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sábado, 18 de agosto de 2012

El escurridizo pez de la verdad


A mi amigo GERMÁN WELLS en la red,
pero con otro nombre en la vida cotidiana.
En ambos sitios compartimos respeto y,
sobre todo, afecto.
(También, para Pilar Sanz,- en la red- que me reclama algún escrito que le provoque una sonrisa)
            Querido amigo: te contaré un secreto, puesto que la red no reviste peligro alguno en dicho sentido. Me apasiona la pesca. Sé que la mayor parte de los aficionados actuales practica la pesca sin muerte. Se pesca al animal, se le libera y se le devuelve al agua con escaso daño. Alguno habrá, porque eso de que te arrastren veinte metros, o más, con un anzuelo clavado en el paladar  debe ser cuestión de urgencia hospitalaria. Sobrevive, al menos. Y una vez  olvide la experiencia desastrosa, es de suponer que el pez vuelva a comer insectos, o alevines ajenos y hasta se interese de nuevo por el sexo.
            Así es la vida. Todo cicatriza, incluso en la memoria.
            Yo jamás practiqué la pesca sin muerte, salvo que fuera un pez adolescente. Pez que picaba, pez que acababa en la sartén. Incluso peces marinos que no sabía identificar, de colores alarmantes o aspecto desastrado. Lo reconozco. Fui, durante algunos años, un depredador de la hidrosfera. ¡Tampoco es que pescara mucho, desde luego! Pero, me encanta el pescado. Y eso ya no es un secreto para alguna gente que me suele apuntar al plato de pescado en las cenas de jubilación sin consultarme.
            Así que es cierto. Me apasiona la pesca, pero dejé de practicarla hace ya…, probablemente, treinta años. Mentiría si adujera falta de motivo o desarrollo repentino de una estricta conciencia ecologista. Sería una estupidez, porque  la verdad es que digiero mal los platos de verdura y soy muy selectivo con la carne. ¿Qué comería entonces…? El motivo es una cuestión privada, de estricta intimidad, pero, dado que estamos en un medio en el que la privacidad está garantizada, te lo cuento. Me compré un carrete “Henry”, tecnología americana- o sea, ¡la hostia!, me dijeron - y precio futurista. Un tercio del sueldo mensual de aquella época. Y no es una figura literaria, hipérbole o exageración la llaman. Ni muchos menos. La cuestión es que no llegué a comprobar sus excelencias. Lo llevaba en el maletero de mi coche. Un hábil chorizo oportunista, en un barrio sevillano de fama bien ganada, lo sustrajo- me lo guindó, el cabrón- sin dañar la cerradura, eso sí, y sin darme la ocasión de quitarle el embalaje. Y mucho menos, probarlo en la Rivera del Huéznar, donde tenía cita apalabrada con un gallego presuntuoso en asuntos de pesca, cómplice de depredación y sufrimiento, - ¡qué listos son los peces!- y donde esperaba, gracias a los poderes del mágico carrete, dejarlo a la altura miserable de un calcetín deportivo. ¡Ni pollas! La bronca familiar por el dispendio inútil fue de órdago. Eso me lo reservaré, como comprenderás.
            Decidí que el pescado más inocuo para mis relaciones personales era el que podía conseguirse en el mercado legal, fuese ése el de abastos o el de tu propio barrio. Y hasta hoy.
             Tengo la esperanza de que, de jubilarme con salud y con una pensión que lo permita -¡sabrá dios lo que nos tendrán guardado todavía!-, alquilaré una barca en otoño, y mientras los colegas os aprendéis los nombres del alumnado nuevo y cotizáis para que yo disfrute mi merecido tiempo libre,  estaré pescando en algún punto de las costas de Cádiz. Al menos, una semanita. Tampoco os hará daño, ¿no? ¡Por tanto,  debéis ahorraros los insultos! Sobre todo, porque nadie sabe si podré jubilarme alguna vez.
            También sabrás, supongo, lo complicado que es librarse de una pasión cualquiera. Así que lo que procede en estos casos es reorientarla.
