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lunes, 28 de octubre de 2013

Es Caín que vocifera.

  Ahora mismo cuesta bastante trabajo encontrar razones de peso para sentirse orgullosos de este país en su dimensión oficial. En realidad, da lástima. Pero el sentimiento inevitable es una profunda vergüenza. 
            No hemos dejado nunca de ser un país "guerracivilista", si me permitís la licencia verbal. Sólo somos eficaces cuando buscamos los motivos para el odio, el enfrentamiento, la ruptura. Quizá tengan razón las evaluaciones internacionales y nuestra altura intelectual no haya superado de forma visible la de los antepasados cuyos huesos estamos estudiando en Atapuerca. Somos un país de verdades absolutas y eso no denota sino temor al razonamiento, temor al diálogo, temor al otro porque lo consideramos superior. Somos un país de maniqueos, de buenos y malos según la ventana a la que estemos asomados. En el fondo, un país inseguro y primitivo. 
            No es fácil encontrar en nuestro presente desolado un proyecto común de nación, de sociedad, de colectivo humano dispuesto a esforzarse por un futuro mucho más digno que el presente. Preferimos perdernos en nuestra larga memoria de desencuentros, humillaciones, fueros anulados, y luchas fratricidas. Nuestro pasado está lleno de víctimas. Somos un país de víctimas históricas y víctimas potenciales, pero casi siempre víctimas de nuestros impulsos fratricidas. La España cainita nunca muere, nunca abandona sus antiguas costumbres, su afición al juicio de dios y a las hogueras purificadoras en las plazas.
            Y os recuerdo que hay víctimas que descansan en paz y reciben flores en sus tumbas y otras cuyas tumbas sin nombre permanecen en las cunetas de las carreteras polvorientas de nuestra memoria histórica sin recuperación posible.
            Y hay víctimas cuyos verdugos han sido condenados por los tribunales y han pagado las culpas que la ley estableció para sus crímenes. Y hay otras víctimas que siguen castigadas al olvido mientras sus verdugos aun dan nombre a las calles y a las plazas de España.
            Abundan las víctimas. Nosotros las hemos generado. Y ninguna de ellas nos reclama más víctimas. Todas ellas nos reclaman un futuro pacífico y decente en el que podamos dedicarnos a alimentar y a educar a nuestros hijos. 
            La palabra víctima no debería ser una vela encendida en el altar del odio, ni una mirada rencorosa hacia el pasado que ya no cambiaremos. Las víctimas nos provocan dolor; resulta inevitable; convertirlas en bandera política es tentador, pero es un error fatal en un país en el que se vislumbra  un Caín que vocifera su odio en cada esquina.
            Y el gobierno, esa amalgama de gente gris y malintencionada que solo gestiona  con verdadera eficacia nuestra ruina, lastrado por la indecisión de un presidente habitualmente desbordado por la realidad, ha manejado horriblemente la anulación de la doctrina Parot. La sentencia del Tribunal Europeo no es una agresión a ninguna víctima, ni a España. Tampoco afecta exclusivamente a condenados por crímenes terroristas. Es el reconocimiento de una situación inaceptable en un Estado de Derecho y en una democracia. Así de simple. Podrá doler; podrá parecer una aberración, pero la ley es igual para todos. Fue un error mantener el código penal del franquismo hasta el 2005. Hay que aprender de los errores. Y corregirlos para el futuro. No vale enarbolar banderas de dolor fingido; no vale aplicar la socorrida y desvergonzada teoría de la doble verdad - no asiste el gobierno a la manifestación contra el fallo del tribunal europeo, pero sí el partido-, ni debería ser moralmente aceptable el intento de pescar votos en esas aguas revueltas donde bajan unidas la justa indignación de mucha gente y los intereses espurios de la vieja y maloliente extrema derecha española que saca sus banderas plagadas de aguiluchos rapaces al calor del desencanto ciudadano. 
            Quienes gobiernan mienten cada día; también mienten sobre este asunto o se enmascaran en una ambigüedad cobarde que alimenta la conflictividad social y la osadía de muchos intereses antidemocráticos. La mentira multiplicada hasta la saciedad por los medios vicarios es su único programa político cuyo objetivo no es mejorar las condiciones de vida de sus conciudadanos, sino mantenerse en el poder. Mienten sobre la recuperación económica, sobre el futuro, sobre la eficacia de sus medidas; mienten sobre la confianza internacional. No hay tal confianza.
            La verdad desnuda y vergonzosa es que el capitalismo especulativo ha llevado a cabo su labor de demolición de nuestra economía y de nuestra organización social. Ha contado con la ayuda de las instituciones políticas a sueldo de sus intereses, esa puta vieja y eficaz conocida como troika; esa Celestina que abre nuestra puerta y la  deja entreabierta para los fondos buitres; así se les conoce. Son los que ahora desembarcan en la Bolsa española. Su llegada denuncia que nuestra ruina se ha consumado plenamente, pero quieren que creamos que es motivo de gozo nacional.
            Y ha contado con la quinta columna que funciona en cualquier guerra bien organizada, con los infiltrados de  un gobierno inmoral, sin altura intelectual, apátrida y sin un ápice de sentido de estado. Ahora los cómplices vienen a recoger los beneficios; España está en venta, pero a precio de saldo. Sube la bolsa, pero no el empleo. Mejora la exportación porque han devaluado hasta límites de miseria legalmente aceptada los sueldos de quienes producen los bienes que exportan cuatro de cada cien empresas españolas, mientras las otras noventa y seis se arruinan lentamente porque el consumo interno ha caído a niveles de hace treinta años y trece millones de españoles sobreviven en los límites de la pobreza extrema
            Sucede que los especuladores recogen los objetos valiosos que asoman en medio de la ruina, de los escombros de un país que se avergonzaría de sí mismo si tuviera la valentía de reflexionar sobre su estado.
            Lejos de ello, el Caín que nos ha vendido a los intereses descarnados de las hienas que husmean en busca de nuestros cadáveres recientes comienza a subir en las encuestas.
   ¿Qué queréis que os diga? No puedo librarme de un sentimiento persistente de vergüenza ajena frente a la imagen del país que me devuelven los espejos.


1 comentario:

  1. Suscribo punto por punto tus palabras. Sólo mi asco es mayor que mi vergüenza.

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