Me prometí a mi mismo un
largo periodo de silencio, me prometí guardarme la cólera en algún rincón
blindado de la propia conciencia. No es posible. Intentaré que no desborde los
límites de las buenas maneras. El silencio que uno se impone a sí mismo
es una penitencia excesiva, inmerecida, inútil. Peligrosa, incluso, para mi
propia integridad. Hay un volcán en mi interior. La palabra libera sus
tensiones.
Es posible que Chipre no sea una país
ejemplar porque es un paraíso fiscal, como El Vaticano, Suiza, Irlanda, Malta,
Gibraltar, Andorra, Mónaco, Luxemburgo y la City Londinense, por poner algunos
ejemplos de todos conocidos.
Es probable que su clase política y
financiera merezca cárcel duradera. No más que otros que se han aferrado al interior
de nuestras gargantas como sanguijuelas hematófagas y contaminantes. No más que
aquellos a los que nuestros votos les permiten conspirar cada día impunemente
contra el Estado y la Constitución que nos dimos.
Es posible que muchas mafias rusas la
tengan como cuartel general de sus operaciones delictivas.
Es cierto que es un país pequeño,
dividido y débil.
Pero no es menos cierto que está
habitado por ciudadanos europeos. Al menos en teoría. En la práctica es un
territorio conquistado, una colonia cuyo gobierno se controla para que lleve a
cabo el crimen que se le encomienda y a cuya población se roba impunemente sus
propiedades.
No otra cosa es la exigencia alemana de
un impuesto inventado de la noche a la mañana que grava, por sorpresa, las
imposiciones bancarias de esos ciudadanos europeos, nativos o residentes. Tanto
da. Un impuesto inaceptable porque lo impone el Parlamento Alemán a un país
nominalmente soberano. Un impuesto injusto porque grava de forma unitaria sin
ningún criterio de progresividad, sin tener en cuenta la procedencia de los
capitales, ni la situación personal o familiar. Un impuesto
anticonstitucional - me refiero a la Constitución Europea que en mala hora
aprobamos, vistas las consecuencias-, porque atenta contra el principio de
libre circulación de capitales en la Unión Europea. Un impuesto suicida para la
propia estabilidad económica de la zona euro porque el capital no tiene
banderas y su patriotismo es sólo un discurso vacío. El miedo a que estas
medidas se repitan descapitalizará aún más a los países de economía más
precaria.
Los bancos ingleses deben estar riendo a
mandíbula batiente. En la Unión Europea son el único refugio seguro para las
acometidas de Frau Merkel, esa orca
alemana que se alimenta de congéneres. Allí acabarán los capitales chipriotas y,
probablemente, los de otros países sobre los que vuela la amenaza de un rescate
europeo.
Es un robo sin precedentes en tiempos
de paz. Un acto de guerra. Un ejercicio de colonialismo en pleno siglo XXI,
atentando contra la soberanía de uno de los socios de la Europa que se denominó
algún día la Europa de los Pueblos.
En lo que a nosotros se refiere
Cospedal, el cinismo en persona, la desvergüenza política en estado puro, rasgo
que comparte con muchos dirigentes del Partido Popular, se declara feliz porque
ya nadie habla del rescate de España. Europa no necesita poner dinero en
nuestro monedero para lograr sus imposiciones. Tiene un gobierno vicario.-
mamporrero en el lenguaje de las calles y de las dehesas en las que cobré casi
toda mi estatura-, que las impone sin contraprestaciones. Acaban de cambiarnos
las condiciones de nuestra jubilación y las pensiones que percibiremos sin
poner un solo euro en el envite. Deben estar pagando en ignorancia simulada a
las acusaciones de corrupción que pesan sobre el partido que gobierna este país
y en alabanzas rituales y obligadas a las medidas de Rajoy.
Estamos rodeados. No se me ocurren ya
salidas sin modificar profundamente este entorno criminal. Pacíficamente
necesitaríamos un milagro, como que la ciudadanía mediterránea indignada,
saqueada, desprovista de sus derechos constitucionales, encontrara un cauce
político para hacer frente al capitalismo desaforado, inmoral, invasivo que
comete crímenes contra la humanidad y el sistema democrático en nombre del
mercado. Y una vez obrado este milagro, negarse a pagar esta deuda artificial,
producto de la especulación o de la gestión irresponsable y cómplice de
gobiernos y sistema financiero.
Negarse es la extraordinaria solución.
Creo que tenemos una deuda prominente. Son ellos los que tienen un problema
prominente. Si nos negamos, ellos estarán en una situación muy delicada. Si nos
negáramos mañana, estoy por jurar que Merkel no ganaría las próximas elecciones
alemanas.
Huyamos de estas aguas donde esa orca
insaciable nos acosa con sus maniobras depredatorias. Neguémosle el bocado que
propina sobre nuestros cuerpos indefensos. Neguémosle el alimento que
acrecienta su poder y su prestigio entre los criminales que nos roban la
soberanía, la esperanza y el futuro. Son ellos quienes no tienen derecho al
futuro, si no es entre las rejas de una cárcel inhóspita, donde deben aclimatar
sus delirios los criminales, los dictadores, los corruptos, los corruptores y
todos y cada uno de sus cómplices.
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