De pronto por una
catástrofe, una más de las que se ceban con frecuencia sobre la vida de los más
desheredados, Bangladesh ha aparecido dibujado sobre el mapa de nuestra
indiferencia occidental bien alimentada. Apenas ocupa sobre la superficie
terrestre, entre la India y Birmania, una tercera parte de lo que ocupa España,
pero se aproxima a los 150 millones de habitantes. Y es uno de los países más
pobres de la tierra.
En 2005 el salario mínimo en Bangladesh casi
se duplicó para mejorar las condiciones de vida de su población. Desde entonces
alcanza los 28 euros mensuales. El 85% de su población sobrevive – me resisto a
emplear el verbo vive- con menos de un euro al día. El trabajo infantil es
obligado y el acceso a la educación una quimera. La jornada de trabajo supera
las diez horas diarias. No hay ningún sistema de protección a los ancianos.
Deben trabajar o husmear entre las montañas de basura para poder alimentarse
cuando su estado físico ya no les permite trabajar.
Las condiciones de trabajo en nada difieren
de las de las fábricas inglesas de la primera revolución industrial: edificios
precarios – se acaba de hundir uno de ellos, de ocho plantas con 3000
trabajadores hacinados en su interior-, insalubres, mal ventilados, sin mantenimiento
que costaría dinero, sin salidas de emergencia, sin sistemas anti incendios, y
sin control alguno por parte de un gobierno, agradecido a quien le permita
ocupar a su población hambrienta, que prefiere ignorar estas miserias.
Un paraíso para las
multinacionales. Buscad, curiosead, no falta ni una sola de las que surten de
prendas vuestro armario; las mismas multinacionales que invierten millones en
convenceros de que el uso de sus marcas da prestigio en campañas publicitarias
donde el mundo es hermoso, y la primavera llega con mucha antelación.
Mañana mismo, ahora mismo quizás, estarán
aprovechando esta muerte colectiva para mejorar su propia imagen. Habrán
establecido medidas de protección - irrisorias- para los huérfanos o la viudas;
diluirán su crimen en discursos edulcorados y falsos aduciendo que el control
sobre las condiciones laborales corresponde a las autoridades locales;
jurarán por sus muertos que en las fábricas que controlan no trabaja ni un
niño, como si no supiéramos de la existencia de empresas subcontratadas y
clandestinas donde los costes disminuyen en proporción al empeoramiento de las
condiciones y la edad de la masa de población esclava, sujetas por el cuello
con la cadena invisible de la miseria.
Son ellas las autoras del crimen; pero
también nosotros, que consumimos el producto del crimen; nosotros que
estrenamos camisetas, camisas, vestidos, pantalones tejidos con el sufrimiento
de otros seres humanos, manchados con la sangre de otros infinitamente más
pobres que nosotros.
El 80% de la exportación textil de Bangladesh
tiene como destino la Unión Europea.
Ya podéis sacar las conclusiones
pertinentes de ese discurso con el que la política inmoral y cómplice justifica
el robo de derechos al que nos tiene sometidos el capital europeo. No somos
competitivos. Hay que abaratar los costes de producción, empezando por el
precio del trabajo, para poder vender más y mejor. Así saldremos de la
crisis.
Difícil se me antoja competir con
Bangladesh. Bien lo sabe el empresario español que anda implicado en la
catástrofe, por ignorar a sabiendas la inseguridad de un edificio grieteado y
con graves problemas de cimentación. Da igual si han muerto trescientas
personas. Sobran seres hambrientos. Mañana tendrán otros a su entera
disposición en otro edificio en ruinas.
Lo sospechábamos, pero al fin nos lo hacen
ver con claridad. La competitividad que nos predican precisa una nómina
infinita de esclavos hambrientos y niños explotados desde la propia cuna.
La Europa que ardió en revoluciones para
igualar a sus ciudadanos ante la ley, la que hizo de la calidad de vida y de
los derechos humanos su principal bandera hoy surte sus armarios con mano de
obra casi esclava, sometida a inhumanas condiciones de trabajo.
La Europa cristiana que acude a sus
iglesias las fiestas de guardar compra el producto de un crimen de lesa
humanidad.
Europa es un sepulcro blanqueado, una
sociedad hipócrita y podrida, un continente indigno de su propio pasado, una
vergüenza histórica porque se ha traicionada a sí misma y ha renunciado a sus
valores tan laboriosamente establecidos. El poder del dinero todo lo socava y
lo corrompe. Hasta la dignidad con que gente más digna y más humana que
nosotros impregnó las páginas del libro de la Historia.
Antonio. Como tantas veces, pero con este artículo aún más, me quito el sombrero. Europa usa Channel para que no huela su cuerpo putrefacto. Me lleva rondando un tiempo en la cabeza esa idea que apuntas de deslealtad con nuestro propio pasado. Quizá la mayoría de la gente ni lo conozcan.
ResponderEliminarLa mayor parte de los que gestionan nuestras vidas también debe creerlo. ¿Nos consideran tan estúpidos, tan desmemoriados, tan desconocedores de nuestro propio pasado, tan deshumanizados como ellos? La verdad es que me avergüenzo de tener que soportarlos tomando decisiones sobre nuestras vidas. No son palabras oportunistas. La clase política en su mayoría me avergüenza.Merecemos gente mejor tomando las decisiones sobre el presente y, especialmente, sobre el futuro.
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