Poblado chabolista "El Gallinero" Madrid
Fotografía "El País"
Son rumanos. Cientos de
familias de gitanos rumanos. Yo diría que son apátridas en toda la extensión de
la palabra. El lugar de nacimiento fue solo una jugada del azar. Ni su país
acepta a estos peregrinos eternos, fugitivos del hambre y de la miseria en un
esfuerzo tan permanente como inútil, porque ambas forman parte de su equipaje
escaso.
Por si fuera poco su condición de
parias, unen a ella la condición de rechazados.
Hace unas semanas, Ana Botella les envió
un escuadrón blindado de municipales madrileños enmascarados a demoler sus
chabolas y a impedir a los niños rumanos acceder al autobús escolar que debía
transportarlos a sus clases. Un acoso legal. Un gesto elocuente para que
abandonen el lugar.
Uno asocia estos acontecimientos aislados
como una muestra más de ese rechazo europeo a las minorías marginadas, que ni
son consideradas parte del sistema, y que han sufrido situaciones similares en
muchas naciones de la Unión Europea, como en la Italia de Berlusconi o en la
Francia de Sarkozy, por poner dos casos conocidos de todos.
Pero hay gente que indaga siempre
un poco más. Hoy Almudena Grandes, en la contraportada de "El País"
nos ofrece una clave de interpretación de ese desalojo. En terrenos próximos a
ese poblado chabolista, la Comunidad de Madrid iniciará en breve la
construcción del aeródromo privado que Adelson, el dueño de Eurovegas, ha
exigido para sus clientes más exclusivos, aquellos que acudirán a las mesas de
juego en sus propios aviones privados.
Garantiza con ello un acceso discreto
para su clientela predilecta, ricos, envilecidos por el aburrimiento y los
excesos, ludópatas y necesitados del trato servil que les haga sentirse
personas importantes. Adelson les garantiza todo eso, con tal de que le
permitan desplumarlos. Ellos lo saben. Es solo un juego de apariencias. Y el
dinero es solo eso, dinero. Si se pierde, se repone fácilmente. Hay millones de
seres humanos suspirando por una explotación humanitaria, por un salario de
hambre, por un canalla dispuesto a aprovechar su indefensión.
El aeródromo privado de Adelson que la
Comunidad de Madrid empezará a construir dentro de poco será otra isla legal
regida por las normas del señor del juego: un lugar seguro y tranquilo
para los beneficiarios principales de la ingeniería fiscal, clientes asiduos de
los paraísos fiscales, mafiosos internacionales con cierta alergia a los
controles de aduanas, putas de lujo y proveedores varios de provisiones
imprescindibles en sus fiestas secretas y exclusivas.
Era eso. No actuaba la policía municipal
de Botella, sino una avanzadilla de los esbirros de Adelson, limpiándole el
terreno de los escombros humanos de la miseria, una visión insoportable para
los estómagos de sus futuros clientes. Pronto será imposible discernir quién gobierna
Madrid.
De momento, Adelson ya toma
decisiones. De momento, no tiene trascendencia. De momento, era solo un poblado
de gitanos rumanos, parias de la tierra, apátridas, gente sin nombre y sin
historia.
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