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domingo, 5 de mayo de 2013

Mejor sin Alemania

   Hace pocas fechas  Reinhard Silberberg, embajador de la República Federal de Alemania en España, publicaba un artículo en las pginas de opinión de El País (28-04), titulado "Desde la profunda amistad", - evidentemente se refería a la hispano-alemana-, en el que nos trasladaba su contrariedad por la generalizada opinión entre los españoles de que Alemania ha impuesto sobre los socios de la Unión Europea una hegemonía que está destruyendo la posibilidad de una Europa común, solidaria, y con una presencia determinante en el gran circo internacional. Nos acusa -y, de paso, a todos aquellos europeos que comparten esta visión- de falta de objetividad en nuestras valoraciones. "Nada más lejos de la realidad", nos asegura el embajador. ¿Qué puede decir un empleado de Merkel y el representante de los intereses alemanes en nuestro país?
            La cruda realidad que nos golpea la cara, la que se ha adueñado de nuestra percepción como ciudadanos  conscientes, implicados en la organización de nuestra vida colectiva, es que la plutocracia europea, definitivamente un lobo disfrazado con una piel de cordero democrático, diseñó una Europa a su medida. Ahora le ha llegado la necesidad de vaciar de contenidos la organización democrática. Su fuerza es más sutil que divisiones de hombres uniformados, tanques y artilugios de guerra desmesuradamente destructivos. Es el dinero. Es el dinero el que dicta la opinión de los medios de comunicación más influyentes, es el dinero el que coloca en la cúpula del poder a sus afines; es el dinero el que gobierna, en realidad. 
            Y cada día se acentúa en mi conciencia la sensación de que la democracia es una vieja aspiración que sólo compartimos los pobres, una apariencia ocasional que se nos puede conceder en tiempos de bonanza. En los tiempos difíciles la plutocracia impone su dictado. Y ahora mismo, diga lo que diga el respetable embajador alemán, el brazo armado de la plutocracia europea es la canciller Ángela Merkel, esa teutona fría, calculadora, dogmática, inflexible y obtusa. Nadie inflexible y dogmático puede aspirar, al tiempo, a ser inteligente. Ningún pueblo inteligente debiera nunca darle el poder de gorbernarlo a una persona inflexible y obtusa. Merkel ganará las elecciones generales en septiembre. 
            Yo recibí formación de lógica escolástica en su día. La conclusión más fiable es que buena parte del pueblo alemán resulta, a su pesar, obtuso. Pero no seré yo quien enuncie esa conclusión tan lastimosa. Alemania triunfa; a Alemania le va bien; exporta; ni siquiera paga intereses por su deuda pública.
            Alemania tapa extraordinariamente sus miserias. La clase obrera alemana, la más paciente de la historia del continente, la más condescendiente con su patronal, soporta en su interior ocho millones de alemanes con "mini jobs", un eufemismo que viene a significar trabajo miserable y mal remunerado - 400 euros /mes -para mantener el sistema capitalista más boyante de la Europa Comunitaria.
            ¿Lecciones morales...? La Europa de las personas, la de los ciudadanos, no necesita esas lecciones miserables. 
            La competitividad es el mantra preferido, la panacea, la piedra filosofal de este sistema moribundo; pero, es imposible competir con esclavos hambrientos en países paupérrimos. Antes que competir con ellos, la obligación moral de los países desarrollados - si no nos gobernara esta plutocracia sin conciencia- sería defender la condición humana, el salario digno, las condiciones laborales y la protección social del trabajador en cualquier país que produjera cualquier producto que se vendiera dentro de nuestras fronteras.
            La cruda realidad nos trae cada día la confirmación de una sospecha terrible: La Europa que nos impone Ángela Merkel, portavoz de los intereses de su poderosa plutocracia, es imposible. La Europa que ha seguido al pie de la letra sus dictados se ha convertido en la antesala de un tercer mundo en ciernes en los países más desarrollados de la tierra. 
            Hay un añadido tenebroso. Esa clueca teutona está empollando monstruos que creíamos enterrados bajo el peso avergonzado de la Historia. La extrema derecha antieuropea gana adeptos cada día. El fascismo irredento florece de nuevo en las tierras que un día llenó de cadáveres con su violencia sin justificación y sin futuro. Pero vuelve, renacido de sus propias cenizas, con el viento favorable de la insolidaridad y la pobreza.
            Yo aun creo en Europa. Mi propia cultura me lo exige. Pero os digo, mejor sin Alemania.

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