Sostiene
Wert, durante la prolongada protesta estudiantil y familiar contra su reforma
educativa, que aún caben múltiples
recortes para rentabilizar los servicios educativos del país, sin que pierdan
eficacia.
Se le ha oído mencionar que la
diversidad de asignaturas en la oferta
educativa es poco menos que un empeño baldío; que el desarrollo en las
competencias básicas en dos asignaturas como Lengua y Matemáticas cumplirá con las
exigencias empresariales para los trabajadores.
La terminología empleada difiere,
pero yo ya he escuchado este discurso hace más de cincuenta años. Había que hacer un
esfuerzo por erradicar el analfabetismo enroscado en las entrañas del pueblo
español. Era un rasgo humanitario de la dictadura; una demostración de que se
interesaba por la promoción de las personas; una prueba de lo injustificado que
resultaba el aislacionismo avergonzado
de la mayor parte del mundo civilizado. El objetivo que se nos marcaba a los hijos de
los pobres era saber leer, escribir y las cuatro reglas. Niños cabreros sin
escuela, pero con todo ese peso de cultura en el zurrón, salvados de la incuria
por el poder milagroso de la tabla de multiplicar. Niños que colaboraban sin
jornal en la consecución del jornal del
padre y a los que nadie les ofrecía el pupitre apolillado de una escuela
pobre.
Ya he oído ese discurso.
O sea, salvando las distancias
temporales y las formas, objetivos mínimos en Lengua y Matemáticas para los
hijos pobres de la crisis que provocó el capitalismo. Ellos inventan la ruina y nosotros la pagamos, no sólo con la miseria del presente , sino con la penuria cultural de las futuras generaciones.
Sostiene Wert que tiene informes que
niegan que la masificación perjudique el proceso de aprendizaje. Sostiene Wert, con un cinismo que roza la desfachatez, que en sus informes fidedignos el límite para que la calidad de la enseñanza se
resienta se establece en la barrera de cuarenta y cinco o cincuenta escolares por clase, según los
niveles.
Sostiene Wert, por tanto, que un
tercio del personal docente de este país está de más. Veinte mil, en Andalucía,
para no ir demasiado lejos. Andalucía es siempre el primer destinatario de la
obcecada persecución de este gobierno a los servicios públicos. Se diría que,
además de pagar el rescate general por este país que ya pagamos todos,
Andalucía tuviera que pagar también el rescate por la autoestima malherida del
campeón Arenas.
Sostiene Wert que las movilizaciones
de la semana pasada son quejas sin justificación de dilapidadores de recursos.
Actos injustificados con clara intencionalidad política.
En eso acierta. La intencionalidad
es claramente política. Estamos hartos de su política educativa. Y,
especialmente, estamos hartos de su intención de convertir la
educación superior en privilegio.
Y en eso la coincidencia con la
situación de mi niñez es absoluta. Quiere Wert de nuevo una estirpe hispana con alma de
cabreros, cercada por la nueva miseria y
dispuesta trabajar por un plato de comida y un espacio en el cortijo donde extender el maltrecho
jergón junto a la lumbre.
Es incomprensible. El futuro de los
pueblos se fundamenta en el nivel educativo que consigue su población, en
general, sin distinción por su extracción social. Nadie duda
de ese principio universalmente aceptado por cualquier gobierno racional.
Salvo este tipo y este gobierno, del
que forma parte.
Sus escasos defensores, que los
tiene, -aunque se asegura igualmente que no tiene un solo amigo-, afirman que es
un hombre brillante, inteligente, capaz de aprender los mecanismos de cualquier
función que se le encomiende en cuatro meses. Deber ser que este ministerio lo
desborda. Aún no se le conoce una sola propuesta que merezca consenso. Él siempre está en el origen del conflicto. Debe
creer que aún está jugando su papel de polemista. Y esta Ley que preconiza es artificial,
burda, apresurada, un mal plagio de la anterior, manipulada por una ideología sectaria y excluyente.
A Wert, como a la derecha en
general, lo inutiliza para el servicio público su soberbia, su desprecio a la
esencia misma de la democracia, su desprecio al pueblo que paga su salario.
La
derecha no gobierna; legisla para debilitar
a un enemigo imaginario, el pueblo, esa masa poco definida que protesta y que reclama la igualdad ante
la ley. La derecha legisla contra aquellos que tienen la osadía de aspirar a compartir
sus privilegios.
La derecha no escucha, no reflexiona,
no hace jamás propósito de enmienda. La derecha manipula o prohíbe.
La derecha sólo invoca la voz del
pueblo para esgrimir como justificación a sus desmanes la mayoría más lamentable que este pueblo soberano haya
otorgado jamás a cualquier gobierno democrático.
Esta derecha, cómplice de la peor
España que no hemos logrado redimir en treinta y cinco años de convivencia democrática y pacífica, despedaza
el estado y defrauda a la nación, incluso a los ilusos que osaron confiar en sus mentiras programadas.
Cita la prensa una frase que se ha
acuñado por causa de este hombre “¡Lo
que hay que Wert!”. Me parece bondadosa. Prefiero otra que circula por las
redes sociales. “Me siento aWertgonzado por la actuación de este gobierno”.
Hoy es noticia que Wert y Montoro llevarán a los tribunales a quince Universidades Públicas. La intromisión de este gobierno en la autonomía de los demás no tiene parangón. Deben estar seguros de que el país les pertenece
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