Hace pocas fechas
Reinhard Silberberg, embajador de la República Federal de Alemania en
España, publicaba un artículo en las pginas de opinión de El País (28-04), titulado "Desde la
profunda amistad", - evidentemente se refería a la hispano-alemana-, en el
que nos trasladaba su contrariedad por la generalizada opinión entre los
españoles de que Alemania ha impuesto sobre los socios de la Unión Europea una
hegemonía que está destruyendo la posibilidad de una Europa común, solidaria, y
con una presencia determinante en el gran circo internacional. Nos acusa -y, de
paso, a todos aquellos europeos que comparten esta visión- de falta de
objetividad en nuestras valoraciones. "Nada más lejos de la
realidad", nos asegura el embajador. ¿Qué puede decir un empleado de
Merkel y el representante de los intereses alemanes en nuestro país?
La cruda realidad que nos golpea la
cara, la que se ha adueñado de nuestra percepción como ciudadanos
conscientes, implicados en la organización de nuestra vida colectiva, es
que la plutocracia europea, definitivamente un lobo disfrazado con una piel de
cordero democrático, diseñó una Europa a su medida. Ahora le ha llegado la necesidad
de vaciar de contenidos la organización democrática. Su fuerza es más sutil que
divisiones de hombres uniformados, tanques y artilugios de guerra
desmesuradamente destructivos. Es el dinero. Es el dinero el que dicta la
opinión de los medios de comunicación más influyentes, es el dinero el que
coloca en la cúpula del poder a sus afines; es el dinero el que gobierna, en
realidad.
Y cada día se acentúa en mi conciencia la
sensación de que la democracia es una vieja aspiración que sólo compartimos los
pobres, una apariencia ocasional que se nos puede conceder en tiempos de
bonanza. En los tiempos difíciles la plutocracia impone su dictado. Y ahora
mismo, diga lo que diga el respetable embajador alemán, el brazo armado de la
plutocracia europea es la canciller Ángela Merkel, esa teutona fría,
calculadora, dogmática, inflexible y obtusa. Nadie inflexible y dogmático puede
aspirar, al tiempo, a ser inteligente. Ningún pueblo inteligente debiera nunca
darle el poder de gorbernarlo a una persona inflexible y obtusa. Merkel ganará
las elecciones generales en septiembre.
Yo recibí formación de lógica
escolástica en su día. La conclusión más fiable es que buena parte del pueblo
alemán resulta, a su pesar, obtuso. Pero no seré yo quien enuncie esa conclusión
tan lastimosa. Alemania triunfa; a Alemania le va bien; exporta; ni siquiera
paga intereses por su deuda pública.
Alemania tapa extraordinariamente sus
miserias. La clase obrera alemana, la más paciente de la historia del
continente, la más condescendiente con su patronal, soporta en su interior ocho
millones de alemanes con "mini jobs", un eufemismo que viene a
significar trabajo miserable y mal remunerado - 400 euros /mes -para mantener
el sistema capitalista más boyante de la Europa Comunitaria.
¿Lecciones morales...? La Europa de las
personas, la de los ciudadanos, no necesita esas lecciones miserables.
La competitividad es el mantra preferido,
la panacea, la piedra filosofal de este sistema moribundo; pero, es imposible
competir con esclavos hambrientos en países paupérrimos. Antes que competir con
ellos, la obligación moral de los países desarrollados - si no nos gobernara
esta plutocracia sin conciencia- sería defender la condición humana, el salario
digno, las condiciones laborales y la protección social del trabajador en
cualquier país que produjera cualquier producto que se vendiera dentro de
nuestras fronteras.
La cruda realidad nos trae cada día la
confirmación de una sospecha terrible: La Europa que nos impone Ángela Merkel,
portavoz de los intereses de su poderosa plutocracia, es imposible. La Europa
que ha seguido al pie de la letra sus dictados se ha convertido en la antesala
de un tercer mundo en ciernes en los países más desarrollados de la
tierra.
Hay un añadido tenebroso. Esa clueca
teutona está empollando monstruos que creíamos enterrados bajo el peso
avergonzado de la Historia. La extrema derecha antieuropea gana adeptos cada
día. El fascismo irredento florece de nuevo en las tierras que un día llenó de
cadáveres con su violencia sin justificación y sin futuro. Pero vuelve,
renacido de sus propias cenizas, con el viento favorable de la insolidaridad y
la pobreza.
Yo aun creo en Europa. Mi propia cultura
me lo exige. Pero os digo, mejor sin Alemania.
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