Una enorme humareda nos oscurece el aire y nos impide la visión del horizonte. Procede de infinitos focos de incendios controlados, intencionadamente provocados, voluntariamente repartidos en el tiempo para atraer nuestra atención y focalizar nuestra rabia, la que durante tiempo hemos ido generando en nuestra conciencia ciudadana.
Los medios ponen a nuestro alcance de forma calculada infinidad de culpas individuales que dibujan un panorama sombrío en lo que se refiere a la catadura moral de aquellos a quienes confiamos la gestión de nuestros asuntos. La implicación de políticos de la más diversa extracción en casos de corrupción, de abuso de confianza, de enriquecimiento indebido resulta insoportable.
Incluso, la corona, indiscutible en público hasta hace muy poco tiempo, está siendo zarandeada y cuestionada sin miramientos. Y sobran las razones.
La primera conclusión razonable es que el sistema democrático corre riesgos indudables. No sé si ése es el objetivo oculto de esta humareda maloliente. Tendremos ocasión de comprobarlo cuando se aproximen las próximas elecciones generales. Entonces podremos comprobar si asoma de nuevo en nuestro horizonte político su rostro amenazante el monstruo adormecido que Europa engendró con ocasión de la crisis del 29. Ya avizoramos sus deplorables procedimientos en muchos comportamientos políticos cotidianos, como para no estar atentos a esa posibilidad.
Pero esta estrategia de la humareda controlada me resulta familiar. Es vieja, como casi todas las estrategias. Tiene algo de inhumano porque procede de la guerra, - la guerra es inhumana y cruel- , pero da resultados. Consiste en sacrificar una parte de la tropa para que la mayor parte escape ilesa. Importa poco la calidad de los que caigan. Son sólo individuos. Mientras tanto, la estructura que sostiene el poder verdadero, el del dinero, permanece intacta y nadie la discute.
Encelados con la importancia de las piezas individuales y dispersas que tenemos ante el punto de mira de nuestra justa ira, nos olvidamos de la manada que escapa ilesa una vez más.
Bárcenas y todas sus prolongaciones y detalles que alcanzan hasta las cajas de Cohibas, Los ERE, Urdangarín y su mujer, Corina, las cacerías africanas, Gürtel, las desmesuradas dietas de Caja de Navarra, son solo episodios de la historia de nuestra ruina económica y moral.
Pasará el tiempo y la mayor parte de ellos saldrá de los juzgados sin ninguna consecuencia, si es que alguna vez entran. Habrá culpas y vergüenzas públicas, pero las culpas estarán prescritas y las vergüenzas se sobrellevan con entereza alejados del fragor mediático, en lugares bien escogidos y con la alforja llena con el producto de los saqueos prescritos.
Por ello no debemos olvidarnos del principal problema que nos atenaza y nos hunde en mil formas de miseria. Como aquel perro monstruoso de todas las mitologías antiguas que guardaba las puertas del inframundo donde habitan los muertos, tiene tres cabezas.
Una cabeza monstruosa es el fraude fiscal, probablemente el más elevado de Europa, a pesar de que es Europa la que gestiona la mayor parte de los paraísos fiscales. Nuestro fraude fiscal ronda la tercera parte del Producto Interior Bruto, lo cual traducido en impuestos que el Estado no percibe, ronda los noventa mil millones de euros anuales. Y eso durante toda nuestra historia democrática equivaldría a que España no sólo no tuviera ni un céntimo de déficit, sino que sería el país con la economía más saneada del mundo.
La segunda cabeza monstruosa está escondida en una buena parte de las instituciones financieras. Una gestión irresponsable, delictiva en ocasiones, especialmente en aquellas mediatizadas por los partidos políticos, los sindicatos y las instituciones políticas, ha provocado su ruina, el único rescate que hemos debido afrontar con nuestros haberes y nuestros derechos ante los usureros europeos.
La tercera cabeza monstruosa ha sido la complicidad necesaria de los partidos políticos , especialmente los que han tenido responsabilidades de gobierno, en la protección y el crecimiento de esos dos monstruos carroñeros y voraces.
No. No hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. ¡Nos han robado por encima de nuestras posibilidades! ¡Y lo siguen haciendo!
Que caiga la justicia sobre los nombres propios que han sido eslabones de esta cadena de podredumbre. ¡Cuánto antes!
Pero no podemos olvidarnos de la manada que esquilma los campos que cultivamos con esmero, mientras disparamos enfurecidos contra los buitres que esta manada alimenta con sus propios cadáveres infames. Con ellos distraen nuestra atención.
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