Lo han conseguido. Han
logrado que los niños del sur de Europa pasen hambre de nuevo.
El hambre y la guerra van unidas.
En el complejo proceso de esta guerra
económica que llaman crisis y cuyo último objetivo es someter el mercado
laboral al modelo asiático, abaratamiento insoportable de la mano de obra,
precarización absoluta del empleo y ausencia de reglas que defiendan a los
obreros hambrientos y angustiados, las primeras víctimas visibles empiezan a
ser los seres indefensos, la infancia y los más viejos, los que no están
sujetos a ese comercio inhumano al que intentan someter la fuerza productiva,
los que no tienen dignidad que vender a los nuevos esclavistas europeos. Tienen
experiencia. Muchos capitales de hoy tuvieron su origen en el comercio execrable
de esclavos hacia el nuevo mundo.
Hoy se hace eco en sus páginas de opinión El País sobre la situación
vergonzosa y terrible que se puede contemplar a la salida de los colegios en
Grecia. Escolares hambrientos buscan en los contenedores de basura de los
propios colegios, porque en sus casas no hay nada que comer.
Sin llegar a esos extremos, los
profesores portugueses han detectado situaciones similares y hace ya algún
tiempo que el sistema educativo público reparte bolsas de comida con la cena
para el alumnado.
En España, no hace mucho que Sáenz de
Buruaga, con ese fino sentido del humor humanitario que caracteriza a la
derecha desalmada, se burlaba de una iniciativa solidaria de la Consejería de
Educación Andaluza, que se propuso garantizar tres comidas diarias, incluso en
periodo vacacional -también hay que comer en vacaciones- al alumnado con riesgo
de exclusión social y al que se le detecte carencias alimentarias importantes.
Se está haciendo. Trascendió la noticia de lo que sucedía en Andalucía, cuyas
iniciativas son siempre perseguidas con saña por parte de los voceros a sueldo
de la derecha resentida por sus incontables derrotas en el sur. Pero sabemos
que hay iniciativas similares, de diversa procedencia social o política, también
en Cataluña, -Ayuntamiento de Barcelona-, y en Valencia, -organizaciones de
caridad-, porque el problema se extiende irremisiblemente.
Por contraste, Galicia, una de las
joyas de la corona del Partido Popular, donde gobierna en mayoría, ha
adelantado ya que el curso próximo veinte mil escolares perderán la beca de
comedor que, probablemente, sustenta hoy su precaria existencia.
El cuerno de África y sus hambrunas,
como el desierto africano, avanza poco a poco hacía el norte. Está alcanzando
los países del mediterráneo, abrasándolos con su viento ardiente de injusticia,
de expolio permitido por el sistema legal y los gobiernos cómplices. El hambre
de los niños del Sur, la desesperación de sus familias, la profunda amargura de
una buena parte de los pueblos, engorda las cuentas de una minoría insaciable y
criminal.
Ahora el FMI, un conocido instrumento del
capitalismo destructivo, famoso por las cuantiosas catástrofes económicas que
ha provocado a infinidad de países, reconoce que las políticas económicas
aplicadas en los rescates europeos a Grecia han perjudicado considerablemente
al país. Nada extraño viniendo de ese laboratorio que la medicina resulte
venenosa. En realidad, lo han destruido. Lo de Grecia ha sido un parricidio en
toda regla, porque Grecia fue el núcleo germinal de esta Europa que ha olvidado
sus raíces y su historia de luchas en pos de la igualdad ante la ley y la
democracia.
En realidad vivimos envueltos en un
debate artificial. Un día, cuando ya nos tengan sometidos definitivamente a sus
reglas inhumanas, permitirán que los niños griegos, los portugueses, los
españoles no tengan que buscar en los contenedores de basura o someterse a la
caridad oficial para poder alimentarse. Lo exhibirán como un triunfo. Pedirán
que los volvamos a votar como premio al éxito indiscutible de sus medidas, las
únicas medidas posibles.
La realidad será otra; la
brecha de las desigualdades será insalvable; la sociedad surgida de este
proceso artificial será infinitamente más injusta, y el determinismo social
vendrá impuesto por un sistema selectivo en la educación y en el acceso a los
servicios que han hecho posible una sociedad más igualitaria.
El único debate creíble -todo lo
demás son salvas para tenernos ocupados- que debieran entablar los parlamentos
democráticos en representación de los ciudadanos que le otorgaron su soberanía
sería qué medidas debemos establecer para controlar el poder desmedido del
capitalismo expandido sobre la faz indefensa de la tierra. El único
procedimiento que verdaderamente nos sacará de la crisis es ese, establecer
procedimientos de control para la desmedida capacidad destructiva del cuarto
poder que Montesquieu no vio.
Todo lo demás es inútil. Antes o después
habrá que hacerlo. Y será mejor con la ley que con una explosión social de
incalculables consecuencias.
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