Ayer lo celebramos. Tan
irreflexivos somos que necesitamos estas llamadas de atención. La realidad más
denigrante puede manifestarse impúdicamente ante nuestros ojos acostumbrados a
convivir con la desgracia sin que se nos rebele la conciencia.
Ayer ya exponía mi convencimiento de
que el sistema manipula las palabras para someter la realidad que
percibimos a los límites que puedan parecernos aceptables. Afortunadamente
no están adormecidas todas la conciencias. La organización que lucha contra la
ignominia de la pobreza nos da unos datos tenebrosos y que no precisan
demasiadas valoraciones.
Doce millones de españoles viven ya en
condiciones de pobreza. Tres de esos millones, en condiciones de pobreza
extrema. En contraste extraordinario para explicitar la creciente desigualdad a
la que nos conduce este gobierno y las políticas dominantes que emanan de la
Europa insolidaria y dañina, el número de millonarios ha crecido en este país
un doce por ciento en los últimos años. En ese ránking en el que se ufana de
sus logros una selección de los mayores delincuentes de la tierra, España ocupa
ya el décimo lugar del mundo. En esa evaluación externa del éxito que reporta
la crisis, ese desastre generado por el irracional pariente americano y convertido
en oportunidad de enriquecimiento apresurado por el capitalismo oportunista y
sin fronteras, libre de cualquier atadura moral o legal, España es un país muy
distinguido. Aplicado y hábil, ha desarrollado muy por encima de la media la
competencia criminal de arrebatar sus bienes a la inmensa mayoría para
acrecentar sus beneficios inmorales.
La organización nacional que lucha contra
la pobreza tiene una cita con Rajoy mañana mismo, en la calle, donde el pueblo
se ve obligado a trasladarle sus mensajes a un gobierno cínico que solo
escucha a la mayoría silenciosa. Será una cita inútil, por supuesto.
Rajoy está en Panamá; pero aunque estuviera escuchando oculto tras la puerta de
su despacho, Rajoy es solo el subteniente de un ejército en la sombra, un
chusquero huidizo, incompetente, y experto únicamente en la administración de
sus silencios, cuyos jefes, los que diseñan estrategias, los que portan en las
hombreras los entorchados del poder verdadero, no nos dejan atisbar sus rostros.
Le confirmarán en esa cita al aire libre
lo que ya venimos denunciando sin fortuna en repetidas ocasiones. Sí hay
dinero; si hay otras políticas posibles, pero falta la voluntad de ejecutarlas.
Noventa mil millones de euros es la cantidad confirmada de la evasión fiscal de
quienes manejan la economía de este país. ¡¡Intolerable, cuando hay tres
millones de españoles cuyo principal problema es el mismo de los pobres de la
España imperialista y miserable que nos reflejaba la novela picaresca de los
siglos de Oro, calmar el hambre!!
Mientras, se arbitran nuevos procedimientos de manipulación de la
ciudadanía. El año próximo se incluirán como actividades contributivas al
Producto Interior Bruto actividades delictivas o marginales y que, por su
propia naturaleza, nadie controla en realidad; a saber, el contrabando, el
tráfico de drogas y la prostitución.
No. Yo no me he vuelto loco, ni mi sentido del humor ha buscado una vía
inexplorada para sorprenderos. Todas esas actividades serán contabilizadas como
actividades económicas que contribuyen a nuestro Producto Interior Bruto.
Dos breves reflexiones.
¿Controla alguien realmente, de forma fidedigna, el volumen de dinero que
mueven esas tres actividades? No lo creo. Hay una enorme variedad de estimaciones;
esa diversidad habla a las claras de que ningún dato es creíble; son
actividades que se realizan en la sombra, lejos de la mirada inquisitorial de
la Justicia y de Hacienda.
Entonces, ¿qué sentido tiene incluir esas actividades en la
contabilidad de nuestra economía como país?
De eso se trata. El gobierno
puede establecer la estimación que considere oportuna; aumentar nuestro
Producto Interior Bruto en la medida de sus necesidades para maquillar los
datos económicos. Puede aumentar el PIB español en cien mil millones, por
ejemplo. Automáticamente disminuirá también el porcentaje del PIB que supone
nuestra deuda externa. Ya rozamos el 100%. Si nuestro PIB es un billón de
euros, aproximadamente eso debemos a los demás. El 100% es como una línea roja,
el reconocimiento de habernos adentrado en arenas movedizas. Todos los datos
económicos reales advierten de que nuestra deuda seguirá creciendo, porque la
yunta famélica que conforman la derecha política y los intereses del capital ha
empobrecido al Estado de forma extraordinaria.
Pues enmascaramos ese dato nefasto
inflando artificialmente el PIB. Queda para la prensa amiga que este gobierno
ha hecho crecer la economía nacional un cinco, un siete, un diez por
ciento en plena crisis y que la deuda externa ha disminuido del cien por cien
hasta un porcentaje claramente menor. ¡Todo un éxito político! Las
portadas de los medios cómplices y las tertulias de los voceros subvencionados
harán el resto cuando se aproximen las elecciones.
En realidad no habrá cambiado nada. Pero
los camellos, los grandes traficantes, los contrabandista de tabaco
gibraltareño, las prostitutas, tanto las más afortunadas que ejercen por
elección personal, como las mujeres desgraciadas que llegan del hambre y la
miseria lejana engañadas por mafias inhumanas que las esclavizan y trafican con
sus cuerpos, habrán hecho que esta derecha cínica e inmoral se recupere en las
encuestas. Sin embargo ese dinero invisible, inalcanzable, casi imaginario a
efectos fiscales, no habrá contribuido a pagar ni una pensión, ni una beca, ni
el salario de un solo servidor público. Venta de humo, en realidad
Ahí os dejo una pequeña muestra de
política real. Mientras el PIB crece de ese modo irreal, - humo convertido en
oro de ley mediante la manipulación y el maquillaje desvergonzado de la
realidad-, seguramente habrá crecido el número de pobres en algún millón más y
el club exclusivo de los nuevos millonarios habrá dado la bienvenida a muchos
expertos en una antigua y admirable forma de reciclaje. Reciclan la miseria
ajena en beneficios propios.
Me guardo a duras penas la sarta de
improperios que me reclama la cólera añeja que me acompaña desde hace ya
demasiado tiempo. Cuando confían en tener éxito por medios tan burdos de
manipulación es porque quizá sea posible que lo tengan. Pero un pueblo al que
se puede manipular con éxito por estos procedimientos es un pueblo sin
autoestima; un pueblo que se ha perdido el respeto a sí mismo; un pueblo que se
ha dejado la dignidad olvidada en algún recoveco inalcanzable de su pasado. O
quizá sea un pueblo al que le han arrebatado dos armas imprescindibles para
sobrevivir a tiempos como estos, la memoria y la esperanza.
He oído decir que las palabras no son importantes; sólo los actos y, si acaso, las imágenes. Si no tuvieran importancia, los tiranos no se afanarían tanto en corromperlas y encerrarlas. Son importantes porque la lengua es pensamiento.
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