Debe haber un acuerdo
secreto de los políticos de Europa para cambiarnos la percepción de la
realidad.
En Japón, este pasado fin de semana, el
presidente de la República Francesa, monsieur Hollande,
afirmaba sin el más mínimo atisbo de duda ante empresarios japoneses que la
crisis de la zona Euro ya es historia; ha pasado, como pasa un mal sueño, una
pesadilla que había durado ya demasiado.
Por su parte Durao Barroso, el
presidente de turno de la Comisión Europea, el tercer cómplice del crimen
colectivo contra los pueblos de Europa, afirmaba alegremente que "España
ya no es un drama".
Atento a las oportunidades que le
proporcionan sus cómplices políticos, el jefe del ejecutivo español vocifera a
pulmón lleno que en "España ya no hay razón para el pesimismo".
¡Esto
es magnífico! Debíamos estar volteando las campanas de las catedrales, de las
torres, de las espadañas, de los campaniles tan numerosos de este país
desagradecido.
En su lugar nos complacemos en las
noticias negativas.
Ese mismo día en que el presidente de
gobierno nos alegra la prima de riesgo, - al día siguiente el desempleo de los
EE.UU. volvió a desquiciarla, según dicen, porque el capitalismo, como todos
los seres monstruosos e insolidarios, es de natural asustadizo- , nos
desayunábamos con la noticia inhumana de que infinidad de niños en edad
escolar, en Grecia, buscan en los contenedores de basura por si encuentran algo
de comida que saben con certeza que no encontrarán en sus casas.
Niños en parecidas circunstancias en
Portugal y en España han de ser alimentados por el sistema educativo o por
organizaciones humanitarias.
Los bancos de alimentos en la Europa del
Sur solicitan ayuda urgente porque se sienten desbordados y la demanda crece
cada día. Eso sucede cuando la Europa rica ha decidido abandonar su programa de
ayuda para estas organizaciones humanitarias, que ahora mismo resultan
imprescindibles.
Veinticinco millones de europeos carecen
de trabajo,- el 13% de la población activa de la zona Euro- mientras el
capitalismo, también el europeo, explota a doscientos cincuenta millones de
niños semiesclavos en los países más pobres de la tierra.
La locomotora europea, por boca de la
canciller Ángela Merkel, anuncia que los jóvenes europeos han de elegir entre
tener un trabajo mal pagado y renunciar a derechos excesivamente costosos, o no
tener ningún trabajo.
Aproximadamente treinta mil estudiantes
universitarios, privados de sus becas por el gobierno de derechas al que España
confió su destino en un momento de debilidad o de locura, han sido expulsados
del sistema educativo al no poder hacer frente a las tasas. Entre otras cosas,
el gobierno ha tirado a la escombrera de su gestión interesada, irracional y
nefasta para los intereses generales del país, muchos millones que ya habíamos
invertido en la formación de buena parte de estos becarios en años precedentes.
“Bien hecho”, dirá algún descerebrado con razón,” a fin de cuentas, era una
inversión que acabará beneficiando a otros países”. Así nos va.
El paro está en sus máximos históricos;
los ingresos del estado, en continua decadencia; y el gobierno recurre a
comités de expertos para acabar de cercenar nuestro futuro. Los comités de
expertos “independientes” son exclusivamente el subterfugio para afrontar las
medidas antisociales con el menor desgaste posible ante la opinión pública. Un
engañabobos en toda regla.
Así que echemos las campanas al vuelo.
Abandonemos de una vez el pesimismo injustificado.
Y la peor sospecha
tiene también su nido miserable en Grecia. A pesar de la censura férrea que
Europa establece sobre los acontecimientos más negativos que han generado sus
medidas inhumanas, algunos corresponsales extranjeros hablan ya de un ambiente
general que hace presagiar la guerra civil.
Las “únicas medidas” posibles empezarán
pronto a dar frutos sangrientos en alguna parte. Quizá es lo que pretenden,
disminuir el número de hambrientos andrajosos que ahora se acumulan en las
cunetas del sistema. En las guerras mueren mil pobres por cada rico muerto.
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