A mi amigo
GERMÁN WELLS en la red,
pero con
otro nombre en la vida cotidiana.
En ambos
sitios compartimos respeto y,
sobre todo,
afecto.
(También, para Pilar Sanz,- en la red- que me reclama
algún escrito que le provoque una sonrisa)
Querido amigo: te contaré un
secreto, puesto que la red no reviste peligro alguno en dicho sentido. Me
apasiona la pesca. Sé que la mayor parte de los aficionados actuales practica
la pesca sin muerte. Se pesca al animal, se le libera y se le devuelve al agua
con escaso daño. Alguno habrá, porque eso de que te arrastren veinte metros, o
más, con un anzuelo clavado en el paladar
debe ser cuestión de urgencia hospitalaria. Sobrevive, al menos. Y una
vez olvide la experiencia desastrosa, es
de suponer que el pez vuelva a comer insectos, o alevines ajenos y hasta se
interese de nuevo por el sexo.
Así
es la vida. Todo cicatriza, incluso en la memoria.
Yo
jamás practiqué la pesca sin muerte, salvo que fuera un pez adolescente. Pez
que picaba, pez que acababa en la sartén. Incluso peces marinos que no sabía
identificar, de colores alarmantes o aspecto desastrado. Lo reconozco. Fui,
durante algunos años, un depredador de la hidrosfera. ¡Tampoco es que pescara
mucho, desde luego! Pero, me encanta el pescado. Y eso ya no es un secreto para
alguna gente que me suele apuntar al plato de pescado en las cenas de
jubilación sin consultarme.
Así
que es cierto. Me apasiona la pesca, pero dejé de practicarla hace ya…,
probablemente, treinta años. Mentiría si adujera falta de motivo o desarrollo
repentino de una estricta conciencia ecologista. Sería una estupidez, porque
la verdad es que digiero mal los platos de verdura y soy muy selectivo
con la carne. ¿Qué comería entonces…? El motivo es una cuestión privada, de
estricta intimidad, pero, dado que estamos en un medio en el que la privacidad
está garantizada, te lo cuento. Me compré un carrete “Henry”, tecnología
americana- o sea, ¡la hostia!, me dijeron - y precio futurista. Un tercio del sueldo mensual
de aquella época. Y no es una figura literaria, hipérbole o exageración la
llaman. Ni muchos menos. La cuestión es que no llegué a comprobar sus
excelencias. Lo llevaba en el maletero de mi coche. Un hábil chorizo
oportunista, en un barrio sevillano de fama bien ganada, lo sustrajo- me lo
guindó, el cabrón- sin dañar la cerradura, eso sí, y sin darme la ocasión de
quitarle el embalaje. Y mucho menos, probarlo en la Rivera del Huéznar, donde
tenía cita apalabrada con un gallego presuntuoso en asuntos de pesca, cómplice
de depredación y sufrimiento, - ¡qué listos son los peces!- y donde esperaba,
gracias a los poderes del mágico carrete, dejarlo a la altura miserable de un
calcetín deportivo. ¡Ni pollas! La bronca familiar por el dispendio inútil fue
de órdago. Eso me lo reservaré, como comprenderás.
Decidí
que el pescado más inocuo para mis relaciones personales era el que podía
conseguirse en el mercado legal, fuese ése el de abastos o el de tu propio
barrio. Y hasta hoy.
Tengo la esperanza de que, de jubilarme con
salud y con una pensión que lo permita -¡sabrá dios lo que nos tendrán guardado
todavía!-, alquilaré una barca en otoño, y mientras los colegas os aprendéis
los nombres del alumnado nuevo y cotizáis para que yo disfrute mi merecido
tiempo libre, estaré pescando en algún
punto de las costas de Cádiz. Al menos, una semanita. Tampoco os hará daño, ¿no?
¡Por tanto, debéis ahorraros los
insultos! Sobre todo, porque nadie sabe si podré jubilarme alguna vez.
También
sabrás, supongo, lo complicado que es librarse de una pasión cualquiera. Así
que lo que procede en estos casos es reorientarla.
