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viernes, 5 de octubre de 2012

¡Es la libertad, estúpidos!


          Rajoy se apropiaba en Nueva York, el 25 S, del silencio  de quienes no habíamos acudido a manifestarnos ante el Parlamento como una forma de aprobación a su gobierno. Y nos lo agradecía. Nunca antes hubo un referéndum semejante que se sepa. Tampoco, que se sepa, una manipulación más burda de la realidad por parte de un presidente de gobierno. El Rajoy-Pinocho al que tanto caricaturiza la prensa europea se supera a sí mismo y se declara arúspice de los silencios. Sólo que yo comunico mi aceptación o mi repulsa con mi voto y con mis manifestaciones públicas, pero no he autorizado a nadie a apropiarse de mi silencio o mis ausencias.
            Jaime Mayor Oreja, ministro del Interior con Aznar y hoy parlamentario europeo del PP, en la línea de someter  la realidad a los criterios interesados de quienes se empeñan en que aceptemos la manipulación, la mentira o en el silencio como instrumentos democráticos, solicitaba igualmente, un día después, que los medios de comunicación no se hicieran eco de las manifestaciones; que se hurtara esa información a la ciudadanía; que se ignoraran dichos acontecimientos como si no estuvieran sucediendo. Con ello se evitaría el efecto llamada. Justificación irreprochable. Una manifestación provoca una cascada. Debe ser que Mayor Oreja no ve motivos que  justifiquen la desesperanza, la amargura, el rechazo al expolio sistemático que sufren los más débiles, la ausencia de futuro o el futuro ruinoso que nos está diseñando su partido a espaldas del país.  
            Si ocultas el efecto, ocultarás la causa. Si ignoras las manifestaciones, no estarás obligado a referirte a las causas que las provocan. Tampoco, a la excesiva violencia con la que la policía se empleó con los manifestantes. Una estrategia de manipulación informativa indigna y despreciable. ¿Qué otras cosas deberían ser ocultadas por conveniencia si aceptáramos ese juego inmoral?
             Es como si la derecha de este país nunca hubiera aceptado definitivamente la constitución del 78 como el reglamento del juego democrático; como si tuvieran clavado en la conciencia primitiva donde anidan sus resabios maniqueos y autoritarios  el convencimiento de que el país es suyo; como si nos estuvieran gritando cada día que la democracia es solo una representación, un juego de simulaciones que no hay que tomarse demasiado en serio.
            Desde la lejanía de nuestra vida cotidiana, todo esto no hace  sino confirmar que el PP es un partido al que le cuesta digerir el juego democrático, un partido que prefiere la manipulación a la verdad, que consigue mayorías amparado  en la mentira; un partido con ética dudosa, superficial en sus convencimientos democráticos, dispuesto a manipular la información si favorece a sus intereses.
            Pero en la distancia corta el rostro de ese autoritario espíritu que sobrevuela ya la convivencia – el país es suyo, la moral es suya, la libertad ha de ser limitada- resulta insoportable. Hoy, un individuo se ha presentado en el centro público de enseñanza en el que trabajo amenazando al Equipo Directivo y al centro en su conjunto de no sé cuántas denuncias porque en una asamblea reciente del Sindicato de Estudiantes y alumnado de los niveles superiores de Secundaria, Bachillerato y Formación Profesional, regulada por la Ley y por el Reglamento del Centro, se han vertido expresiones como “los bancos nos roban” o “la policía ha actuado el 25 S de forma represora y violenta”, unas afirmaciones que, por demostradas, comparte medio mundo. 
       Los bancos nos roban. Podéis jurarlo. La Banca internacional ha estado manipulando el interés interbancario desde 2005 que se sepa. Ha robado billones de euros a sus clientes y usuarios. Y si contáramos los desmanes de nuestra propia banca, no acabaríamos nunca.
      La policía actuó el 25 S de forma desmedida e injustificada. Está en los medios. Hay infinidad de grabaciones y se ha abierto un proceso de investigación al respecto.
            Así que quien dijera aquello no mentía.
            Aduce esta persona que nuestra obligación – se supone que habla del profesorado- es impedir manifestaciones de este tipo en el interior de un centro público. Se atreve a  establecer  obligaciones morales a la profesión más libre y más plural de la tierra. Pobre iluso. También, considerada en su conjunto, somos una profesión entregada a la cultura.  Es casi una fe la que alimenta el corazón de los docentes. Y, si aún no lo sabéis, os diré que es una profesión de gente apasionada. Podrían llevarnos ante el paredón o entregarnos a la hoguera, -ya lo han hecho antes-, pero nunca han podido dominarnos. Ahora tampoco. Tenéis mi palabra. Y sé de lo que hablo. 
            Este individuo debe considerar que los Centros Públicos están al servicio de su concepción del mundo,  de su modelo de país, o de los valores que caben en su conciencia.  Se equivoca como se equivoca el ministro Wert. La obligación de la Enseñanza Pública  es que resalte la verdad, que el alumnado  la conozca, que aprenda a comportarse como integrante de un colectivo de ciudadanos responsables y valerosos en la defensa de sus derechos, los que las medidas de este gobierno desconfiado de la libertad y temerosos de su manifestación le están arrebatando. 
            Nuestra obligación no es controlar la libertad del alumnado o limitarla. Más bien es ayudarles a formar criterios y valores para saber administrarla de forma positiva. Intentamos que de las aulas salgan personas responsables e independientes. Y eso jamás se logrará con la mentira. En cierto modo, nos toca ser la conciencia más honesta de la sociedad. Y lo sabemos. 
            A todos estos  que añoran un pueblo amordazado, o silencioso, sólo cabe decirles, parafraseando a aquel presidente norteamericano tan aficionado a esconder a una becaria bajo la mesa del despacho oval “¡Es la libertad de expresión, estúpidos!” El artículo 20 de la  Constitución del 78, que no habéis leído o que pretendéis ignorar, la garantiza. 
     Y si no la garantizara, daría igual. La libertad es un torrente. Sólo los estúpidos pueden confiar en dominarlo. Quien se opone a su fuerza acabará arrastrado. 
            

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