Resulta inevitable la sensación de que
algo se agota en un ciclo convulso. A escala planetaria lo que se vislumbra es
un fracaso estrepitoso del capitalismo como sistema. Pero no es un fracaso más
de los muchos que acumula.
Es el fracaso por antonomasia.
El conflicto presupuestario de los Estados Unidos es el
último eslabón de esa cadena.
La permanente recesión europea, derivada del empecinamiento
alemán, la manifestación más duradera de ese suicidio lento e irracional.
La economía aparentemente saludable de los llamadas países
emergentes, el canto de un cisne, un espejismo engañoso.
Preguntad a cualquiera que haya vivido en
Brasil el tiempo suficiente por la relación entre los precios de las cosas y los
salarios, es decir, por la capacidad de la mayoría de la población para acceder
a elementos comunes del mercado cotidiano, por ejemplo unos zapatos.
Interesaos por la situación en Argentina.
Comprobad cuántos millones de chinos paupérrimos y explotados,
con horarios interminables y salarios de hambre, hacen falta para que allí
afloren los nuevos y raros millonarios.
Curiosead un poco en los estudios de los expertos sobre la
economía de una familia media en esa tierra de oportunidades que conocemos como
Estados Unidos.
La cuestión más lamentable es que el
sistema colapsa por la ceguera de una insignificante minoría dotada de un poder
indiscutible y de una ambición sin límites. Una infección insignificante en un
organismo gigantesco acabará por derrotar a toda la especie humana.
Y no solo ha fallado esa característica
que dicen exclusiva de la especie, la racionalidad. En las sociedades
desarrolladas y democráticas han fallado los sistemas defensivos, el sistema
legal, el sistema judicial y los poderes ejecutivos, que en buena parte son
cómplices infiltrados en la sociedad de los intereses de esa minoría.
Nos ha tocado apurar la hez, la basura- y
no es metáfora, porque aparecen bacterias fecales en las tartas suecas-
decantada por un sistema enfermo, irracional, inhumano, empecinado en acumular
riqueza inútil sobre la base de la explotación, el sufrimiento y la miseria de
otros.
Cerca de nosotros, en el Mediterráneo
orgulloso de su cultura y de su historia, Grecia está definitivamente
desahuciada por los socios ricos; es un país perdido, que se puede borrar de
las páginas de la historia reciente; un pueblo amortizado que ya no produce
beneficios; una colonia esquilmada y, por lo tanto, inútil.
Las presiones desvergonzadas sobre el
vecino Portugal hacen que el pueblo portugués esté de nuevo buscando los
fusiles y los claveles de una revolución pacífica y lejana, pero la Troika
reclama el sacrificio de veinticinco mil empleados públicos para garantizar el
cobro de sus intereses abusivos a un pueblo que ya ni dispone de ambulancias.
La burla europea de las soberanías
nacionales del Sur empobrecido al imponer en Italia un presidente de gobierno
espurio, sacado del sistema financiero, ha dejado en las elecciones italianas
un panorama oscuro, de sociedad confusa y difícilmente gobernable, donde para
mucha gente es el delincuente Berlusconi la única esperanza antieuropea.
Y en España, la gente honesta, la
inmensa mayoría, se debate entre el asco y la vergüenza.
El parlamento es una "claque"
sonrojante que confunde su función. Aplaude y vitorea, pero no representa a los
ciudadanos acuciados por problemas terribles.
El gobierno, cuando no miente, calla
¿Quién es Bárcenas? ¿Quién conoce a ese Bárcenas? Cada mañana,
tiembla antes de abrir la prensa, temiendo el cataclismo que ese individuo que
ya nadie menciona pueda desencadenar en el partido.
Por lo demás, mendiga ante frau Merkel algún crédito, alguna
bendición a sus medidas. Pero Merkel sólo bendice el crimen, la destrucción de
Europa. Cambia bendiciones por nuevos sacrificios en la edad de jubilación, los
salarios y los impuestos indirectos. Hay que garantizar el cobro de intereses
del capital alemán a cuyo servicio gestiona nuestras vidas.
También hemos sabido que le debemos a
una princesa de oropel, de dudoso pedigrí pero de indudables habilidades
para las relaciones al más alto nivel, las gestiones más delicadas de nuestra
seguridad nacional. Eso cuenta ella, al menos. Y la verdad no la sabremos
nunca; no existe en nuestras vidas; debiéramos borrarla de nuestros
diccionarios.
Mientras, la sufrida oposición no nos
ofrece ni una miserable esperanza, ni una condenada alternativa.
Es también la hez nacional. Nuestra
propia basura acumulada en la intrahistoria, mientras nosotros acudíamos al
trabajo y nos sentíamos orgullosos del sistema que habíamos levantado.
Asco y vergüenza. Oscuridad.
Ausencia de esperanza justificada.
Nadie parece recordar que la violencia
permanente que se ejerce contra los pueblos genera a su vez una violencia
explosiva, repentina, terrible, con la que los pueblos se ven obligados a
defender su dignidad y sus derechos.
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