Quizá habrá que esperar a las declaraciones de Bárcenas
ante el juez Ruz el lunes próximo. ¿Mantendrá sus afirmaciones ante Pedro J.
Ramírez en sede judicial? ¿Su nuevo abogado defensor lo convencerá de que eso
sería autoinculparse gravemente, pero que las culpas ajenas estarían ya
prescritas? ¿Lo convencerá de que en ese intento de pasar factura a sus
antiguos jefes, cómplices, compañeros de ese viaje por la alcantarillas de la
corrupción, que de forma metafórica alguien resumió en una frase bíblica
-"muera Sansón y los filisteos"- no traerá más muerte que la del
propio Sansón, mientras los filisteos saldrán indemnes...?
Ni el Partido Popular lo sabe. Ni el
partido, ni el gobierno, ni la cúpula directiva. Todos están preocupados; saben
con certeza que ya no controlan a Bárcenas, porque no han podido garantizar sus
exigencias. Es lo que tiene la maldita separación de poderes en la muy
defectuosa democracia. Que casi nunca se controla todo.
En realidad, las declaraciones de
Bárcenas resultan irrelevantes a efectos de opinión pública. La verdad la
conocemos todos.
El asunto es, en mi opinión, es que de
Bárcenas dependemos todos en cierto modo en los próximos meses. No es Rajoy su
único rehén. Todos somos rehenes de Bárcenas, es decir somos rehenes del
procedimiento ilegal de financiación del partido Popular durante casi toda su
historia. La corrupción beneficia a unos pocos. Sin embargo, cuando comienza su
deriva destructiva, afecta con sus secuelas venenosas a la vida de todo un
país. No sólo hay que evaluar lo que nos han robado. Hay que evaluar lo que aún
nos harán perder.
¿Ahora qué?
Seguramente es una pregunta pertinente.
Así que os la dejo, por si se os ocurre
una respuesta.
Dice Ansón, ese viejo referente de la
derecha mediática, que las próximas elecciones las ganará el "Frente
Popular" de nuevo. Hace referencia sin duda a que los votos acumulados del
PSOE en franco retroceso y los de Izquierda Unida, beneficiaria del
desencanto de la izquierda sociológica y en crecimiento llamativo más por los
deméritos ajenos que por los aciertos propios, podrían dar como resultado,
mediante pactos, una mayoría de gobierno.
Su oráculo no es sólo un oráculo. Es,
sobre todo, una amenaza. La derecha, con reminiscencias franquistas, y Ansón no
podrá negar nunca sus orígenes, se ha acostumbrado a emplear el tópico de que
el Frente Popular, su triunfo en las elecciones del 36, fue la causa que
justificó la guerra civil, porque era una garantía de desgobierno. Pero quien
actuó contra la legitimidad democrática fue la derecha terrateniente - no había
otra en España-, la Iglesia católica empeñada en dominar a una nación e
imponerse a la conciencia de los seres humanos, y una buena parte del ejército
cuyos oficiales en su mayor parte eran miembros segundones de las familias
terratenientes. Nunca aceptaron, cada uno según sus intereses, la Reforma
Agraria que pretendía modernizar las estructuras económicas de un país anclado
en el siglo XIX, incapaz de competir económicamente con los países
industrializados de Europa; ni la Reforma Educativa que pretendía modernizar al
país mediante el instrumento más poderoso de promoción social , la educación;
ni la Reforma Social que intentaba una redistribución más justa de las rentas mediante
el reconocimiento de derechos ciudadanos y sociales.
El Frente Popular fue la reacción
desesperada de un pueblo al que se le negaba el acceso al futuro. Nada más que
eso. Y ganaron unas elecciones democráticas, confiando en que las reglas de
juego fueran respetadas. Como sabemos, fue una esperanza fatua.
La Historia tiene muchos capítulos,
pero el crimen del golpe de Estado tiene padre y madre. Y apellidos.
Las circunstancias actuales son casi
tan desesperadas como entonces, salvando las distancias. E igualmente, las
relaciones cainitas entre las fuerzas de izquierda derivadas de la historia
reciente durante el proceso democrático. Pero no sería mala alternativa.
Izquierda Unida mantiene una pureza ideológica y un mensaje más acorde con
muchas de las demandas ciudadanas. El PSOE, suponemos que mantendrá cuadros
capacitados, especialmente en las política internacional, aspecto hoy que
resulta imprescindible en la aldea global en la que vivimos. Sería una solución
de emergencia, desde luego.
Porque la solución verdadera pasa por
la regeneración del sistema democrático. Y no es empresa baladí.
La solución es ciudadana. Advierto, con
más frecuencia de la deseada, a la ciudadanía cabizbaja, derrotada, casi
convencida de que soportamos la maldición de Gürtel, de los ERE, de Bárcenas,
de los políticos aprovechados que usan la delegación ciudadana para el
enriquecimiento propio, como una dura penitencia por sepa dios qué pecados
aferrados a nuestro código genético.
Es mentira. No somos rehenes de los
partidos políticos. Los partidos son el instrumento que aceptamos como
medio de participación ciudadana en el proceso democrático. Ningún ser humano
es esclavo de sus instrumentos. Siempre puede desecharlos y buscar instrumentos
nuevos que se adapten mejor a sus necesidades. En esas estamos y ese debería
ser nuestro objetivo primordial en los próximos meses.
No conviene que nos distraigan
demasiado con los papeles de Bárcenas. Ya sabemos lo que contienen. Ni con los
ERE; también sabemos que ha sido una fórmula novedosa de saqueo amparada en una
intención irreprochable.
Hay que pensar en el futuro. Y quien
merezca la cárcel, ya tarda en estar donde merece. Sin límites institucionales.
Las instituciones solo son dignas cuando representan dignamente a los
ciudadanos. Por sí mismas, una vez corrompidas, no valen ni su peso en papel de
embalaje.
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