Rajoy se apropiaba en Nueva York, el 25 S, del silencio de
quienes no habíamos acudido a manifestarnos ante el Parlamento como una forma
de aprobación a su gobierno. Y nos lo agradecía. Nunca antes hubo un referéndum
semejante que se sepa. Tampoco, que se sepa, una manipulación más burda de la
realidad por parte de un presidente de gobierno. El Rajoy-Pinocho al que tanto
caricaturiza la prensa europea se supera a sí mismo y se declara arúspice de
los silencios. Sólo que yo comunico mi aceptación o mi repulsa con mi voto y
con mis manifestaciones públicas, pero no he autorizado a nadie a apropiarse de
mi silencio o mis ausencias.
Jaime Mayor Oreja, ministro del Interior con Aznar y hoy parlamentario europeo
del PP, en la línea de someter la realidad a los criterios interesados de
quienes se empeñan en que aceptemos la manipulación, la mentira o en el
silencio como instrumentos democráticos, solicitaba igualmente, un día después,
que los medios de comunicación no se hicieran eco de las manifestaciones; que
se hurtara esa información a la ciudadanía; que se ignoraran dichos
acontecimientos como si no estuvieran sucediendo. Con ello se evitaría el
efecto llamada. Justificación irreprochable. Una manifestación provoca una
cascada. Debe ser que Mayor Oreja no ve motivos que justifiquen la
desesperanza, la amargura, el rechazo al expolio sistemático que sufren los más
débiles, la ausencia de futuro o el futuro ruinoso que nos está diseñando su
partido a espaldas del país.
Si ocultas el efecto, ocultarás la causa. Si ignoras las manifestaciones, no
estarás obligado a referirte a las causas que las provocan. Tampoco, a la
excesiva violencia con la que la policía se empleó con los
manifestantes. Una estrategia de manipulación informativa indigna y
despreciable. ¿Qué otras cosas deberían ser ocultadas por conveniencia si
aceptáramos ese juego inmoral?
Es como si la derecha de este país nunca hubiera aceptado definitivamente
la constitución del 78 como el reglamento del juego democrático; como si
tuvieran clavado en la conciencia primitiva donde anidan sus resabios maniqueos
y autoritarios el convencimiento de que el país es suyo; como si nos
estuvieran gritando cada día que la democracia es solo una representación, un
juego de simulaciones que no hay que tomarse demasiado en serio.
Desde la lejanía de nuestra vida cotidiana, todo esto no hace sino
confirmar que el PP es un partido al que le cuesta digerir el juego
democrático, un partido que prefiere la manipulación a la verdad, que consigue
mayorías amparado en la mentira; un partido con ética dudosa, superficial
en sus convencimientos democráticos, dispuesto a manipular la información si
favorece a sus intereses.
Pero en la distancia corta el rostro de ese autoritario espíritu que sobrevuela
ya la convivencia – el país es suyo, la moral es suya, la libertad ha de ser
limitada- resulta insoportable. Hoy, un individuo se ha presentado en el centro
público de enseñanza en el que trabajo amenazando al Equipo Directivo y al
centro en su conjunto de no sé cuántas denuncias porque en una asamblea
reciente del Sindicato de Estudiantes y alumnado de los niveles superiores de
Secundaria, Bachillerato y Formación Profesional, regulada por la Ley y
por el Reglamento del Centro, se han vertido expresiones como “los bancos
nos roban” o “la policía ha actuado el 25 S de forma represora y violenta”,
unas afirmaciones que, por demostradas, comparte medio mundo.
Los bancos nos roban. Podéis jurarlo. La Banca internacional ha estado
manipulando el interés interbancario desde 2005 que se sepa. Ha robado billones
de euros a sus clientes y usuarios. Y si contáramos los desmanes de nuestra
propia banca, no acabaríamos nunca.
La
policía actuó el 25 S de forma desmedida e injustificada. Está en los medios.
Hay infinidad de grabaciones y se ha abierto un proceso de investigación al
respecto.
Así que quien dijera aquello no mentía.
Aduce esta persona que nuestra obligación – se supone que habla del
profesorado- es impedir manifestaciones de este tipo en el interior de un
centro público. Se atreve a establecer obligaciones morales a la
profesión más libre y más plural de la tierra. Pobre iluso. También,
considerada en su conjunto, somos una profesión entregada a la cultura.
Es casi una fe la que alimenta el corazón de los docentes. Y, si aún no
lo sabéis, os diré que es una profesión de gente apasionada. Podrían llevarnos
ante el paredón o entregarnos a la hoguera, -ya lo han hecho antes-, pero nunca
han podido dominarnos. Ahora tampoco. Tenéis mi palabra. Y sé de lo que hablo.
Este individuo debe considerar que los Centros Públicos están al servicio de su
concepción del mundo, de su modelo de país, o de los valores que caben en
su conciencia. Se equivoca como se equivoca el ministro Wert. La
obligación de la Enseñanza Pública es que resalte la verdad, que el
alumnado la conozca, que aprenda a comportarse como integrante de un
colectivo de ciudadanos responsables y valerosos en la defensa de sus derechos,
los que las medidas de este gobierno desconfiado de la libertad y temerosos de
su manifestación le están arrebatando.
Nuestra obligación no es controlar la libertad del alumnado o limitarla. Más
bien es ayudarles a formar criterios y valores para saber administrarla de
forma positiva. Intentamos que de las aulas salgan personas responsables e
independientes. Y eso jamás se logrará con la mentira. En cierto modo, nos toca
ser la conciencia más honesta de la sociedad. Y lo sabemos.
A todos estos que añoran un pueblo
amordazado, o silencioso, sólo cabe decirles, parafraseando a aquel presidente
norteamericano tan aficionado a esconder a una becaria bajo la mesa del
despacho oval “¡Es la libertad de expresión, estúpidos!” El artículo 20 de
la Constitución del 78, que no habéis leído o que pretendéis ignorar, la
garantiza.
Y si
no la garantizara, daría igual. La libertad es un torrente. Sólo los estúpidos
pueden confiar en dominarlo. Quien se opone a su fuerza acabará arrastrado.
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