Cierta vergüenza ajena
sentí ayer ante la mezcla de panegíríco civil y hagiografía de carácter
religioso que plasmaron en la primera de El País dos
corresponsales de este diario sobre la canciller Ángela Merkel.
En ocasiones pienso si crónicas
de este tipo son sinceras o producto de una intención oculta.
Si son sinceras, me fundamentan en la
sospecha de que la inteligencia humana, no sometida ya a las exigencias
creativas de la supervivencia a las que estuvieron expuestos nuestros
antepasados, ha entrado ya en una fase de retroceso lamentable.
Si páginas de este tipo responden a una
intención oculta, habremos de aceptar que la corriente de intereses que
patrocina el pensamiento único se ha adueñado también de las cabeceras de los
periódicos que tuvimos por relativamente independientes.
Se admiran los corresponsales de la
tranquilidad de la canciller que acude al supermercado a realizar las compras
semanales como cualquier ama de casa dos días antes de celebrar la cita
electoral en la que las encuestas la dan como casi segura ganadora. Y
aprovechan para alabar su carácter, fuerte y austero, que gobierna con la
filosofía de un ama de casa.
El gran debate, por desgracia, con motivo de
las elecciones alemanas se centra en esa mujer, sin duda poderosa, que acude al
supermercado con una llamativa chaqueta de color verde, para mí de
detestable gusto. Dudo mucho que el acto de acudir al supermercado y el color
de la chaqueta en estas fechas sean comportamientos espontáneos. Por lo que
sabemos de ella, aspecto del que los propios corresponsales dan cuenta, la muy
austera Ángela Merkel es más de tiendas exclusivas donde se surte de
quesos y vinos de marca y precios no excesivamente populares, vituallas
imposibles desde luego para cualquiera de los ochos millones de alemanes -o
extranjeros cualificados- que gozan de los socorridos "mini jobs"
de los que tanto se ufana ese país.
Debatimos sobre los individuos y
olvidamos el aspecto primordial, lo que esos individuos representan o a qué
intereses sirven. A mí, personalmente, me importa bien poco si la canciller
acude al supermercado o se hace las ingles brasileñas. Pero me importan mucho
las consecuencias para el resto de Europa, y para nosotros por lo que nos pueda
tocar, del proyecto político que ella representa y del conglomerado de
intereses económicos que oculta el programa que le han elaborado y que no
expondrá en público, como viene siendo costumbre entre los políticos, ni bajo
amenaza de tortura.
Aducen
los hagiógrafos que Ángela Merkel es la paladín del euro y que, a pesar de la
opinión radicalizada de los euroescépticos alemanes, que los hay y rozan el 5%
que les daría derecho a entrar en el Parlamento que se constituirá en breve, no
ha permitido la expulsión de la UE de los países rescatados.
¿Cómo iba a
hacerlo?, añado yo. Compartir la moneda única sin la adecuada correspondencia
fiscal y política ha dejado a los países más dependientes sin autonomía
financiera. Para los países más afectados por la crisis, la pertenencia al euro
es un veneno lento y progresivamente letal, porque es un instrumento de dominio
de los países ricos o de sus sistemas financieros.
Baste un ejemplo.
Celebradas
las elecciones Alemanas, Merkel afrontará el tercer rescate de Grecia. Las
medidas que habrá de soportar ese país serán demoledoras. El gobierno griego
carece hace ya mucho tiempo de autonomía para tomar decisiones políticas en su
país. Deberá hacer frente a las exigencias de Merkel, que son las que el Banco
Central de Alemania ha planificado para la agenda de su ariete político,
empobrecimiento del estado griego y privatización de todo aquello que
esté en condiciones de generar beneficios. Será el momento en que los fondos de
pensiones y el ahorro alemán caigan como buitres sobre la agonía de Grecia,
convertida definitivamente en colonia de explotación del capital financiero
europeo, especialmente alemán, sobre todo si se ha garantizado su indefensión
vaciándolo de leyes que garantizaban los derechos de los ciudadanos en general,
los de los trabajadores y los de los funcionarios públicos. Billones de euros
necesitan caladeros rentables de inversión y no hay empresa más rentable que un
país arruinado y sin capacidad de respuesta económica ni política. Y otros
países están al borde de convertirse en territorios sometidos a ese plan
inmoral; entre ellos España, una de las principales economías mundiales. El
camino se trazó cuidadosamente en los comienzos de la crisis. Se prohibió la
intervención decidida del BCE para socorrer a los países más afectados por la
deuda y se les dejó en el desolladero, al pairo de los intereses de los
especuladores. Sólo falta rematar la ruina y apropiarse de los despojos más
rentables. En ello están.
La mujer que gobierna Europa no es la dama
calmada que toma decisiones con la prudencia de un ama de casa. Es la voz que
proporciona un discurso político a intereses.... ¿Cómo decirlo...? ¿Cómo
calificaríais el propósito del enriquecimiento propio sobre la ruina ajena y la
ignorancia de los derechos humanos...?
A mí no se me ocurre un calificativo más
adecuado que el de propósito criminal.
También los criminales acuden al mercado, sobre todo, si ese acto
inocente les proporciona algunos votos.
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