Voceros paniaguados de la
derecha económica y política llevan deslizando hace ya tiempo una extraña forma
de solidaridad obrera con la empresa que enuncian de dos formas diferentes,
aunque sean una misma cosa: trabajar gratuitamente durante el periodo
vacacional o renunciar a las vacaciones anuales pagadas. Ambas medidas
mejorarían mucho la situación de la empresa española. Este mensaje no
puede resultarnos extraño. Los voceros de la indecencia cobran por introducir
en el debate general intoxicaciones como ésta. No me cabe duda de que muchas
empresas españolas están sufriendo pérdidas considerables; pero, jamás he oído
a los intoxicadores que otra forma de resultar competitivos es que las empresas
renuncien a una buena parte de sus beneficios, por ejemplo.
Tampoco he oído solicitar a esos
catequistas del capitalismo rabioso que las empresas abandonen la práctica
generalizada de la economía sumergida, que coticen por todos sus trabajadores
inmersos en las contabilidades B, cuyo salario comparten con el sistema de
compensación al desempleo. Así podríamos evitarnos el doloroso debate sobre la
viabilidad del sistema de pensiones.
No los oigo decir que las grandes empresas
españolas tienen en las paraísos fiscales, lejos de la mano de Hacienda, el
equivalente a la mitad del producto interior bruto anual de este país. Evitan
con ello los impuestos, generan paro, deuda pública, y carencias en servicios
imprescindibles a sus conciudadanos.
No he oído a los intoxicadores
pronunciarse jamás sobre este crimen, salvo para justificarlo porque los
impuestos de este país son excesivos.
Pero por eso cobran. Es su oficio.
Sin embrago, lo de Linde clama al
cielo. A Linde, el gobernador del Banco de España, sintiéndose autorizado
por su función eminente, le entró la vocación de asesor laboralista de forma
repentina y, en su informe anual, recomienda que los trabajadores españoles
acepten trabajar por salarios inferiores al salario mínimo establecido por la
ley. Eso nos hará competitivos.
Y trabajar sin salario, aun más,
supongo yo.
Pero en el informe anual del Banco de
España, tan inclinado a meterse en terrenos que en absoluto le conciernen, se
echan en falta datos, respuestas a cuestiones que sí son de su exclusiva
incumbencia.
Por ejemplo, ¿por qué los veinte mil
millones que el gobierno avala mediante el ICO, Instituto de Crédito Oficial,
-y ahí sí ha cumplido un cometido imprescindible para aminorar el impacto de la
crisis- para la pequeña y mediana empresa no están ya produciendo efectos
positivos? ¿Por qué la banca privada considera que la garantía del Estado es
insuficiente para este crédito, cuando compra deuda pública a manos llenas,
siendo el mismo Estado quien la avala? ¿Podría ser que el interés que el
Estado tiene establecido para esos créditos está muy por debajo a los intereses
especulativos de la deuda pública?
¿Por qué Linde no aborda en su informe
esta lacerante situación? Parece claro que sin crédito asequible a la pequeña y
a la mediana empresa - unida a otras medidas imprescindibles- la crisis
se eternizará en este país.
Linde tampoco afronta en su informe
una cuestión primordial que es competencia exclusiva del Banco de España. Si el
Banco Central Europeo, cumpliendo también su función en este caso, pone a disposición
de la banca privada ingentes cantidades de dinero a un interés del 0,5% para
que fluya el dinero a intereses asequibles y se recuperen las economías
nacionales, ¿por qué los intereses de los préstamos bancarios rozan el 9%?
No abundaré en cuestiones que podrían
cansaros. Sólo las traigo a colación para fundamentar la indignidad que
hoy me tortura.
Dos verdades la configuran hoy.
La Banca llevada por su ambición
irresponsable generó esta crisis. Las locuras privadas de sus gestores se han
convertido en deuda pública, que es tanto como decir deuda compartida por cada
uno de nosotros. No contenta con ello, la Banca ahonda la profundidad de la
fosa a la que nos arrastró. Lejos de ser el instrumento de recuperación -ese
sistema financiero que tanto defienden los gobiernos de derecha por encima de
los derechos ciudadanos-, son el martillo con el que capitalismo especulativo
machaca el armazón frágil de nuestro ordenamiento constitucional, de nuestros
derechos y de nuestras libertades; la cadena que pretende sujetarnos con
grilletes económicos a la galera de la miseria y de nuevas formas de
servidumbre que creíamos encerradas en vitrinas polvorientas en el museo de la
historia, al menos en Europa.
Pero esa es su propia naturaleza. Buscar
el beneficio, sin atender a principios legales, morales, éticos o humanitarios.
Esa es la naturaleza del capitalismo y la banca es uno de sus más eficaces
instrumentos.
Tan poco fiable es, que los Estados
establecieron un poderoso instrumento regulador, los Bancos Nacionales. Y
dotaron de poderes extraordinarios a sus gobernadores, cuya función primordial
es vigilar el comportamiento de la banca privada y establecer las correcciones
pertinentes para evitar catástrofes.
La otra verdad es que Luis Linde, el
gobernador del Banco de España cuya obligación es regular el sistema financiero
español, siguiendo una arraigada tradición muy desarrollada ya por sus
antecesores, no cumple la función por la que cobra - un sueldo envidiable- de
nuestros impuestos. Lejos de ello se dedica a reforzar teorías económicas
ultraliberales, antisociales y escasamente recomendables en la actual situación
económica. Creo que ha confundido sus funciones. O resulta un completo
incompetente. Cualquiera de los dos motivos sería suficiente para que alguien
del gobierno le hubiese solicitado ya la dimisión. El Banco de España no parece
el lugar más adecuado para situar a los amigotes incompetentes.
¿O sí, si la afinidad política es la
única garantía que se precisa?
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