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lunes, 1 de julio de 2013

Adelson ya gobierna en Madrid


Poblado chabolista "El Gallinero" Madrid
Fotografía "El País"

    Son rumanos. Cientos de familias de gitanos rumanos. Yo diría que son apátridas en toda la extensión de la palabra. El lugar de nacimiento fue solo una jugada del azar. Ni su país acepta a estos peregrinos eternos, fugitivos del hambre y de la miseria en un esfuerzo tan permanente como inútil, porque ambas forman parte de su equipaje escaso.
            Por si fuera poco su condición de parias, unen a ella la condición de rechazados.
            Hace unas semanas, Ana Botella les envió un escuadrón blindado de municipales madrileños enmascarados a demoler sus chabolas y a impedir a los niños rumanos acceder al autobús escolar que debía transportarlos a sus clases. Un acoso legal. Un gesto elocuente para que abandonen el lugar.
            Uno asocia estos acontecimientos aislados como una muestra más de ese rechazo europeo a las minorías marginadas, que ni son consideradas parte del sistema, y que han sufrido situaciones similares en muchas naciones de la Unión Europea, como en la Italia de Berlusconi o en la Francia de Sarkozy, por poner dos casos conocidos de todos.
            Pero  hay gente que indaga siempre un poco más. Hoy Almudena Grandes, en la contraportada de "El País" nos ofrece una clave de interpretación de ese desalojo. En terrenos próximos a ese poblado chabolista, la Comunidad de Madrid iniciará en breve la construcción del  aeródromo privado que Adelson, el dueño de Eurovegas, ha exigido para sus clientes más exclusivos, aquellos que acudirán a las mesas de juego en sus propios aviones privados. 
            Garantiza con ello un acceso discreto para su clientela predilecta, ricos, envilecidos por el aburrimiento y los excesos, ludópatas y necesitados del trato servil que les haga sentirse personas importantes. Adelson les garantiza todo eso, con tal de que le permitan desplumarlos. Ellos lo saben. Es solo un juego de apariencias. Y el dinero es solo eso, dinero. Si se pierde, se repone fácilmente. Hay millones de seres humanos suspirando por una explotación humanitaria, por un salario de hambre, por un canalla dispuesto a aprovechar su indefensión.
            El aeródromo privado de Adelson que la Comunidad de Madrid empezará a construir dentro de poco será otra isla legal regida por las normas del señor del juego:  un lugar seguro y tranquilo para los beneficiarios principales de la ingeniería fiscal, clientes asiduos de los paraísos fiscales, mafiosos internacionales con cierta alergia a los controles de aduanas, putas de lujo y proveedores varios de provisiones imprescindibles en sus fiestas secretas y exclusivas.
            Era eso. No actuaba la policía municipal de Botella, sino una avanzadilla de los esbirros de Adelson, limpiándole el terreno de los escombros humanos de la miseria, una visión insoportable para los estómagos de sus futuros clientes. Pronto será imposible discernir quién gobierna Madrid. 
            De momento, Adelson ya toma decisiones. De momento, no tiene trascendencia. De momento, era solo un poblado de gitanos rumanos, parias de la tierra, apátridas, gente sin nombre y sin historia.
            


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