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martes, 6 de agosto de 2013

Política Ficción

    Ha sido noticia este fin de semana que Estados Unidos ha cerrado prácticamente la totalidad de sus embajadas en Oriente Medio. Otros países, como Reino Unido y Alemania, siguiendo la estela del gran hermano americano en toda la extensión de la palabra, y compartiendo la misma conciencia de culpa por el uso de tecnologías modernas para espiar a sus conciudadanos y al resto del mundo, también han cerrado las suyas. La causa que se aduce es el alto riesgo de atentados en las embajadas por parte de Al Qaeda. 
            ¿Cómo lo supieron? No han tenido empacho alguno en contarlo con todo lujo de detalles. Fue gracias al programa de espionaje mundial que maneja la NSA y que todos conocemos por las filtraciones del analista arrepentido de la citada agencia, ahora protegido de Putin, un defensor a ultranza de las libertades como es bien sabido; las libertades de las mafias económicas, por supuesto.
            ¿Cuánto debe la política al cine? Difícil resulta precisarlo. El cine sí debe mucho a la política. Hay magníficas películas que denuncian intrigas políticas que yo tengo entre las grandes referencias del cine americano. No está entre ellas, desde luego, la película a la que me referiré a continuación.
            Como recordaréis, sin duda, la triunfadora de este año en esa gran ceremonia publicitaria que es la entrega de los Óscar con los que la Academia Cinematográfíca Estadounidense potencia sus productos a los ojos de los consumidores mundiales, fue "Argo", ganadora del óscar a la mejor película, entregado simbólicamente por Michelle Obama desde la Casa Blanca, el de mejor guión adaptado, y el de mejor montaje cinematográfico.
            Si no la habéis visto ,-no os perdéis gran cosa desde mi punto de vista-, yo os recuerdo brevemente el guión. Es un hecho histórico.
            Un agente de la CIA idea una estratagema para rescatar de Irán a seis diplomáticos, -espías en realidad-, estadounidenses, ocultos en la embajada de Canadá. Los acontecimientos comienzan en otoño de 1979, periodo en que el Sha Reza Palhevi, gravemente enfermo, es depuesto y su lugar es ocupado por el ayatolá Jomeini, que alienta a la población iraní a actuar contra el enemigo universal, los Estados Unidos.
            La estratagema en cuestión consiste en organizar el grupo de rescate, arriesgado desde luego, bajo la apariencia de una productora de cine que se dispone a realizar una película en Irán. Tras muchos avatares, la empresa llegó a buen fin y los espías-diplomáticos volvieron a casa sanos y salvos.
            La CIA contó con la imprescindible colaboración de la industria de Hollywood que participó en el montaje de la farsa.
            No resulta aventurado establecer la confluencia de intereses en ese premio a la mejor película de 2013. 
            De una parte la CIA restaña el daño a su imagen que muchas filtraciones le ocasionan en cuanto a sus actuaciones al margen de la ley. Su concurso, su desenvoltura, su capacidad para acumular información y asumir riesgos salvan vidas americanas en cualquier lugar del mundo. "¡La CIA os cuida, americanos!" proclama a gritos el guión. "Y sólo son gente como vosotros que asume riesgos inasumibles para cualquier persona normal. Por una buena causa, patriotismo del bueno". Son mensajes que funcionan en sociedades como la americana.
            De otra parte,  el cine americano, encarnado por Hollywood, se premia a sí mismo como algo más que una industria poderosa. Esa industria, envuelta en la bandera de las barras y estrellas, se olvida de los beneficios y colabora en la salvación de un grupo de patriotas que se jugaban la vida en las trincheras enemigas. Ese eficaz patriotismo de Hollywood tiene mil manifestaciones en su segunda gran epopeya, -la primera fue la conquista del Oeste-, la Segunda Guerra Mundial y la infinita secuela de la Guerra Fría. Nadie ha hecho más por la imagen del gran amigo americano que Hollywood.
            Y, por último, el propio presidente americano obtiene también su parte de beneficio. Esa lectura se desprende del hecho, más que simbólico, de que fuera la primera dama desde la Casa Blanca la que desvelara la película ganadora.  Ahora Irán es uno de los enemigos predilectos de los Estados Unidos por la política nuclear de sus gobiernos en los últimos años y por la amenaza implícita para Israel, el gran aliado americano en Oriente Medio. Remover el sentimiento hostil  de la opinión pública estadounidense contra el Irán de hoy, rememorando aquellos acontecimientos de principios de los años ochenta del siglo pasado podría ser oportuno, si las circunstancias exigían una intervención militar "preventiva" contra los centros estratégicos iraníes de enriquecimiento de uranio. Israel lo exigía, de hecho.
            "Argo" era un producto redondo. Yo aposté mucho antes de la ceremonia a que se alzaría con el óscar a la mejor película, aunque cinematográficamente me resultó un producto mediocre, que no dejará memoria entre los cinéfilos. Un óscar políticamente conveniente en toda regla.
            Todos los males que nos acosan son producto de intereses egoístas y desmesurados de una minoría que maneja cuotas inmensas de poder. De poder político, económico y mediático. Y un instrumento de dominio tremendamente eficaz es la manipulación informativa; la desinformación, de hecho.
            Desconozco si la amenaza de atentados contra las embajadas americanas en Oriente Medio es hoy más real que hace un mes. Supongo que son siempre lugares inseguros por naturaleza en esa parte del mundo. Pero sospecho que esa noticia es intencionada y oportuna. Otras veces situaciones parecidas, que son muy frecuentes, no trascienden a la opinión pública. En esta ocasión se dieron cuartos al pregonero y a todas la agencias mundiales de información. Tanto interés en compartir la información de sus espías con el resto del mundo resulta sospechoso. La intervención posterior de políticos estadounidenses, independientemente del partido al que pertenezcan, en los medos de comunicación defendiendo la NSA y los programas de espionaje que emplea, hace rebosar el vaso de mi malicia. El mensaje que unos y otros repiten es simple. Hay que estar agradecidos a la NSA y a su trabajo. ¿Qué puede importarte que el Estado lea en tu SMS a tu amante la hora y el lugar donde daréis rienda suelta a vuestras pasiones inconfesables, si el Estado nunca hará uso de esa información? A cambio, la NSA salva vidas, se anticipa al enemigo oculto, nos garantiza la seguridad y la vida de los americanos.
            ¿Cuánto le debe la política al cine? Pues, resulta difícil precisarlo. Pero este acontecimiento me recuerda inexplicablemente a "Argo". 
            Hay un guión preestablecido, una puesta en escena cuidadosa y un objetivo no confesado, justificar la existencia de las agencias estatales y sus procedimientos, porque está en juego la seguridad, el bien supremo. Ahora no se trata de burlar el celo del integrismo iraní; se trata de poner en duda la justa indignación del mundo entero cuya intimidad anda rodando en los archivos de muchas agencias estatales de países que se proclaman democráticos. 
            ¿Política ficción...?  ¡Sin duda! La mayor parte de la política que tiene lugar ante nuestros ojos es pura farsa. Pura farsa los discursos, los compromisos públicos, las promesas electorales, los juramentos que obligan a defender la Constitución y las comparecencias de Rajoy. 
            La política verdadera que rige nuestras vidas resulta inconfesable. Es producto de pactos oscuros e inmorales entre los que detentan los diversos poderes, cargas para nuestras vidas más que soberanía delegada para establecer una convivencia razonable y justa.
       

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