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lunes, 18 de febrero de 2013

Estado de la nación

       El hombre desolado quisiera estar muy lejos, ejerciendo su otro oficio bien pagado. 
    Alrededor, los empleados se esfuerzan por aparentar normalidad, pero hablan quedo y rehúyen su mirada; quizá les preocupa ese futuro incierto que presienten en su actitud huidiza, en su voluntad no manifiesta de volverse invisible a los demás, en su creciente malhumor que se desliza en sus monosílabos cortantes y le dibuja un perfil anguloso. Cuando el temor y la inseguridad se ceban en su mente , no suele mirar directamente a las personas. Para ocultar su inseguridad mira por encima de ellas, muy lejos, fijando su interés en algún punto del horizonte. Desarrolló ese hábito defensivo desde la infancia, pero ya sabe que, lejos de defenderlo, esa mirada huidiza es todo un manifiesto de inquietud y de confusión, una proclama de su estado depresivo.
       Como cualquier persona desconfiada que no ha compartido nunca gran cosa de sí mismo, - nadie podrá quitarle nunca el convencimiento de que ese es el secreto de su ascenso en la pirámide del poder-, rebusca en el arsenal de los recursos propios, los que ha desarrollado durante muchos años de supervivencia en las arenas movedizas de las ambiciones, las complicidades, los silencios culpables, las adulaciones calculadas, las adhesiones oportunas, las mentiras rentables, la ignorancia presunta y las traiciones imprescindibles. 
         Se siente en el centro de un naufragio clamoroso. Ni siquiera la mayoría absoluta dará consistencia a un discurso defensivo. Odia las comparecencias parlamentarias. Si por él fuera, este debate inútil, porque no cambiará ni una coma el futuro del país,  no tendría lugar. Sólo es una representación reglamentaria; la única voluntad de la oposición es hacer sangre en un hombre maltrecho. Este debate le llega en un momento inoportuno.
       Hace unos días el hombre desolado ha establecido ya las líneas generales de su intervención. Los creativos, esa gente de toda confianza que trabaja en la sombra elaborando los discursos, las conocen. 
       Primero, la herencia recibida. Ahí, ahí hay que insistir. Pondrá de los nervios a la oposición y ese eximente redimirá no pocas culpas. No sólo lo esgrimirá como argumento. Quiere datos, estadísticas, basura acumulada por el gobierno Zapatero. Y quiere datos claros, gráficos que pueda enseñar ante las cámaras. Se lleva mucho. Las estadísticas otorgan un plus de credibilidad. Ya que el presente es un erial, mejor refugiarse en el pasado, desplazar las culpas al pasado, condenar al muerto.
        Luego, abundará en su tópico estrella, en su mensaje predilecto. "Cumplo con mi obligación",- dirá en tono solemne. "Tomo las únicas medidas posibles. Son dolorosas , pero nos sacarán de la crisis". 
       En ese momento conviene hacer un brindis al sol. "Este es el último año de recortes. Por este camino, el año que viene, crecimiento". Y hay que esgrimir que Europa bendice las medidas del gobierno y que si Europa está contenta todo resultará más llevadero.
        Es mentira y lo sabe. Sabe que debe obtener un plazo más amplio de la Troika para cumplir con los objetivos del déficit; sabe que las exigencias de esa ampliación serán muy duras: jubilación, pensiones, cobertura de desempleo... Lo sabe. Como sabe que mentir resulta imprescindible. Cuando esta mentira resulte indefendible,  ya inventará otra acorde con los tiempos; ya buscará culpables.
     En medio del naufragio la nación se desangra por heridas abiertas: el paro, la corrupción política extendida sobre la piel de toro como lepra, el descrédito institucional, el deterioro y el empobrecimiento de los servicios públicos.... La calle es una riada de ciudadanos que reclaman verdadero gobierno, justicia y una vida decente.
     Por ahí, "tamquam fenix per prunas". Como gato por ascuas. Lamentar que la realidad exija sacrificios. Ojalá y tuviera algunas dotes histriónicas. Podría simular que le falla la voz en ese preciso momento y limpiar con un clinex las gafas empañadas por una lágrima rebelde. A saber cuántos votantes le devolvería a las depauperadas encuestas esa lágrima incontrolada.
       El hombre desolado se imagina a sí mismo en el estrado enjugando esa lágrima y siente una punzada de orgullo por esa imposible imagen de ser humanitario que su imaginación le ha regalado.
      Ahora, eso sí, con las acusaciones de corrupción, indignación y contundencia ¡Y contraataque! A cada uno hay que sacarle los muertos del armario, exponer sus vergüenzas, recordarles sus múltiples maldades.
      Su otro yo se hace visible de forma inesperada.
      "¿No temes que removiendo la basura acumulada el pueblo os dé la espalda definitivamente...?"- le pregunta.
       "¿El pueblo...?" 
       Como siempre responde con la propia pregunta que recibe, entrecortada, incompleta, tomándose el tiempo necesario para calcular cada palabra en su respuesta.
       "El pueblo tienen una memoria de escaso recorrido. Olvida pronto. Falta mucho para que volvamos a desempolvar las urnas. Lo que importa en política es controlar lo que sucede hoy; tal vez, también lo que sucederá mañana.  Lo que ha de suceder a largo plazo no lo controla nadie. Mejor dejar al tiempo que haga su trabajo..."
      El tiempo, su único aliado. Luego de un silencio reflexivo le dice a su gemelo.
     "¿Y sabes una cosa...? Ahora mismo solo cabe confiar en mí. No hay otra alternativa. Y digo más, las próximas elecciones las gano yo otra vez".
     Sin embargo silencia el sueño de la noche anterior. Soñó que los redactores de sus discursos habían huido sin dejar ni una nota de despedida.

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