De la infancia guardo un recuerdo nítido.
La víspera de la venta de corderos para el matadero, los pastores marcaban con
tintura roja la grupa de los animales elegidos para el sacrificio. Se mezclan
en el recuerdo una sensación de determinismo agriamente aceptado,- era el
destino de los corderos-, de rechazo de la conciencia – hubiera preferido no
saber el significado de aquella marca- , y de dolorida solidaridad con los
animales, -probablemente habría jugado con alguno de ellos, porque yo era un
cachorro humano que vivió buena parte de la infancia sin compañía de iguales.
La
semana pasada, bastó la intervención del BCE advirtiendo que tenía recursos
y voluntad de defender el euro. Las primas de riesgo de Italia y de España
bajaron de forma considerable y las bolsas europeas, en su conjunto, comenzaron
a obtener beneficios. Una semana de calma. Los especuladores se mostraron
cautelosos para no perder la presa seleccionada.
Pero
esta intervención desagradó al Banco Central Alemán.
En
realidad la sensación que se tiene es que no existe un Banco Central Europeo,
sino un acólito obediente del auténtico Banco Central, que es el Alemán.
Y
el Banco Central Alemán ha dictado sentencia hace ya mucho tiempo.
La
banca alemana acumula casi cinco billones de euros de excedente efectivo, de
ahorros, a los que debe buscar ocupación para que rindan beneficios a sus
impositores. En realidad, según muchos economistas, están al borde de su propia
burbuja financiera aunque parezca toda
una contradicción, por exceso de riqueza.
La
intervención decidida del BCE para bajar los intereses de la deuda iría contra
los intereses del excedente financiero alemán, holandés, austríaco, finlandés
que saca mucho más beneficio de nuestra situación, sin la intervención del Banco
Central. En consecuencia, se maniata, se coarta, se prohíbe, de hecho, su intervención.
España,
como los corderos de mi infancia, tiene una marca de tintura roja en la grupa. El
capitalismo europeo nos ha seleccionado para el sacrificio. Necesitan dar salida
a sus excedentes dinerarios. Y la intervención les permitirá establecernos unas
condiciones de vida insoportables durante muchos años, para garantizar sus beneficios.
Y
no tenemos un gobierno con decisión, con capacidad, con voluntad, con peso específico
en Europa para librarnos de ese destino lamentable.
Con
esos compañeros de viaje en la Unión Europea, quizá no sería aventurado abandonar
el euro y recuperar la soberanía que ahora resulta imprescindible. Recuperar la
dignidad en suma y gestionar nosotros mismos
nuestra propia miseria.
No es esta Europa la Europa que alimentó nuestra esperanza.
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