
Los quince países con mayor presupuesto militar de la
tierra invierten en dicho capítulo un
billón cuatrocientos mil millones de euros; si, la cifra es un catorce seguido de once ceros. Escolarizar
a todos los niños de la tierra nos costaría sólo la centésima parte de esa cantidad:
0,01 del presupuesto militar de esas naciones. El uno es tan insignificante que, a efectos contables o estadísticos, casi lo podríamos despreciar.
O sea, en comparación, ¡casi nada! Un euro de cada cien. ¿Quién lo notaría? Quizá escolarizarlos haría menos necesarios los fusiles y podríamos ahorrar noventa y nueve fusiles de cada cien que ahora fabricamos.
Hoy esos niños son la espuela que se me clava en las
entrañas de eso que llamamos la conciencia.
Hoy casi no siento orgullo de mi
especie. La contemplo con un desapego doloroso. Es la única que levanta
fronteras y las carga de amenazas; la única que se afana por acumular riquezas
y posesiones como si eso fuera a librarla de la muerte; la única que considera
la pobreza de los otros una oportunidad de negocio; la única que practica el
genocidio programado; la única que está convencida de que una vida, o mil,
valen bien poco; la única que destruye la tierra que la acoge y la alimenta; la única que condena a sus cachorros a las enfermedades, al
hambre, al subdesarrollo, a la dependencia cultural, a la esclavitud, a ser
niños soldados, a la muerte temprana.
Pero, es que hoy
tampoco me siento orgulloso de mí mismo. Porque seguramente dejaré constancia en este blog de que las noticias
han contaminado mi seguridad en la
civilizada Europa; contaré que me duele su condena al analfabetismo y a la miseria de por vida, y
dormiré tranquilo, con el convencimiento de que ya hice cuanto estaba en mi mano.
Una vez más me tranquilizará la sensación de que la
solución no es cosa mía; me diré que es un asunto de los estados y de las organizaciones internacionales; o que quizá
sea asunto de algún dios que los trajo a la vida pobres y desgraciados, en una tierra sin futuro.
Pero la verdad descarnada es que yo, tú, nosotros, les estamos
cerrando la puerta de la escuela y, al tiempo,
la puerta del futuro, porque este mundo es cosa nuestra, de cada uno de nosotros.
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