Fuera
esta la razón, o alguna otra que no sé precisar, me recuerdo siempre
persiguiendo al escurridizo pez de la verdad. No es un pez al uso, puesto que
siempre aparece fragmentado, como un salmón convertido en rodajas sobre el aséptico
y helado mostrador de mármol del pescadero.
Pero
la verdad es importante. A falta de otra fe que me garantice alguna transcendencia en el futuro, cuando ya no sea
sino cuerpo presente o cenizas mortuorias devueltas a la naturaleza en algún
bosque próximo a la ciudad que habito, la única causa en la que creo es el ser
humano. Resumiendo mucho, la verdad troceada y, a duras penas, conseguida, te
permite justificar la reivindicación del derecho a decidir tu vida y a ser
medianamente feliz. No lo he inventado yo. Lo he asumido de las primeras
constituciones de la edad moderna y de las lecturas incansables. Creo que ese
derecho va implícito en la propia condición humana. Y a predicar esa buena
noticia, ese evangelio en el sentido
estrictamente etimológico, me dedico con vocación y, seguramente, sin acierto.
Cada
trozo de la verdad es un escalón más de la escalera por la que ascendemos en el
convencimiento de la razón de nuestra causa y de la dignidad del ser humano,
sin que tengan que ser determinantes el
lugar donde se nazca, el color de la piel, el tamaño de la herencia, o
las facilidades que uno encuentre para su desarrollo personal. Fíjate lo que
digo. Todo eso es accidental. Sería injusto que dichos accidentes llegaran a
ser definitivos para catalogar a una persona o para establecer limitaciones en
alguno de sus derechos. Si eso fuera así, este cabrero extremeño que casi no
pisó la escuela en su niñez jamás habría sido tu director en un instituto
público.
Te
resumiré brevemente el último escalón al que he llegado. Son datos contrastados,
verdades indudables, crímenes de lesa humanidad con los que convivimos sin
pestañear. Están en los medios de comunicación. En todos, independientemente de
su orientación ideológica. Tendré que hablar – otra vez- de economía.
¿Que
sabrá de economía el cabrero que de puro milagro se licenció en lenguas
muertas, un lujo insostenible y sin aplicación práctica en los tiempos que
corren?
De
economía, nada. De las consecuencias que tiene en nuestra vida cotidiana podría
dar una conferencia en un aula universitaria plagada de doctores. El capital,
orientado a multiplicarse mientras nos priva de nuestra organización social y ciudadana, es el “cuarto
poder” que olvidó mencionar Montesquieu en sus tratados. De hecho, en las
circunstancias actuales, es el poder determinante.
Pues,
vamos a hablar de economía.
Bank of
America, J.P. Morgan, Citigroup, Morgan Stanley, Deustche Bank, Societé
Generale, Barclays, Credit Suisse, Lloids, Rabobank, UBS, HSBC, RBS…
¿Reconocemos
esos nombres? Seguramente sí. Los mandamases de la banca internacional, sí
señor. Los templos de la religión que gobierna el mundo. “Lucrum, gaudium”,
reza un aforismo latino, porque el capitalismo tiene sus raíces bien arraigadas
en la historia. Viene a decir “en el beneficio reside la alegría”.
Que
se sepa, desde el año 2005 – ya ha llovido- han estado manipulando el LIBOR, el
interés interbancario por el que se rigen las operaciones bancarias de
cualquier tipo, en su propio beneficio. Las páginas salmón de muchos medios
internacionales califican ese procedimiento como el mayor fraude de la historia
para miles de millones de consumidores de todo el mundo. Es difícil calcularlo para un tío que se
licenció en lenguas muertas. Pero
estamos hablando de un volumen de negocio cercano a los 500 billones,
-atención, BILLONES- de euros cada año que mueven entre todas esas
instituciones financieras a escala planetaria. Los beneficios ilegítimos, el
robo a sus clientes se contabiliza en billones- también con B -de euros.