            Fuera esta la razón, o alguna otra que no sé precisar, me recuerdo siempre persiguiendo al escurridizo pez de la verdad. No es un pez al uso, puesto que siempre aparece fragmentado, como un salmón convertido en rodajas sobre el aséptico y helado mostrador de mármol del pescadero.
            Pero la verdad es importante. A falta de otra fe que me garantice alguna  transcendencia en el futuro, cuando ya no sea sino cuerpo presente o cenizas mortuorias devueltas a la naturaleza en algún bosque próximo a la ciudad que habito, la única causa en la que creo es el ser humano. Resumiendo mucho, la verdad troceada y, a duras penas, conseguida, te permite justificar la reivindicación del derecho a decidir tu vida y a ser medianamente feliz. No lo he inventado yo. Lo he asumido de las primeras constituciones de la edad moderna y de las lecturas incansables. Creo que ese derecho va implícito en la propia condición humana. Y a predicar esa buena noticia,  ese evangelio en el sentido estrictamente etimológico, me dedico con vocación y, seguramente, sin acierto.
            Cada trozo de la verdad es un escalón más de la escalera por la que ascendemos en el convencimiento de la razón de nuestra causa y de la dignidad del ser humano, sin que tengan que ser determinantes el  lugar donde se nazca, el color de la piel, el tamaño de la herencia, o las facilidades que uno encuentre para su desarrollo personal. Fíjate lo que digo. Todo eso es accidental. Sería injusto que dichos accidentes llegaran a ser definitivos para catalogar a una persona o para establecer limitaciones en alguno de sus derechos. Si eso fuera así, este cabrero extremeño que casi no pisó la escuela en su niñez jamás habría sido tu director en un instituto público.
            Te resumiré brevemente el último escalón al que he llegado. Son datos contrastados, verdades indudables, crímenes de lesa humanidad con los que convivimos sin pestañear. Están en los medios de comunicación. En todos, independientemente de su orientación ideológica. Tendré que hablar – otra vez- de economía.
            ¿Que sabrá de economía el cabrero que de puro milagro se licenció en lenguas muertas, un lujo insostenible y sin aplicación práctica en los tiempos que corren?
            De economía, nada. De las consecuencias que tiene en nuestra vida cotidiana podría dar una conferencia en un aula universitaria plagada de doctores. El capital, orientado a multiplicarse mientras nos priva de nuestra organización social y ciudadana, es el “cuarto poder” que olvidó mencionar Montesquieu en sus tratados. De hecho, en las circunstancias actuales, es el poder determinante.
            Pues, vamos a hablar de economía.
            Bank of America, J.P. Morgan, Citigroup, Morgan Stanley, Deustche Bank, Societé Generale, Barclays, Credit Suisse, Lloids, Rabobank, UBS, HSBC, RBS…
            ¿Reconocemos esos nombres? Seguramente sí. Los mandamases de la banca internacional, sí señor. Los templos de la religión que gobierna el mundo. “Lucrum, gaudium”, reza un aforismo latino, porque el capitalismo tiene sus raíces bien arraigadas en la historia. Viene a decir “en el beneficio reside la alegría”.
            Que se sepa, desde el año 2005 – ya ha llovido- han estado manipulando el LIBOR, el interés interbancario por el que se rigen las operaciones bancarias de cualquier tipo, en su propio beneficio. Las páginas salmón de muchos medios internacionales califican ese procedimiento como el mayor fraude de la historia para miles de millones de consumidores de todo el mundo.  Es difícil calcularlo para un tío que se licenció en lenguas muertas.         Pero estamos hablando de un volumen de negocio cercano a los 500 billones, -atención, BILLONES- de euros cada año que mueven entre todas esas instituciones financieras a escala planetaria. Los beneficios ilegítimos, el robo a sus clientes se contabiliza en billones- también con B -de euros.
