"La juventud europea
ha de elegir entre tener un empleo mal pagado o no tener un empleo". Son
palabras recientes, -la semana pasada-, de la canciller Ángela Merkel.
El mucho trato y el haber soportado su
influencia nefasta en nuestras propias carnes ha hecho que nos hayamos ido
familiarizando con el núcleo de su pensamiento, como portavoz de los intereses
a cuyo servicio dedica su éxito político. No hace demasiado Ángela Merkel
desgranaba las cifras que le quitan el sueño. "El coste social de los
Estados Europeos nos hace inviables. De seguir con esta dinámica, pronto
seremos un parque temático para turistas chinos".
Ayer sin ir más lejos. Luis Linde, el
gobernador del Banco de España, tras reconocer que las medidas establecidas por
la Reforma Laboral de este gobierno, a pesar de su extrema dureza, no han
servido para frenar el desempleo, propone con una frescura que ronda la
desvergüenza o la ausencia de conciencia social, que la solución estriba en que
los trabajadores acepten remuneraciones por debajo de convenio o por debajo del
salario mínimo interprofesional que establece la ley. Insistía, además, en
que el gobierno haga entrar en vigor la reforma en la edad de las jubilaciones,
que el límite mínimo de 67 años entre en vigor ya en 2014.
Conviene vivir con la mente muy atenta a
esos mensajes, distantes en el tiempo en ocasiones, emitidos por voces
diferentes. Son emisores diferentes, pero sirven al mismo dueño y sus discursos
son segmentos de un mensaje único.
Europa es cara.
El capitalismo es ubicuo; no tiene
banderas ni amor a ninguna patria. Su única patria es el dinero. La deslocalización
es su instrumento primordial.
Esa Europa cara, con altos costes
sociales, fue un día la referencia humana. Costó sangre, revoluciones, guerras,
pero logramos una sociedad infinitamente más equilibrada y más justa que ningún
otro continente de la tierra.
No fue un logro casual.
A un lado de sus fronteras, Europa
coexistió en los años difíciles con un régimen político y económico
diametralmente opuesto que no aceptaba la propiedad privada de los medios de
producción ni dejaba la gestión económica al albur de los mercados.
Confiaba más en la planificación del Estado. Proletarios, obreros de la Europa
occidental tenían esa referencia como alternativa posible en sus malos
momentos. Y hubo muchos.
En el interior de sus fronteras, Europa
soportaba la presión de los propios partidos de izquierda, potentes,
organizados, con amplio apoyo social e intelectual.
Y surgió una Europa cara, porque los
Estados construidos sobre esa confluencia de factores cumplieron su función
primordial, redistribuir la riqueza generada en el proceso productivo: salarios
dignos, y servicios públicos que compensaran las desigualdades de renta sin
excluir a nadie, y que se han plasmado, durante muchos años, entre otros
muchos, en la Sanidad Pública gratuita o casi, Enseñanza Pública gratuita
que garantiza la igualdad de oportunidades que reclama la sociedad abierta y
Sistema de pensiones que garantizan un vida digna a los trabajadores cuando se
cumple su ciclo productivo.
Sí, aun con sus imperfecciones llamativas,
ningún lugar de la tierra era mejor habitación que Europa. Pero, cara; muy
cara.
Y os pondré un ejemplo que he estudiado
de forma concienzuda, sin cansaros con datos. Recientemente me he visto
obligado por compromisos sociales, que no vienen al caso, a disfrazarme, según
establecen los cánones sociales y mi propia edad con un traje adecuado y una
camisa al efecto. Hablaré de la camisa, que dado mi natural escasamente
formalista, no podía ser suplida con las propiedades que cuelgan en mi armario.
Cincuenta euros costó la condenada camisa. Analicé su procedencia. "Made
in Korea". Estudié los costes de forma aproximada teniendo en cuenta datos
objetivos de salarios en el lugar de origen, costes sociales - nulos- para la
empresa fabricante, gastos en materias primas, y gastos de transportes: cinco
euros aproximadamente.
El margen para el vendedor, una firma
nacional de prestigio en la confección masculina, cuarenta y cinco euros.
Hechos los cálculos pertinentes del
margen para el vendedor si la camisa se hubiera fabricado en Dos Hermanas,
Toulouse, Villamanrique, o Capua estos no superarían los quince euros en el
mejor de los casos, si mantuvieran el precio final. Cuarenta y cinco a quince.
Ya me diréis.
Europa es cara, porque permite menos
beneficios al capital que nos gobierna.
Y el capitalismo ha decidido que su
beneficio es sagrado.
Ya nos parece que la duración de lo que
hemos dado en llamar crisis económica en Europa se ha dilatado mucho. En
realidad, se dilata porque resistimos demasiado. La crisis es sólo el
instrumento para abaratar los costes de producción. Lo ha dicho Merkel. La
alternativa es clara: trabajo mal pagado o ningún trabajo. Lo ha dicho Linde.
La solución es trabajar por debajo de los límites legales del salario mínimo.
Los gobiernos europeos y las diferentes
Instituciones Comunitarias en general, lejos de defender nuestro modelo de
vida, los logros políticos y sociales de nuestro devenir histórico, secundan
las propuestas del capitalismo sin fronteras. Y la vieja izquierda humanista y
valerosa en otros días mejores está desaparecida.
Lo que ahora está sucediendo ante
nuestros ojos es que se levantan nuevos campos de exterminio en los países de
economía más frágil. Se exterminan de forma paulatina los derechos sociales tan
laboriosamente conquistados.
Si alguien en Europa cree que esto es
únicamente una cuestión de azar y que los países del Sur lo merecemos por
nuestra proverbial falta de previsión, se equivoca. Los edificios empiezan a
derrumbarse por los pilares más frágiles, pero acaban en ruina general.
El mensaje que nos cerca desde todos los
rincones es muy claro, Europa es muy cara y el capitalismo necesita apuntar en
su cuenta de resultados cada derecho que nos arrebata. Los derechos sociales,
los derechos humanos están reñidos con esa filosofía criminal que lo
sustenta.
Lejos de
exportar nuestro sistema social, de exigir que el capitalismo deslocalizado
respete los derechos humanos en cualquier región de la tierra que produzca
bienes cuyo mercado principal seamos nosotros - nos sobran instrumentos- , nos
obligan a retroceder siglos en conquistas sociales.
Desconozco los
límites legales que las fronteras establecen todavía. Perdonaré por la duda
formal a Frau Merkel, con la
esperanza injustificada de que su electorado le cobre esta factura en las elecciones
de otoño. ¡Y aun hay quien dice que el pueblo alemán es un pueblo lógico
y racional! Pero creo que, por lo que a nosotros se refiere, Linde debiera
haber dormido desde anoche en prisión preventiva por enaltecimiento del
terrorismo contra los derechos laborales de los trabajadores de este país.
Por si no ha quedado claro, os resumo el
contenido de la indignidad que hoy me sacude la conciencia. El capitalismo que
rige nuestras vidas reclama, como parte de su beneficio, nuestros salarios,
nuestras pensiones y el dinero que el Estado destina a la Educación, a la
Sanidad Pública, a generar empleo - es la mayor empresa del País y la única que
por definición tiene una proyección social obligatoria-, y a la atención de las
personas dependientes. Lo llaman crisis, pero es un robo a gran escala, al
amparo de las leyes que ellos mismo han elaborado para poner cadenas a nuestra
indignación. Y el Partido Popular es el cómplice necesario y complaciente que
nos conduce al matadero. ¡Votadlo! Es vuestro derecho indiscutible. La
Constitución, que prostituyen cada día, lo garantiza.
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