Sí, muy al principio de los tiempos, lo que hoy llamamos Europa era el caos, la oscuridad,
un futuro incierto gobernado por las imprecisas leyes de la evolución. Y dijo
Grecia: “Hágase la luz”. Y la luz se hizo. Y vio Grecia que la luz era buena. Y
se animó a seguir en el proceso de inventar cosas buenas con el poder mágico
del pensamiento racional aplicado a la vida de los seres humanos. Y vio Grecia
que el pensamiento racional era bueno y que la palabra, unida al pensamiento,
genera obras hermosas y deja un poso de memoria colectiva que llamamos cultura
y nos permite progresar.
Y
colocó Grecia el pensamiento mítico como
justificación del mundo en la estantería de las obras poéticas, y dejo que fluyera
de forma natural la obra colectiva que explica el mundo natural y el
comportamiento de los hombres en las verdades que la razón espiga en el
entorno, en la observación, en la reflexión, en la comprobación repetida de los
hechos, en la selección de las conclusiones más racionales, porque suelen ser
las más ventajosas para la sociedad humana.
Y la luz
se fue haciendo cada día más brillante, en un proceso que parecía ya irreversible. Luego, con su ayuda,
germinaron los frutos más jugosos de la creación humana: la filosofía, la
geometría, las matemáticas, la geografía, la oratoria – que no es poco, porque
consiste en organizar el propio pensamiento y transformar el mundo mediante el
poder de la palabra-, la sicología que
indaga en la naturaleza de la especie y en las razones que impulsan sus
comportamientos, la política que generó el derecho y la organización de la polis, el esbozo de la
democracia, niña, defectuosa, condicionada por la hostilidad mutua que se
profesaban los vecinos de una península pobre. Era ya el reino de la luz. Europa
amanecía, cargada de futuro.
Y de
forma simultánea, porque la luz de la razón da frutos inesperados, tomaron cuerpo
la Literatura y el Arte. El mayor tesoro del genio creativo que generó la
antigüedad. Nada de ensayos balbucientes de una humanidad que indaga caminos de
expresión. En infinidad de casos, obras perfectas, ejemplares, canónicas,
inmejorables, eternas. Obras que nos abisman y nos hacen dudar de la eficacia
de la evolución del ser humano, incapaz de mejorar a sus ancestros en la
capacidad de aprisionar la belleza y de plasmarla con el cincel, con la
palabra, con la maza del cantero y la plomada del arquitecto osado que imaginó
el Partenón, alzándose majestuosos sobre la acrópolis, quien sabe si entre las
brumas de una borrachera de vino tibio endulzado con miel, sentado al cobijo de un parrón añoso,
mientras el sol caía mansamente tras la engañosa línea del horizonte.
Desde
Filipo de Macedonia las fronteras de Grecia se hicieron permeables. Fue presa
de la ambición de infinidad de pueblos. Y todos
esquilmaron sus tesoros artísticos. Hoy sus obras producen dividendos a la
mayor parte de los pueblos europeos que no eran sino hordas errantes en busca
de alimento cuando ella los produjo. Sumando los ingresos que han generado en esos
pueblos sus tesoros robados, quizá Grecia hoy no sería un país en bancarrota,
desesperado, abandonado y vilipendiado por sus ¿socios? europeos.
La
situación sería más ventajosa para el
pueblo griego, si, además, hubiera podido eliminar los gastos militares
que sus ¿socios? europeos le han impuesto como guardián de oriente. Mantiene un
ejército tan numeroso como el de Alemania, cuando su población es sólo una octava parte de la
población alemana; y el año pasado, a pesar de su tremenda fragilidad económica,
debió hacer frente a una inversión, por convenio con Europa, de cinco mil millones de euros- previo préstamo
de la banca europea a unos intereses desorbitados- para comprar tanques y
aviones, proporcionados, ¡claro está! por Francia y Alemania.
¡Moralmente
irreprochable! ¡Todo lícito, según es costumbre en la Europa organizada y
eficaz!
Las
condiciones del rescate europeo, como al resto de países afectados, han llevado a
Grecia a la ruina inevitable. Ningún pueblo condenado al empobrecimiento, al
empequeñecimiento de su capacidad productiva, puede hacer frente a la deuda
creciente y a sus crecientes intereses. ¡Ninguno! A Merkel y a sus socios deberían bastarles las
evidencias que pone ante sus ojos la obstinada realidad, ya que han dado muestras
de no confiar en la opinión generalizada de economistas contrastados, políticos
de larga trayectoria europea, ni en el sentido común.
Alemania
amenaza a Grecia con “dejarla caer” si no cumple las condiciones del rescate.
¿Caer a dónde? ¿Hay aún un pozo de humillación y de miseria más hondo o más
oscuro?
Se me
antoja que han puesto al pueblo griego una bolsa de plástico anudada al cuello,
en torno a la cabeza. Es un procedimiento sádico de asfixia lenta y angustiosa,
porque a la falta de aire se une la conciencia de la inminencia de la muerte.
Pues-
imaginadlo, porque es lo que sucede- cuando ya no queda oxígeno que llevar a su
cerebro, el verdugo le acusa de no colaborar. Vocifera que nunca en su vida ha
torturado a una víctima más incompetente y más irresponsable.
La cuna
de Europa, esquilmada, despreciada, está siendo ajusticiada lentamente. Un genocidio
nuevo que la civilizada Europa está escribiendo en el libro sangriento de sus atrocidades,
mientras la izquierda europea, rehén de sus errores, quien sabe si aherrojada por
complicidades inconfesables o huérfana de quien pueda enhebrarles un discurso digno,
guarda un silencio doloroso, que produce vergüenza.
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