            Y si os tomáis la molestia de comprobar sus nacionalidades – en realidad no tienen banderas porque su dominio es el mundo- comprobaréis que están radicados en los EE.UU, Inglaterra, Alemania, Suiza, Holanda…Algunos de ellos son miembros de ese exclusivo club  de los países eficientes y honestos de la Europa rica  que ataca al Sur desorganizado, acomodaticio y lleno de defectos y que se apresta a colonizarnos  y a imponernos condiciones inviables.
            Si la eficacia y la honestidad es eso, prefiero el sur, con sus defectos ancestrales. ¡Lo juro!
            Que sepamos, sólo la Reserva Federal Americana ha impuesto una sanción a ese capitalismo eficaz y que clama por que ningún estado lo regule.
            350 millones de dólares por fraude.  Como se ve, una sanción ejemplar y disuasoria para quienes han obtenido billones de euros en beneficios ilegítimos. Pilatos resultaba más creíble.
            La honesta canciller Ángela Merkel no ha debido recibir aún la noticia del comportamiento criminal del mascarón de proa de las finanzas alemanas. El Deustche Bank es eficazmente alemán. “Lucrum, gaudium” Y de los procedimientos, ¿qué me dice usted, emperatriz? Desde luego no contestará. Pensará, con razón, que, comparado con otros comportamientos alemanes, esto es apenas un pecado venial. La honestidad y la eficacia alemanas se han edificado  a conciencia, a prueba de bombas.
            Lo que aun clama infinitamente más al cielo es que esos beneficios escandalosos, fraudulentos, criminales, apenas si cotizan un 1% a las Haciendas de los países donde operan.
            Es evidente que la crisis la han organizado los parados de larga duración – se les increpa por el subsidio de subsistencia de 400 €  desde los medios afines al PP y desde órganos del partido-, los trabajadores públicos y, en general, los servicios que el Estado presta a la ciudadanía, producto del contrato social. Que yo recuerde, me detraen de mi sueldo cada mes un 26,64% . Modelo de alta escuela de ingeniería financiera para alterar la progresividad fiscal.
            Pues, querido amigo Germán Wells, a ese capitalismo despiadado, inmoral, manipulador y criminal, cuando menos, y a sus cómplices políticos , la derecha internacional que camina de su brazo y con los mismos objetivos, es  a los que yo traigo, de vez en cuando, al paredón de este blog y les disparo ráfagas de palabras indignadas e inocuas. Les disparo con la limpieza de ánimo que me permite el trozo de verdad que he podido pescar en el presente revuelto y esquilmado. Les disparo educadamente, con cólera justificada, porque tengo razón.
            Si alguien que tú o yo conocemos ha arriesgado su patrimonio familiar y ha montado una fábrica de embotellamiento de aceite en un pueblo de Jaén y da trabajo a treinta familias de su pueblo, no podríamos englobarlo en el capitalismo criminal que nos acosa. Yo nunca lo pondré en mi paredón. No dispararé en su dirección ni una palabra. Le agradezco su esfuerzo. Le deseo lo mejor. Esa persona no es el enemigo.
            Si alguien que tú o yo conocemos vota a la derecha porque está convencido de que representa mejor los principios que dan sentido a su existencia, a sus valores familiares, a sus creencias, o porque es la opción que le ofrece cobijo ante sus miedos atávicos- votamos en buena medida con las tripas- , o porque es la tradición de su familia, no es mi enemigo. Respetaré sin compartir.
            Y en ambos casos, si yo tuviera un alma – cosa que dudo desde luego- estaría dispuesto a partírmela para que ambos puedan seguir haciendo lo que hacen. Porque ninguno es mi enemigo, sino mis compañeros de viaje.
            Gracias, y ya acabo, por recomendar en tu pared, o muro, o lo que diablos  sea, mi escrito del día 13 de agosto. Me complace que te guste el uso que hago del lenguaje. El objetivo primordial es desenmascarar al enemigo. Sin información, despreciando el conocimiento y la cultura, ellos habrán ganado porque es probable que abandonemos sin comparecer entre las doce cuerdas. No podemos permitirnos perder esta pelea.


                 Pero ganarla no resultará tarea fácil.



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