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domingo, 7 de octubre de 2012

¡Estoy hasta los cojones!


                  Me reconozco de natural dionisíaco. Soy propenso a los excesos verbales, a la procacidad, al humor, a la provocación, a la desmesura.

            Sólo si estoy en buena compañía, desde luego.

            Pero, igualmente, reconozco que es Apolo quien rige la mayor parte de mi vida y me aprisiona en los límites razonables del comedimiento y la mesura. Soy un tipo disciplinado, porque si diera rienda suelta a lo que pienso, en infinidad de ocasiones, como cualquiera de vosotros, no ganaría para demandas.

            He pensado largo rato en la conveniencia de este título. No deja de ser una expresión algo soez, pero tremendamente cotidiana, simplificadora y útil para dar cuenta de un estado de ánimo. La habréis utilizado alguna vez, supongo.

            Apolo me impulsaba con su tono mesurado: “Busca otro título; la expresiones soeces por escrito dejan huella; quizás te arrepientas de emplearla”

            Dionisos, por su parte me ha estado gritando toda la mañana “Sé tú mismo. Respeta tus orígenes de cabrero. No reniegues de tu propia naturaleza; aprendiste a hablar repitiendo maldiciones de gañanes”. Y es cierto.

            Dionisos ganó por esta vez. Estoy hasta los cojones de ser comedido, cuando la realidad está llamando al gañán que llevó en los cimientos de mi mismo. Todo lo demás se ha edificado sobre una infancia de niño sin escuela en la España miserable de posguerra. Incluso mi habilidad demostrada en la interpretación de Lenguas Muertas. Así que “Estoy hasta los cojones” me resulta un título aceptable para esta reflexión. Y si alguien se incomoda, no me tomaré la molestia de pedir disculpas. Que lea a Sostres en El Mundo. Perderá calidad literaria y ganará en desvergüenza, en cinismo y en ausencia absoluta de cultura, las marcas de fábrica del presente que nos cerca.

         En resumidas cuentas, ¡estoy hasta los cojones!  Y os explicaré por qué inmediatamente. Os citaré sólo las causas más notables de este asco visceral que me inunda la conciencia, surgiendo desde el interior de mi memoria próxima como el reflujo agrio de un vino peleón y artificial.

            Estoy hasta los cojones de la Europa irracional, avarienta e hipócrita que establece condiciones leoninas a los pueblos, mientras acoge amablemente en la seguridad de sus bancos a los evasores de capital que han arruinado a  esos mismos pueblos.

            Estoy hasta los cojones de la Europa irracional , avarienta e hipócrita que permite en su seno paraísos fiscales, conocidos por todos, especialmente de quien tiene capitales que ocultar: Suiza, Gibraltar, Luxemburgo, Isla de Man, Isla de Jersey , Mónaco Andorra, Malta y El Vaticano. 

           Estoy hasta los cojones  de soportar la certeza de que en este país hay mucha gente que pasa hambre cada día, mientras un discurso viscoso se afana   en criminalizar a los que se han quedado sin recursos y a los millones de parados.

            Estoy hasta los cojones del modelo económico alemán, porque pasa por alto que siete millones y medio de jóvenes titulados alemanes o europeos trabajan por cuatrocientos euros al mes en ese modélico país de ahorradores y bebedores de cerveza.

      Estoy hasta los cojones de que ninguno de los innumerables sacrificios que ha soportado ya la clase media y trabajadora de este país haya servido para generar un miserable puesto de trabajo, una posibilidad de recuperación del empleo de los que más lo necesitan, una normalización paulatina del mercado de trabajo para quienes no tienen otro medio de vida y de sustento de su familia.

            Estoy hasta los cojones de que todos los innumerables sacrificios que hemos soportado se hayan ido a taponar la sangría del sistema financiero, corrompido por el poder político en  demasiadas ocasiones, o a pagar los intereses insoportables de los usureros.

         Estoy hasta los cojones de que el poder político se dedique a pelear por el bienestar de los especuladores a expensas de nuestros derechos como ciudadanos.

        Estoy hasta los cojones de quienes ejercen violencia contra la libertad del ser humano para encerrarnos en el redil del miedo.

           Estoy hasta los cojones de Wert y su reforma, por muchas razones, pero especialmente porque elimina del currículum de bachillerato Ciencias del Mundo Contemporáneo y deja Religión y Moral Católicas, una formación mucho más conveniente para quien aspira a llegar a la Universidad  con  una base sólida de conocimiento. La investigación española estaba herida de muerte. El puntillero Wert la ha rematado, sin lugar a dudas.

          Estoy hasta los cojones de que la indignación no se plasme en alguna alternativa de poder real. El éxito mediático no basta. Hay que hacer valer el peso determinante del voto. Entonces será posible cambiar la maquinaria, desde dentro.

           Estoy hasta los cojones de la criminalización de los servicios públicos como un refugio de inútiles privilegiados y un peso muerto para las arcas públicas. Sin servicios públicos no hay estado. Es lo que pretenden. Empobrecerlo, trocearlo y venderlo al mejor postor. Y los funcionarios somos el último bastión de su defensa.

          Y estoy hasta los cojones de este gobierno. Las razones las he ido desgranando pacientemente en esta crónica de la indignidad desde que las encuestas aventuraban su éxito  en las elecciones y la aceleración de nuestra ruina.
        Pues eso, ¡estoy hasta los cojones! Hoy ganó Dionisos. 

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