Y si
os tomáis la molestia de comprobar sus nacionalidades – en realidad no tienen
banderas porque su dominio es el mundo- comprobaréis que están radicados en los
EE.UU, Inglaterra, Alemania, Suiza, Holanda…Algunos de ellos son miembros de ese exclusivo club de los países eficientes y honestos de la Europa rica que
ataca al Sur desorganizado, acomodaticio y lleno de defectos y que se apresta a colonizarnos y a imponernos
condiciones inviables.
Si la
eficacia y la honestidad es eso, prefiero el sur, con sus defectos ancestrales.
¡Lo juro!
Que
sepamos, sólo la Reserva Federal Americana ha impuesto una sanción a ese capitalismo
eficaz y que clama por que ningún estado lo regule.
350
millones de dólares por fraude. Como se
ve, una sanción ejemplar y disuasoria para quienes han obtenido billones de
euros en beneficios ilegítimos. Pilatos resultaba más creíble.
La
honesta canciller Ángela Merkel no ha debido recibir aún la noticia del
comportamiento criminal del mascarón de proa de las finanzas alemanas. El
Deustche Bank es eficazmente alemán. “Lucrum, gaudium” Y de los procedimientos,
¿qué me dice usted, emperatriz? Desde luego no contestará. Pensará, con razón,
que, comparado con otros comportamientos alemanes, esto es apenas un pecado
venial. La honestidad y la eficacia alemanas se han edificado a conciencia, a prueba de bombas.
Lo
que aun clama infinitamente más al cielo es que esos beneficios escandalosos,
fraudulentos, criminales, apenas si cotizan un 1% a las Haciendas de los países
donde operan.
Es
evidente que la crisis la han organizado los parados de larga duración – se les
increpa por el subsidio de subsistencia de 400 € desde los medios afines al PP y desde órganos
del partido-, los trabajadores públicos y, en general, los servicios que el
Estado presta a la ciudadanía, producto del contrato social. Que yo recuerde,
me detraen de mi sueldo cada mes un 26,64% . Modelo de alta escuela de
ingeniería financiera para alterar la progresividad fiscal.
Pues,
querido amigo Germán Wells, a ese capitalismo despiadado, inmoral, manipulador
y criminal, cuando menos, y a sus cómplices políticos , la derecha
internacional que camina de su brazo y con los mismos objetivos, es a los que yo traigo, de vez en cuando, al
paredón de este blog y les disparo ráfagas de palabras indignadas e inocuas.
Les disparo con la limpieza de ánimo que me permite el trozo de verdad que he
podido pescar en el presente revuelto y esquilmado. Les disparo educadamente, con
cólera justificada, porque tengo razón.
Si alguien
que tú o yo conocemos ha arriesgado su patrimonio familiar y ha montado una fábrica
de embotellamiento de aceite en un pueblo de Jaén y da trabajo a treinta familias
de su pueblo, no podríamos englobarlo en el capitalismo criminal que nos acosa.
Yo nunca lo pondré en mi paredón. No dispararé en su dirección ni una palabra. Le
agradezco su esfuerzo. Le deseo lo mejor. Esa persona no es el enemigo.
Si alguien
que tú o yo conocemos vota a la derecha porque está convencido de que representa
mejor los principios que dan sentido a su existencia, a sus valores familiares,
a sus creencias, o porque es la opción que le ofrece cobijo ante sus miedos atávicos-
votamos en buena medida con las tripas- , o porque es la tradición de su familia,
no es mi enemigo. Respetaré sin compartir.
Y en ambos
casos, si yo tuviera un alma – cosa que dudo desde luego- estaría dispuesto a partírmela
para que ambos puedan seguir haciendo lo que hacen. Porque ninguno es mi enemigo,
sino mis compañeros de viaje.
Gracias,
y ya acabo, por recomendar en tu pared, o muro, o lo que diablos sea, mi escrito del día 13 de agosto. Me complace
que te guste el uso que hago del lenguaje. El objetivo primordial es desenmascarar
al enemigo. Sin información, despreciando el conocimiento y la cultura, ellos habrán
ganado porque es probable que abandonemos sin comparecer entre las doce cuerdas.
No podemos permitirnos perder esta pelea.
Pero ganarla no resultará tarea fácil.
Pero ganarla no resultará tarea fácil.
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